Cuando a Gardel se lo acusaba de promover la perversión
En su nuevo libro, la historiadora Ema Cibotti retrata el clima de época que se vivió con la muerte del cantante. El Zorzal criollo que lloraba el Buenos Aires profundo era a la vez acusado por la Iglesia católica de amoral, de corromper la cultura y representar la idolatría pagana.
El 5 de febrero de 1936 a las 11.30 a.m., ingresó por la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires el buque Pan América que repatriaba los restos de Carlos Gardel. Buenos Aires de duelo ya estaba preparada para recibir a su ídolo. Había un enorme gentío en el puerto y otro más que se desparramaba por Leandro N. Alem, Corrientes, y Bouchard, y rodeaba el Luna Park, lugar elegido para el velatorio público que comenzó a las 2 p.m. Todo el transporte de la ciudad movilizaba la ola humana que se desplazaba para rendir un último adiós al Zorzal. Sobre las veredas del estadio, se apiñaban los típicos vendedores de flores, y aquellos que tenían retratos de Gardel, pequeñas biografías, medallas o incluso fotos enmarcadas de sus películas. La Comisión de Homenaje Uruguayo-Argentina, presidida por Armando Delfino, había organizado los actos hasta el mínimo detalle y aún así la policía no pudo contener al público especialmente a las mujeres- que abarrotaban, en horas de la noche, las puertas de acceso al Luna Park; hubo desmayos y contusiones. A las 9 p.m. las puertas se cerraron y, en la capilla ardiente dispuesta sobre el ring, iluminada con luces de escenario y rodeada de coronas ornamentales, comenzaron los discursos. Las orquestas de Francisco Canaro y de Roberto Firpo ejecutaron dos veces el tango Silencio con la voz de Roberto Maida. Cuando las puertas se reabrieron hubo recambio de públicos, y así siguió hasta la madrugada el desfile de gente a cada lado del féretro por el tablado del estadio. Al día siguiente el diario Crítica tituló: "El Luna Park ofreció anoche un espectáculo de multitud nunca visto".
Después de las 9 a.m. del día siguiente, salió el cortejo fúnebre desde el Luna Park por la calle Corrientes hacia la Chacarita. La calle angosta lo despidió inundando con flores el paso de la carroza; los balcones, las terrazas, las veredas estuvieron colmadas de gente durante todo el recorrido. Desde los barrios salieron temprano quienes querían encontrar un lugar lo más cerca posible del Panteón de Artistas y el cementerio desbordó de gente mucho antes de la llegada del cortejo. Las crónicas de los diarios registraron una sucesión de homenajes populares: así, en la esquina de Triunvirato y Canning1, se arremolinó una multitud para manifestar la presencia del barrio porteño de Villa Crespo; menos espontáneo pero igualmente muy emotivo fue la columna de 50 jinetes con sus mujeres que salió al cruce del cortejo para realizar un homenaje gaucho. ¿Venían de Avellaneda o de Mataderos?, los cronistas no se pusieron de acuerdo. En cambio sí informaron sobre el ingreso de una carreta de bueyes, una representación campera las actrices con trenzas iban vestidas de blanco- de la compañía de Vacarezza, quien fue el orador principal del acto. La nota más inesperada la consignó Crítica: "llegan 100 ciclistas con las máquinas en alto".
De los archivos de los diarios y revistas de época, sin duda lo que más impacta son los gigantescos "racimos humanos" que desbordan el marco de las fotos. El cine ofrece grandes primeros planos de la marea de gente que rodea la carroza bajo el sol rajante del mediodía y, en el trayecto hacia la Chacarita, la secuencia de las imágenes recorta las siluetas de edificios emblemáticos como el Abasto.
Después de tanta profusión informativa, que se reiteró a lo largo de los años, resulta difícil imaginar que haya algo nuevo para decir en torno al entierro de Gardel. De hecho, como en un ritual a fecha fija, las emisiones de radio, los diarios, las publicaciones de homenaje, la calle misma, siguieron evocando puntualmente la tragedia de Medellín del 24 de junio, y reviviendo cada una de las escenas de esos dos días de febrero tan intensos para la ciudad. Pero algo más había sucedido desde su trágica muerte. Un acontecimiento que nos obliga a revisar con nuevos ojos la Buenos Aires de Carlos Gardel.
