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Amor y negocios que van de la mano

Están casados, conviven y además apostaron por trabajar juntos. A días del festejo de San Valentín, tres parejas emprendedoras se remontan al inicio de sus historias y revelan su fórmula.

A Guillermo Casarotti no le fue fácil dejar su cargo en una multinacional y convencer a su mujer, Anne-Sophie Coisne, sobre emprender juntos. Sin embargo, la decisión llegó en 2003. Renunció y se aventuró a un proyecto con el que fantaseaba hacía tiempo: vender tés gourmet.

"Siempre quise tener algo propio. Tras realizar un MBA en Cornell University, Estados Unidos, y pasar por grandes compañías, se alinearon tres fenómenos: el contexto local de 2001, mi crisis de los 40 años y un encuentro con la famosa tea blender Inés Berton", dice Casarotti. Así fue como dejó su puesto de gerente de Marketing "de un producto que facturaba más de u$s 300 millones".

"No lo dudé. Era el momento y el mercado correcto", recuerda. "Lo único que había era un sueño. No teníamos marca ni oficinas. Pero el deseo era tan fuerte que nos empujó a dejar mi estabilidad laboral y encarar desa- fíos distintos a los que estaba acostumbrada mi mujer, que venía del mundo del arte", relata el entrepreneur que se encarga de la gestión comercial de la empresa, Inti Zen, mientras que Coisne se aboca a "la parte creativa".

Él es uruguayo y ella, francesa. Se conocieron en una isla de Grecia hace 30 años y se casaron en un pueblo medieval francés. Hoy, residen en la Argentina con sus cuatro hijos. Desde la firma, producen más de 1 millón de saquitos de té al mes y llegan a más de 4.000 puntos de venta, entre cafés, restaurantes, locales, supermercados y hoteles.

Pese al reconocimiento logrado, el camino fue arduo. "Costó llevar la iniciativa a la realidad. La imaginábamos de una forma, pero cuanto más avanzaba su desarrollo, más se desfiguraba la idea inicial. Habíamos renunciado a un ingreso mensual. ¡No había vuelta atrás, tenía que funcionar!", afirma Coisne. Según el matrimonio, la complicidad entre ellos fue fundamental. "Nos ayudó a atravesar momentos complicados", sostiene Casarotti, que prevé facturar este año u$s 1,5 millón. "No creo en una fórmula universal, pero nos sirvió hallar roles para complementarnos en lo profesional", expresa él, a lo que ella agrega: "Tenemos como regla no discutir temas delicados en casa, los dejamos para la oficina. Nada es más urgente que la armonía, ya que volcamos el esfuerzo en un emprendimiento mayor: la familia".

Calzado con impronta rioplatense

Otro caso que combina amor con trabajo es el de Horacio "Hache" Caillaud y Luz Bauzá. Hace nueve años que están juntos y hace cinco que apostaron a un espacio dedicado al universo masculino. Terrible Enfant produce unos 300 pares de zapatos por mes de diseño sofisticado y confeccionados a mano. "Nos planteamos lograr el mejor calzado de hombre de la Argentina, lo que requiere un compromiso y la mejora permanente", dice Caillaud.

La propuesta, además, busca romper con el clásico estilo de cuero marrón y negro, tan instalado en la sociedad porteña, sin dejar de lado la impronta rioplatense. "Tiempo atrás, tuvimos un casamiento y 'Hache' no tenía zapatos para usar ese día. No había ningún lugar donde comprar de calidad y que nos gustara. Investigamos el mercado y avanzamos. Con mi escasa experiencia en el rubro como diseñadora de Indumentaria y Textil y la formación de 'Hache' en Administración y Finanzas, armamos la primera colección", indica Bauzá.

Empezaron en un showroom en Palermo, en 2016 abrieron un local en la calle Arroyo y ahora lanzaron su tienda online que vende por menor y mayor a todo el país.
En cuanto a cómo conjugan lo laboral y lo afectivo, Bauzá cuenta que la vorágine diaria los hace estar "muy enchufados con el trabajo", pero que, aún así, siempre se hacen lugar para ellos. "Nos retroalimentamos y eso hace prosperar a la empresa. Lo negativo de tener un negocio de este tipo es que si no lo separás de lo personal, te puede ocasionar problemas", añade, mientras descarta la posibilidad de que cualquier pareja pueda tener un proyecto comercial en conjunto. "Depende de los códigos que manejan", opina. "Fundamentalmente, hay que darle espacio al otro para crecer más alla de la pyme. Tenemos definidas las fortalezas y las debilidades de cada uno para formar un buen equipo", remata Caillaud.

Victoria Arrieta y Pablo Galuppo también son un ejemplo de "socios en el amor". En 2004, se gestó el proyecto que unió a estos creativos autodidactas. Originalmente funcionaron como agencia de branding, trabajando para importantes marcas nacionales e internacionales. En la actualidad, Monoblock plasma la obra de ilustradores entre ellos, Liniers, Power Paola y Ana San Felippo en distintos objetos, aunque a Arrieta le gusta definirla como "la fábrica de la imaginación".

"Creamos productos para la vida cotidiana a partir de contenidos que inspiran. No importa si se trata de libros, agendas, cuadernos ilustrados, cosas para decorar la casa o accesorios personales. Todo es diseñado desde esta premisa", explica Arrieta, que el año pasado inauguró su tercer local y el primero fuera del país en Lima, Perú. Para ellos, la clave fue entender que la empresa no son "ellos dos", sino un "tercer ente". "Tiene un propósito propio y debe valerse por sí mismo", afirma. Por eso, según Galuppo, definir áreas de responsabilidad evita discusiones y que se superpongan las actividades.

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