la expansión de una potencia emergente

China: el poderío económico de un gigante que no se detiene

Mirada de largo plazo y el consumo interno como motor económico: claves del milagro.

Alguna vez el gran Quino le hizo decir a la genial Mafalda que si los chinos se pusieran de acuerdo en golpear el piso al unísono, lograrían cambiar el eje de la tierra. Y la metáfora parece más que vigente. El poderío económico del gigante asiático dejó de ser hace tiempo una probabilidad para pasar a palparse en la vida cotidiana.

Aunque no se trate de golpear la tierra de manera literal, la década de crecimiento a tasas altísimas, en torno al 10%, y estos recientes años a tasas de crecimiento alto-medio, entre 6 y 7%; su fuerte participación en los principales foros internacionales -donde el G-20 que terminó días atrás en Hangzhou es una prueba- y la apertura de sus empresas a invertir con fuerza en el exterior, han reactivado las alertas que suelen resonar, como sucedió hace unos pocos días en la Argentina, con la presencia cada vez mayor del gigante asiático ya no solo en manufacturas, sino en tecnología, servicios, proyectos de infraestructura e innovación.

Y China va por más y lo dejó bien en claro durante un programa de capacitación que se desarrolló en ese país por 10 días, y en el cual una veintena de referentes políticos, investigadores, representantes de ONGs y periodistas de cuatro países de América latina, incluida esta cronista, visitaron tres ciudades del país, debatieron con funcionarios y referentes del gobierno chino, apreciaron las diferencias culturales y pusieron en perspectiva cuál es el rol que debe adoptar América latina en este mundo globalizado donde China avanza cada día más.

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A primera vista, todo resulta gigantesco. Sea Beijing, la capital política; Shanghai, el centro financiero en el que reside la misma cantidad de habitantes que en toda la Argentina; o Changchun, una urbe de siete millones de personas en el noreste del país, que supo ser la capital de la industria pesada china en los años '50 y '60, atravesó una etapa de decadencia y hoy quiere resurgir de la mano de megaproyectos como una nueva represa hidroeléctrica en las afueras de la ciudad de Jilin; en las fábricas de automóviles, como VW, y en los trenes de la CRRC, donde se fabrican los coches para la línea A del subterráneo de Buenos Aires y formaciones del tren bala para Malasia, entre otras; o los programas de intercambio de estudiantes de la Universidad de Jilin, hasta donde llegaron este septiembre seis universitarios argentinos becados para aprender el idioma chino mandarín y que sueñan con quedarse para completar otras carreras.

Un denominador común tienen las tres ciudades: nunca paran. Desde donde se ubique el visitante, y más si es su primera visita a China, las construcciones de autopistas, edificios residenciales, de galpones de almacenamiento o plantas de generación de energía son postales diarias. Las redes de metro de Shanghai y Beijing son enormes, así como lo es la cantidad de personas transportadas, que este año vieron cambiar la tarifa única (de dos yuanes) para pasar a un esquema por distancia en la que los pasajes oscilan entre los tres y siete yuanes por viaje.

Ciudades que no duermen

Algo que llama la atención de los visitantes, y aún más de los latinoamericanos, es que los trabajos no cesan ni siquiera los domingos. Decenas de personas limpiando las calles, construyendo un puente, plantando flores al costado de las autovías, son postales repetidas. Miles de automóviles, la gran mayoría de marcas occidentales y de alta o altísima gama (Porsche, Ferrari, BMW entre otros), conviven en un caos que parece sincronizado con bocinazos a toda hora y bicicletas y motocicletas eléctricas que hacen del cruce peatonal de calles y avenidas una verdadera aventura.

El control está en todos lados. Cámaras de seguridad dispersas por todos los puntos estratégicos de las ciudades, patrullas de la policía y controles estrictos para acceder a la Ciudad Prohibida o a la tumba de Mao en Beijing son tomadas con naturalidad por los ciudadanos chinos, que pueden resistir horas de cola sin siquiera chistar, para sorpresa de los visitantes.

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Con casi 1600 millones de habitantes, 5% está por debajo de la línea de pobreza fijada por las autoridades chinas. Esa línea implica que para ser considerado pobre y acceder a ayuda estatal se debe tener un ingreso de menos de un dólar diario, casi la mitad del límite establecido por el Banco Mundial para delimitar qué es ser pobre.

