Jorge Pablo Brito: "El día del descenso supe que tenía que hacer algo por River"

El Gerente general de Banco Macro se presentará en las elecciones del año que viene para ser el próximo presidente del club.

“Tenemos que pasar febrero”. Es el día de hoy que Jorge Brito recuerda la impresión que le causaron esas cuatro palabras. Su padre, el dueño del Banco Macro, charlaba con su tío, Ezequiel Carballo, en plena furia del Tequila. El tenía 16 años y se había instalado ese verano en el banco con los libros del colegio. “Me había llevado varias materias y mi papá me dijo que no pensaba pagar profesores particulares. Así que me iba al banco a estudiar y escuchaba lo que se decía en las reuniones. Vos no hablés pero escuchá, me decía mi viejo”.

El tiempo les daría la razón. Sería una crisis profunda pero corta. Hoy, como directivo ejecutivo y gerente general de la entidad, Brito valora la frialdad precisa de aquel diagnóstico. Pero lo que se impone es la admiración de aquel chico que sin saberlo ya iba camino a convertirse en banquero. “De mi padre y de mi tío fue de los que más aprendí. Cómo se manejaban en situaciones límites y ciertos gestos con los clientes”, reflexiona Jorge.

De chico, no obstante, quería ser ingeniero agrónomo. “Teníamos campo en Salta y me gustaban mucho los animales”, confiesa. Para cuando terminó el secundario, los planes ya eran otros pero no contemplaban todavía al banco. “Me acuerdo que le dije a mi papá que me quería tomar un año. ¿Y de qué vas a trabajar?, me preguntó. Y yo le dije: no tengo pensado trabajar con vos. Entonces me dio treinta días para buscarme un trabajo o un lugar para vivir. En casa vagos no mantengo, me aclaró”.

Arrancaría entonces un entrenamiento que lo hizo rotar por varios puestos. Y la pasión por el negocio finalmente prendió. “Empecé como cadete y pasé seis meses en cada parte de la sucursal, desde la caja hasta el tesoro. Al principio era más un pasatiempo. Pero cuando me pasaron a la mesa, ahí me agarró el fanatismo por aprender”, reconoce sentado en su oficina con un fondo de portarretratos y recuerdos que cuentan otras tantas historias en paralelo.
“Fue una época emocionante pero cuando creí que lo sabía todo pasé a retail”, señala. En 1999, Macro había adquirido el Banco de Salta y no mucho antes, el de Jujuy. Con 19 años, Jorge dejó entonces Administración de empresas después de dos años y partió a Salta, donde lo sorprendió el 2001.

“Era un 30 de noviembre a las tres de la tarde. El corralito ya era un hecho. Mi viejo me dijo: te necesito acá. Yo me fui con una mochila porque creí que era por una semana. Fue realmente muy duro. La situación del banco era buena pero era difícil ver cómo el país se venía abajo”, recapitula.

Enseguida, quedó a cargo de dos proyectos que ayudarían a reinventar al Macro tras la crisis. “Por un lado, estaba la expansión inorgánica, para lo que se armó un equipo de compras. Y por otro lado, estaba la salida a bolsa, que se concretó en mayo del 2005”, explica.

Cuando Brito entró al Macro siendo un chico, el banco tenía 70 empleados. A los tres años ya sumaba 1.200 y hoy tiene 7.500. Frente a la posta generacional, define con mucha convicción: “Prefiero mantener el 7% de market share que tiene el banco hoy en un país grande que el 15% en un país quebrado. Mis aspiraciones no son sólo con el banco sino a nivel país”.

Pero Jorge tiene otro proyecto por estos días. Basta mencionar a River para que se encienda con la pasión de las cosas que nos pueden. En 2013 planea presentarse a las elecciones del club como cabeza de la agrupación Soy de River, en la que lo acompañan algunos personajes conocidos como el Yankee Martin, Mariano Zabaleta y Magui Aicega. “El día del descenso, cuando volvíamos de la cancha, en el auto nadie decía nada. La gente no estaba preparada para algo así. Si no hubiera estado el obispo Casaretto con nosotros creo que hubiera pateado el auto y lo hubiera abollado. Me acuerdo que Mateo, mi hermano, que tenía 16, me preguntó: ¿y ahora qué? Y yo traté de explicarle que fueron al menos cuatro años de hacer las cosas muy mal. Que no es un árbrito el que te manda a la B”, explica.

La intensidad del hincha asoma debajo de la superficie atildada del banquero. Y es una emoción que viene de lejos. “Mi viejo no me llevaba a la cancha, más bien yo lo llevaba a él. Le insistía tanto que terminó comprando el palco que todavía tenemos hoy, hace ya casi 20 años”, comenta.

Pero con Brito padre comparte otras pasiones. Justo detrás suyo, en el mueble de la oficina, unos guantes de boxeo del Chino Maidana dan una pista. “Es algo que heredé de mi papá. Todos los hermanos boxeamos en realidad. Y de hecho, dos de los cuatro fueron amateur”, apunta Jorge, quien también juega al golf desde que entró al banco y que desde los seis años jugó al rugby en San Isidro.

Pero tiene otro escape. Un espacio, intuyo, donde no es banquero ni es un Brito. Y que lo conecta incluso con ese gran relato omnipresente que es toda familia. “Piloteo aviones igual que mi papá. Lo hacemos por hobby pero mi abuelo, Napoleón, era aviador de la Fuerza Aérea. Murió cuando mi papá tenía 12 años. Yo lo conocí en realidad a través de mi abuela, que me contaba las historias de cuando hacía acrobacias e iban a verlo el 9 de julio. Era una época en que pertenecer a la Fuerza Aérea te daba status social. Puedo decir que es un ídolo que nunca conocí”, señala.

“Cuando tengo que viajar, piloteo yo. Lo hago al menos una vez por semana. Me subo y por una hora y media o dos horas, con Christian mi copiloto, en la cabina no se habla ni del dólar ni de la familia. Sólo de aviones”, explica.

Se nota que Brito es un hombre reservado, incluso parco. Pero no le corre el cuerpo a ninguna pregunta. Ni siquiera sobre su boda en diciembre. “La fiesta se me pasó muy rápido, se me hizo muy corto. Es un lugar común, pero el mejor momento fue cuando se abrió la puerta de la capilla en Carmelo y la ví”, afirma. “Toda la vida dije que quería una familia grande pero hoy no entiendo cómo hizo mi mamá. Seguramente seis no vamos a ser”, reconoce. Y sonríe con ganas. Como sonríe quizás allá lejos, en el “tiempo fuera” de la cabina.

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