El dólar, los argentinos y su intuición para cubrirse de las crisis

Pablo Mira aborda aquí la relación entre la psicología y el pobre desempeño de la economía local de las últimas décadas. Una mirada un poco más profunda sobre los mentados vaivenes económicos del país. Cualquier parecido con la actualidad... no es pura coincidencia.

(...) Consideremos ahora un entorno típico de un país no desarrollado: existe un serio desequilibrio en su cuenta corriente (un balance comercial muy negativo) que es consecuencia de un sostenido y severo atraso cambiario (un dólar barato) que se refleja en una insuficiente competitividad. Recordemos que si uno tiene déficit comercial entonces está pidiendo plata prestada al exterior o perdiendo reservas. Hay dos salidas para resolver este problema. Una es, por supuesto, devaluar la moneda para recuperar competitividad, cambiar la balanza a positivo y pagar las deudas. La otra es esperar que el endeudamiento se haga tan insostenible que el pago de intereses inhiba la actividad económica. De esa manera, la recesión y la caída de ingresos podría reducir las importaciones y por esa vía corregir de manera automática (y bastante penosa) el desequilibrio.

 

Para evitar este ajuste brutal de la actividad interna, podríamos intentar devaluar la moneda a tiempo. El problema es que si el ajuste cambiario que hace falta para corregir el desequilibrio es grande, la efectividad de esta política dependerá crucialmente de las expectativas de devaluación. Supongamos que el gobierno, en un intento de ser transparente y dar información certera a los agentes para no confundir sus expectativas, anuncia que dentro de un mes llevará a cabo una devaluación de 300% de la moneda (...). En este escenario es obvio que todos (racionales o no) correrán inmediatamente al banco a adquirir todas las divisas posibles. Los bancos a su vez reclamarán los dólares al Banco Central, que comenzará a perder reservas. Si el gobierno tiene reservas suficientes para atender la demanda de dólares, el resultado obvio es que se erradicará por completo la moneda local de la circulación. Pero en ese caso, si la moneda propia desaparece, la política se vuelve completamente inefectiva por definición: si no hay moneda nacional circulando, ¿qué estamos devaluando? Así, una anticipación perfecta de algunas políticas afecta por completo su efectividad, y por ende la eficacia de las políticas depende en parte de que sean sorpresivas.

Esta propiedad no se limita a las políticas extremas. En situaciones mucho menos dramáticas en las que se espera una devaluación de un nivel intermedio (digamos de un 25%, en una economía estable), puede pasar que aquellos con poder de fijación de precios de insumos generalizados trasladen parte de la devaluación a los precios, reduciendo el impacto de la devaluación nominal e imposibilitando que se transforme en una devaluación real de la misma magnitud.

La distinción entre devaluación nominal y real es importante, porque en realidad la competitividad depende de que nuestros productos sean más baratos medidos en dólares. Para lograr esto la devaluación debe ser mayor que la suba de costos en pesos de mis productos. Por ejemplo, si hay una devaluación del 25% y se produce una inflación generalizada (incluidos mis costos) también del 25%, entonces mi precio en dólares quedará inalterado. Por tanto, en una economía donde las expectativas de los formadores de precios operan trasladando casi por completo la devaluación a precios (un pass-through alto), la devaluación no será efectiva.

¿Y qué hay de los efectos sobre el bienestar? ¿Es mejor que los agentes logren anticipar las políticas o que no lo hagan? ¿Es mejor que el gobierno logre devaluar o que no lo logre? En el MME anticipar una política siempre es bueno porque el gobierno intenta engañar al sector privado y, si lo consigue, lo deja "fuera del equilibrio". Pero en el ejemplo de la devaluación la capacidad del sector público de engañar al sector privado puede mejorar el bienestar social, porque lo que hace el Estado es resolver un problema de coordinación. Recordemos que una devaluación real solo se logra si algunos agentes no la esperan, esto es, si algunos de ellos quedan expuestos a la moneda local.

Por supuesto, los agentes racionales intentarán evitar estas pérdidas yendo corriendo a comprar divisas. El problema con esta actitud es que es miope y puede terminar perjudicando al agregado. Cada individuo que compra dólares no percibe que los costos de soportar hoy una devaluación pueden derivar en una ganancia futura para el agregado. ¿Cuál es ese beneficio? Recordemos que si logramos más competitividad y logramos expandir exportaciones y sustituir importaciones, podemos limitar el ajuste recesivo de nuestro déficit comercial. Si nos ponemos de acuerdo (nos coordinamos) y permitimos una devaluación, la economía en su conjunto podría mejorar.

