La Argentina le ladra al árbol equivocado

En la vida política y en las relaciones internacionales hay episodios que evocan la ficción de los escritores olvidables. En estos días resulta difícil entender por qué el gobierno decidió creer que era útil, heroico o significativo comprar pleitos y responsabilidades que muy pocos países estarían interesados en ejercer dentro de un organismo como la OMC, al que injustamente se le menoscabó el oxígeno y el carisma. La Casa Rosada no se alineó con el bando equivocado, sólo hizo la novatada de prestar oído a quienes no parecen saber dónde y cómo conviene administrar los pocos recursos negociadores que tiene el país.
No son muchos los analistas nacionales que ven cómo se esfuman las viejas lealtades por razones hepáticas, un síndrome para el que no hay remedios confiables. El actual gobierno de Donald Trump maltrata a destajo y sin motivo a los históricos aliados de Washington del calibre de Alemania, Australia, México y Canadá, haciendo gala de la misma frivolidad que usó el gobierno kirchnerista para agredir al imperialismo uruguayo y enojar al resto de nuestros tolerantes vecinos. Y si bien es muy importante y loable el esfuerzo oficial por reconquistar amigos, resultaría aún más importante comprender por qué la amistad no alcanza para generar la ebullición de inversores y de comercio.
Por desgracia, muchas naciones que fueron puntales de la OMC, y del Grupo de los 20 (G20), hoy parecen dispuestas a ningunear un foro que durante 70 años sirvió para establecer y administrar las reglas, siempre perfectibles, que facilitaron el sostenido crecimiento del comercio y el desarrollo del planeta, contexto que ayudó a promover el fulminante ascenso de las exportaciones de los países menos avanzados. El comercio exterior se convirtió en una verdadera fábrica de divisas. Así, mientras grandes traders como China e India aportaron el 63% del crecimiento económico mundial, los 35 países de la OECD sólo agregaron el 25% de esa expansión.
La nueva ola anti-globalización reconoce el impulso de la dirigencia que emergió en Estados Unidos y en varias naciones de Europa occidental, donde los políticos apuestan al populismo de derecha como si sólo el populismo de izquierda fuera malo y como si no hubiera quedado memoria de cómo esas mismas recetas ayudaron a ensamblar la Segunda Guerra Mundial. Si alguien piensa que esas cartas brindarán una genialidad negociadora, también le convendría pensar en la permuta de sus asesores de política comercial por un buen psiquiatra.
Haber asumido el compromiso de ser sede de la undécima Conferencia Ministerial (CM) de la OMC, cuyos trabajos formales (11 al 14/12/2017) e informales se efectuarán en la Ciudad de Buenos Aires durante la primera mitad de diciembre próximo, no es una aventura de bajo precio. Y aunque no todo el gobierno ovacionó la propuesta, el caso está cerrado. En adelante sólo queda bailar con quien nos toque, hacer otro ejercicio de control de daño y esclarecer los hechos.
Por lo pronto, es interesante computar que últimamente fue China y no el capitalismo Occidental quien salió a reivindicar la importancia de retener y fortalecer la OMC. El presidente Donald Trump desarmó de varios tweetazos los mega-acuerdos de Comercio e Inversión Transpacífico y Transatlántico, lanzó a tambor batiente una confusa y activa renegociación del Acuerdo NAFTA entre Estados Unidos, Canadá y México e hizo alusiones poco amigables respecto de la negociación multilateral. El resto del planeta aún no reaccionó en forma orgánica, salvo una declaración de la UE incitando a la responsabilidad.
Cuando uno repasa el inventario de lugares donde se realizaron las diez Conferencias Ministeriales anteriores de la OMC, advierte que casi todos los países de la OECD (excepto México, y con gran desgano Estados Unidos) le sacaron la cola a la jeringa al abrirse los debates de candidatura. A la mayoría nunca los sedujo la noción de pagar el costo político de disolver a manguerazos las manifestaciones financiadas por algunos lobbies proteccionistas de los grupos anti-globalización del primer mundo. Si bien los ruidos de estos grupos han menguado, no sería astuto descartar que el evento porteño reporte la presencia combinada de bochincheros rentados de importación y manufactura local.
La diplomacia también sabe que ejercer la condición de país sede de la OMC supone dar tácita prioridad a la noción de forjar consensos y sacar algún resultado para hacer prensa y política, lo que puede implicar un fuerte y sustantivo deterioro de la agenda de intereses que tiene el país en el marco de esa Organización. Hasta ahora los esfuerzos del Director General de la OMC, Roberto Azevedo, por armar una agenda positiva para la reunión de Buenos Aires, no arrojaron un saldo espectacular. Salvo un milagro, nadie espera que la Conferencia sea un hito del Sistema Multilateral, por lo que cabe remar para que tampoco devenga en resonante fracaso.
Pero, en cualquier caso, nuestro gobierno no debería quedarse mudo ante los proyectos que vienen circulando sobre nuevos o mayores subsidios o la aparición de otras formas de menoscabo a la liberalización global de la agricultura. Ese silencio equivaldría a tirar por la ventana treinta años de sólidos e inteligentes esfuerzos nacionales.
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