El padecer de España e Irlanda puede enseñar a la Argentina

Cuando lo que se caracterizaba como milagro deviene en mito, y una supuesta virtuosidad financiera torna en fragilidad y el crecimiento sostenido en burbuja, conviene reflexionar sobre qué cosas en el mundo estaban sostenidas sobre bases sólidas y cuáles sobre bases riesgosas.
Así, parece pertinente analizar sucintamente dos casos emblemáticos: Irlanda y España, lo cual nos permitirá pensar sobre la situación actual de nuestra economía.
Irlanda creció en los últimos 30 años a una tasa promedio de 5%, y el ingreso per capita se sextuplicó. A fines de los 90, el desempleo era menor al 5% y la deuda pública alcanzó pronto el 30% del PBI. Su receta fue virtuosa y sostenida en el tiempo: fuerte desarrollo de tecnologías de la información y comunicación, gran estímulo a la inversión extranjera, eliminación de obstáculos para la creación de nuevas empresas, elevada inversión en ciencia y tecnología y un prolongado acuerdo social. Esto incrementó notablemente la productividad y la competitividad del país: escaló de la décima posición en el ranking de competitividad del IMD en 1997, a la quinta en el año 2000.
Aunque Irlanda sigue siendo hoy uno de los mayores centros tecnológicos y una plataforma de exportación de la industria informática y farmacéutica, la crisis generó un desempleo que ronda el 15%, y una deuda que supera el 100% del producto. ¿Qué ocurrió para que el milagro irlandés sucumbiera tan dolorosamente?
Sucede que pasó de un modelo de crecimiento basado en exportaciones a otro basado en el consumo de durables e inmuebles. Cuando Irlanda ya debía converger, por el año 2000, a los parámetros de crecimiento comunitario continuó creciendo a tasas del 6% gracias al crédito fácil y el boom inmobiliario. Pero estos últimos datos no se correspondieron con mejoras en su competitividad: su caída se reflejaba no sólo en los crecientes indicadores del costo laboral sino también en el ranking del IMD -entre 2000 y 2007 cayó nueve posiciones, mientras que Alemania sólo tres.
El superávit en cuenta corriente se puso en rojo en los primeros años del nuevo siglo. Y una deficiente regulación del sistema financiero fogoneó la burbuja inmobiliaria. Así, Irlanda pasó de un crecimiento competitivo a otro riesgoso.
Con la crisis, el agujero de los bancos y depositantes fue transformado en deuda pública y en una fuerte austeridad fiscal. El sistema bancario continúa en terapia intensiva. Por otro lado, ser parte del Euro le impide a Irlanda aplicar una devaluación que compense su pérdida de competitividad con sus socios comerciales de aproximadamente 37% desde 1999 hasta el 2008 por el aumento relativo de precios y costos.
En esencia, una política macroeconómica cortoplacista de alto riesgo destrozó las anteriores políticas a favor de la productividad y la competitividad. La reciente derrota del partido gobernante patentizó los costos políticos de la estrategia de tomar altos riegos en pos de un crecimiento miope.
El caso de España es, en parte, similar pero sin el sesgo exportador ni el shock de productividad de los celtas. A pesar de no contar con sectores exportadores fuertes, con niveles de productividad laboral un 30% inferior a los de Irlanda y niveles de competitividad estancados, España por muchos años consiguió mantener la balanza comercial y la cuenta corriente ordenadas. Al igual que Irlanda, el panorama cambió desde los años 2000: expansión del crédito poco prudente y burbuja inmobiliaria, conformaron, junto con su ininterrumpida pérdida de su competitividad, una combinación riesgosa que terminó en crisis. También un gran déficit externo fue la contracara de incrementos anuales del PBI de más de 3,6% desde el 2000 hasta el 2007.

¿Y por casa cómo andamos?

Luego de la salida de la Convertibilidad, logramos encausar la macroeconomía de un modo virtuoso que, no sólo permitió reducir los niveles de desempleo y pobreza, sino que dejaron al país con un esquema flexible y pocos riesgos. A su vez, la administración del tipo de cambio permitió, con el mantenimiento de superávit primarios elevados, sostener una cuenta corriente superavitaria.
Pero los grados de libertad en el manejo cambiario y dicho superávit se van a perder (a pesar de términos de intercambio en niveles récord), no por adherir a una moneda única como en el caso de los europeos, sino por una inflación alta y creciente que no puede encausarse sin un programa de estabilización creíble. La actual ancla cambiaria de facto presagia turbulencias y los problemas de competitividad irán ganando terreno paulatinamente en distintos sectores productivos.
Y lo relevante: ¿cuánto hemos avanzado en instituciones, tecnología, procesos de producción y comercialización, innovación, sistemas de infraestructura y logística, todo para dar un salto cualitativo de productividad y competitividad no cambiaria? Escribí el libro Competitividad para la prosperidad para mostrar que poco. Nótese que desde 1997 nuestra competitividad, según el ranking citado, experimentó desmejoras constantes manteniendo el puesto 55 entre 58 países, con severas carencias en las áreas de eficiencia del gobierno, mercados, e infraestructura.
En estas condiciones, un excesivo estímulo al consumo deja a la saga la modesta evolución de la oferta, y la inflación emerge como equilibrador del descalce. En Irlanda y España, durante el nuevo siglo, los estímulos cortoplacistas de alto riesgo generaron inconsistencias en los mercados financieros e inmobiliarios. En Argentina, estos estímulos que generan el sobre-crecimiento riesgoso subestiman los costos económicos y sociales futuros que deberemos soportar cuando debamos encarar las medidas para atemperar la aceleración de los precios y la resultante pérdida de competitividad.
Sería conveniente actuar rápidamente antes de que el sistema financiero, el productivo o el ingreso real de la gente (o todos ellos sistémicamente) comiencen a ser la nueva fiebre del sistema.

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