Entre junio de 1935 y febrero de 1936, un prominente hombre de la Iglesia católica, monseñor Gustavo Franceschi, figura relevante en la época, publicó palabras incendiarias auténticos brulotes- contra Gardel. Sus diatribas la más extensa fue en ocasión del entierrodisgustaron a los contemporáneos, sobre todo al medio artístico. La intención era manifiesta, su bien ensayada escritura estaba destinada a mortificar la memoria del Zorzal Criollo. La primera diatriba se publicó como opinión oficial de la revista Criterio, que él dirigía, tres días después de la muerte de Gardel. El tono es despectivo, el prejuicio es evidente:
"Como cantante, divulgó con preferencia las peores canciones, las de letra más humillante, las que menos ennoblecen; y, no satisfecho con la obra que realizó entre nosotros en ese perjudicial sentido, las difundió en el extranjero como el mejor producto del arte argentino. ¡Y luego sus películas, a alguna de las cuales ya nos hemos referido anteriormente! A través de las cintas de Gardel, la idiosincrasia nacional se concreta en delincuentes, orilleros y mujerzuelas".
La segunda y más extensa fue para criticar los actos fúnebres:
"Eran de ver los alrededores del Luna Park hacia las diez de la noche. Gandules de pañuelito al cuello dirigiendo piropos apestosos a las mujeres; féminas que se habían embadurnado la cara con harina y los labios con almagre; compadres de cintura quebrada y sonrisa "cachadora"; buenas madres, persuadidas de la grandeza del héroe, que llevaban -, pude comprobarlo por fotografías,- a sus hijos a besar el ataúd. () En el entierro de Gardel llamóme la atención un grupo de jóvenes que seguía el féretro coreando el himno nacional () no pocos entre los miembros del grupo a que me refiero alternaban el texto de López con estrofas de tangos, lo que demostraba su persuasión, repito que sincera, de que tan representativa es de nuestra tradición y gloria una cosa como la otra, el "Oíd mortales el grito sagrado" como "Bajo el cielo tropical su silueta sensual es mi pasión". Todo lo entonaban con igual fervor.
Nadie podía creer que el texto fuera un simple editorial, y por eso mismo despertó una reacción significativa. Julio De Caro, el gran músico innovador del tango que dio origen a la Guardia Nueva, se manifestó sin medias tintas:
"Profundamente sorprendido de la opinión que ha vertido monseñor Franceschi sobre la vida de Carlos Gardel. Un pueblo no se engaña fácilmente sobre el valor de sus ídolos y a Gardel lo siguió el ochenta por ciento de nuestro pueblo porque amaba en él, no ya al hombre, sino a la emoción que le iba creando a través de sus interpretaciones sencillas y grandiosas. Empaña un poco la dignidad eclesiástica este andar juzgando a los muertos, cuando la Iglesia tiene una labor más grande entre los vivos".
Las cantantes, Azucena Maizani, Mercedes Simone y Libertad Lamarque, también expresaron indignación, y hubo otras voces más, todas animadas por la pluma de Jorge Luque Lobos, periodista y también letrista, que fue quien se ocupó de reunir voluntades para confrontar los dichos del prelado.
La cuestión de la representación del pueblo y de lo popular era central tanto para la política como para la cultura. De Caro abía advertido que lo que se ponía en juego era quién interpretaba mejor la emoción de las mayorías. No es un dato menor que, en medio del luto que apenaba a la Guardia Nueva, el músico más innovador respondiera rápido, con todos sus sentidos bien alertas. Castigar a Gardel era una forma de castigar el tango y desvalorizar toda su significación social. Y también era una forma nada sutil de criticar el lugar central que el propio cantor les había dado a las mujeres.
"Estamos indignadas", comenzó Maizani, "hiere a todas las mujeres con crueldad", abundó Lamarque5. Y Mercedes Simone aclaró: "soy una católica ferviente, pero eso no quita que considere inmerecido el agravio que monseñor Franceschi le hace al inolvidable Carlitos Gardel". Concluyente, Maizaini agregó: "monseñor Franceschi ha olvidado seguramente que no conviene herir a la mujer". (...)
HistoriadoraEma Cibotti (Buenos Aires, 1956) es profesora de Historia por la Universidad del Salvador y máster en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Especialista en Historia Social Argentina, se dedica a la divulgación histórica y a la formación docente, y dicta seminarios en diferentes unidades académicas del país. Asimismo, es directora de la carrera de Historia del Tango en el Centro Educativo del Tango de Buenos Aires (CETBA). Desde 2010, preside la Asociación Civil Trabajar contra la Inseguridad Vial y la Violencia con Acciones Sustentables (ACTIVVAS) y también colabora con la Asociación Usina de Justicia.
Es autora de numerosos artículos académicos y de divulgación, así como de textos para la educación básica y de especialización para la formación docente. Ha publicado Sin espejismos. Versiones, rumores y controversias de la historia argentina (2004); Queridos enemigos. De Beresford a Maradona, la verdadera historia de las relaciones entre ingleses y argentinos (2006); Historias mínimas de nuestra historia (2011), y Luto en la Guardia Nueva. Cuando Buenos Aires lloró a Gardel (2016).
Fondo de Cultura Económica ha publicado Una introducción a la enseñanza de la historia latinoamericana (2004) y América Latina en la clase de Historia (2016).