Eso hace, según estimaciones de organismos internacionales, que unos 80 millones de personas (para las autoridades chinas la cifra asciende a 55 millones) vivan en la pobreza en la China actual, la mayor cantidad en las aldeas rurales más alejadas de las superciudades que, en total, albergan en la actualidad a alrededor de 300 millones de personas. El Gobierno chino cree que con esas dimensiones, la migración de las personas del campo a los núcleos urbanos actuales es un proceso que se terminó, por lo que debe buscar nuevas alternativas: la mayoría centradas en la creación de nuevas urbes en las regiones hasta ahora menos desarrolladas.

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En un viaje en ómnibus por autopista de dos carriles sin ningún bache a la vista entre Changchun y la ciudad de Jilin, por caso, los miles de kilómetros de llanuras plantados con maíz, arroz y sorgo -principales productos agropecuarios de esa provincia que limita con Corea del Norte- van dejando paso a nuevas ciudades: varias decenas de edificios concentrados que, algunos terminados y otros en construcción, irán configurando nuevos nucleamientos urbanos "chicos" para los estándares del gigante asiático.

Con un plan quinquenal planificado hasta el mínimo detalle (el número 13 desde que comenzó la apertura china a la economía global), el Gobierno en manos del Partido Comunista apunta a lograr en 2021, cuando se cumpla el centenario de la fundación del PC, una sociedad china "medianamente acomodada" en la cual el Gobierno estima saldrán de la pobreza unos 55 millones de chinos y se duplicará el Producto Bruto Interno (PBI) así como el ingreso promedio anual de los trabajadores, en comparación al 2010. "Vivir feliz es la meta del corto plazo y la confianza está puesta en que se podrá cumplir con esa meta", sostiene Guo ChunLi, directora de la Academia del Estudio Macroeconómico de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma.

Pensar el futuro

Pero la mirada china también está puesta en el largo plazo, algo que para sociedades como las de América latina se hace difícil de asimilar. La estrategia asiática establece que para 2049, en coincidencia con el centenario de la revolución comunista, el país podrá contarse entre las naciones desarrolladas del globo. El plan parte de la base de desarrollo en cinco grandes ejes: innovador; equilibrado; verde; abierto y compartido.

Para alcanzar esos objetivos, los planificadores chinos plantearon escenarios con desarrollo distinto al modelo que se impusieron en los últimos 30 años: de los recursos, de la oferta, a la tecnología y el consumo interno como motor principal del crecimiento. Y esto porque consideran que la expansión sobre la base de las exportaciones se encontró con un paredón infranqueable con enfriamiento del comercio mundial y que la inversión, prácticamente toda estatal, había tocado un techo.

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Así la gran apuesta pasa por el consumo interno, que en 2015 explicó el 66% de la expansión de la economía china. El consumismo se ve en todos los rincones: las marcas de lujo, de ropa, automóviles, carteras, relojes, se tornan habituales en los paseos por Beijing, Shanghai y Changchun; los shoppings proliferan, los hoteles de lujo también, las publicidades de productos tecnológicos desbordan.

Riesgos occidentales

Y allí es que aparecen los riesgos occidentales para el gigante asiático: un crecimiento mucho más acelerado que otras economías para alcanzar el desarrollo, con una más que pujante clase media urbana y un envejecimiento poblacional que llevó a las autoridades comunistas a dejar de lado su estricta política de más de tres décadas por la cual los matrimonios no podían tener más de un hijo, justo en un momento en que el casamiento dejó de ser la prioridad para las nuevas generaciones de mujeres chinas. En ese marco, asegurarse la mano de obra futura pasó a ser vital para el gigante asiático: en los últimos tres años, la población económicamente activa cayó de 69,2%, en 2012, a 66,7%, en 2015. "Este es un nuevo desafío que el gobierno chino sigue con atención", explicó Guo ChunLi.

En esos riesgos, la paciencia oriental lleva a los chinos a mirar las experiencias de países desarrollados como los de la Unión Europea o los Estados Unidos, y también la experiencia en América latina, que comparte con Asia las posibilidades de desarrollo, aunque los caminos para lograrlo aparecen más que distantes. Con los objetivos en marcha, China monitorea los imponderables para no desviarse del camino, mientras refuerza su presencia internacional en el marco de la gobernanza mundial, con fuerte presencia en el G-20; estimula a sus empresas a invertir en el exterior; a la vez que busca captar capitales extranjeros, seleccionando a aquellos que se ajusten a las necesidades de su mega economía.

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