Es importante aclarar que aquí no pretendemos criticar la actitud de los que corren a comprar divisas. (...) Mantenerse en moneda local y sufrir la devaluación es una especie de "acción solidaria" que solo es beneficiosa si la mayoría la comparte, cosa que puede no suceder. Además, la ganancia esperada está separada en el tiempo y todos tendemos a sobreponderar el beneficio inmediato por sobre las ganancias futuras. Y para colmo, las ganancias esperadas tampoco son evidentes. (...)

Pero la posición del gobierno es diferente, porque dispone de una visión más clara del problema macro, y también de una herramienta concreta para explotar los beneficios de la coordinación. En el ejemplo propuesto se exige que los individuos sean sorprendidos con moneda local encima, pierdan en el corto plazo con la devaluación, para luego recuperar bienestar gracias al restablecimiento de la competitividad.

Formación de expectativas y cambio estructuralEn países inestables como Argentina es muy importante acertar pronósticos. (...) Volvamos entonces al ejemplo de un país que acumuló un amplio déficit en cuenta corriente, pero supongamos ahora que los agentes están acostumbrados a vivir en un entorno donde el tipo de cambio ha sido fijo durante algún tiempo. En este contexto, una devaluación inesperada tendría el máximo efecto, ya que pocos lograrían anticiparse. En otras palabras, en este marco cualquier cambio estructural en la política cambiaria sorprendería por completo a los agentes. Pero, ¿es esto lo que se espera en un país con una historia inestable? ¿Qué pasa si los agentes en lugar de ser racionales se acostumbraron a usar reglas simples para decidir? Un economista ha mostrado que en economías que presentan cambios estructurales, la predicción mediante el uso de reglas sencillas (aunque subóptimas) puede ser más eficiente que las predicciones racionales (...). Intuitivamente, la idea es que el individuo que "se ve venir algo cada cierta cantidad de años" quizás tome mejores decisiones que un racionalista que se obstina en estimar las tendencias de la política económica con métodos estadísticos tradicionales. En el ejemplo de la devaluación, al acumularse muchos años de estabilidad cambiaria, un individuo racional asumirá que la variación del tipo de cambio en el futuro será cero, y será completamente engañado. Pero si los individuos en la práctica usan la regla "acá siempre hay quiebres estructurales", supondrán que en algún momento habrá alguna devaluación y esta regla impedirá que la devaluación los tome tan de sorpresa. El individuo no dejará de "cubrirse en dólares" y su regla simple será más efectiva que la racional. (...)

 

En un contexto en el que los agentes forman expectativas racionalmente, los gobiernos podrían aprovechar y devaluar en un porcentaje arbitrario con total tranquilidad y la política sería muy efectiva. Pero en la realidad ningún gobierno asume que sus habitantes estimen racionalmente. El gobierno entiende que los privados conocen que se están acumulando desequilibrios que tarde o temprano han de resolverse de alguna manera. Esto es lo que hace que las políticas correctivas se retrasen lo más posible (...) Esto nos da una pauta respecto de los efectos de las políticas en los momentos que parecen tranquilos, pero que en realidad son el preludio de un colapso. Cuando el sector privado acumula desequilibrios y la economía se sitúa en el umbral de un cambio estructural, la política se verá severamente limitada por agentes que esperan lo peor y que harán todo lo posible para que esta modificación del rumbo económico los afecte lo menos posible. (...)

EspecialistaPablo Mira es Magister en Economía de la Universidad de Buenos Aires y docente de Macroeconomía II. Es egresado del Instituto Superior de Economistas de Gobierno . En 2003 obtuvo el Premio Manuel Belgrano por su ensayo La actual política económica ¿es keynesiana?. Publicó numerosos artículos sobre Economía de la Conducta en Congresos, y reseñas en publicaciones especializadas como Desarrollo Económico y Revista de Economía Internacional. En Economía al diván realiza un cruce entre la psicología y lamacroeconomía, e indaga si la psicología tiene algo que ver con el magro desempeño del país.
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