Una propuesta para el Club de París: canje de deuda por tecnología

El Gobierno ha iniciado un nuevo acercamiento con el Club de Deudores agrupados en el Club de París para regularizar el pago de la deuda que Argentina tiene con miembros del mismo y que están en default desde el 2001 (unos u$s 10.000 mm entre capital e intereses devengado y/o punitorios).
Entiendo que una estructuración imaginativa de la forma de pago, puede ser utilizada como un catalizador para la innovación tecnológica de avanzada. Pese a esfuerzos gubernamentales y de ciertas empresas nacionales que promueven la innovación mediante inversiones en I+D está lejos de ser un innovador de punta en nuevas tecnologías salvo notorias excepciones.
La propuesta es realizar lo que en finanzas se llama un canje debt to equity, es decir convertir una parte menor de la deuda (digamos un 2%, es decir u$s 200 mm) en capital cuyos titulares serán los gobiernos acreedores de Argentina (fundamentalmente Alemania, Japón, USA, Holanda y España). Estos u$s 200 se destinarían a formar 10 fondos de Venture Capital (de u$s 20 mm c/u) cogerenciados por Fondos de Capital de Riesgo de trayectoria internacional junto a capitalistas de riesgo nacionales que co-invertirán en start-ups y empresas tecnológicas argentinas con proyección global.
La propuesta apunta a remediar dos fallas estratégicas en el sistema de innovación nacional. La primera, la falta de creación de empresas destinadas a ser globales (born global). Esto es así, pese a la alta propensión argentina a crear nuevas empresas (llamados en la jerga financiera start-ups) que coloca a Argentina en los primeros puestos de empreendedorismo. Pero pocas o ningunas de ellas están diseñadas y destinadas a ser jugadores globales, o lo que Endeavor, una fundación dedicadas a promover el empreendedorismo, denomina emprendedores de alto impacto. Para ello parte de la deuda canjeada se destinará a colaboración entre universidades argentinas y extranjeras, creando programas de formación de emprendedores que adquieran los conocimientos, contactos y habilidades para navegar las aguas del océano tecnológico global.
La segunda falla corresponde al exigüo tamaño de la industria de capital de riesgo argentino. Aunque a nivel local los datos escasean, según un artículo de fines del año pasado en el semanario Apertura, Silvia Torres Carbonell, Directora Ejecutiva del Centro de Entrepreneurship del IAE y académica en esa casa de estudios, señala que los fondos disponibles en Argentina rondarían los u$s 60 mm con tres firmas de capital de riesgo. Esto contrasta, dice Torres Carbonell con, por ejemplo, el mercado de VC de Chile que agrupa 21 fondos que combinados, reúnen un capital de u$s 410 millones. Esto en una economía cuyo PBI es poco más que la mitad del de Argentina, lo que denota nuestro atraso relativo en el tema.
Estos números palidecen si se los compara con el líder mundial en inversiones de VC, Estados Unidos, donde las inversiones de capital de riesgo ascendieron según la National Venture Capital Association sólo en 2013 a la extraordinaria cifra de u$s 20.000 millones. En este país, los nombres de empresas que se iniciaron con un aporte (en general bastante modesto) de un fondo VC asombra. Desde hoy gigantes en el sector de semiconductores como Intel o Cisco, a firmas de hardware como Apple, de software e internet como Microsoft, Oracle, Google, Ebay, Facebook o firmas que innovaron la forma de hacer las cosas en negocios tradicionales como Federal Express o Starbucks. La lista sigue, y el VC se aventura en nuevas tecnologías como biotecnología, energías renovables, o la prometedora nanotecnología.
Ante la creciente interdependencia del sistema tecnológico de innovación mundial, salta a la vista la importancia de desarrollar un ecosistema emprendedor de alta calidad de nivel global. Esto conjuntamente con un sector de Venture Capital acorde que lo acompañe financiándolo en su crecimiento. Ambos son sectores estratégicos para un crecimiento económico de calidad, y transformar a Argentina en una economía innovadora e insertada en la generación de conocimientos científicos aplicados a empresas tecnológicas globales. Una negociación creativa con el Club de París permite pensar que esto puede hacerse realidad.
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