Facundo Gómez Minujín: "De chico soñaba con un trabajo que me hiciera conocer el mundo"

Hace 16 años que trabaja en JPMorgan. Presidente de ArteBa, confiesa que lo sedujo la idea de hacer algo que no tuviera la presión de lo económico.

La severidad de John Pierpont Morgan domina la sala. Desde ese mundo sin tiempo de las fotografías, congelado en blanco y negro, mira con una intensidad que impone silencio. Más acá, la vieja esquina de 23 Wall Street, sede emblemática de la estirpe Morgan, invoca aquellos días con una nostalgia sepia que transporta. La sala empieza a llenarse de fantasmas cuando Facundo Gómez Minujín atraviesa la puerta. Y la calidez de su saludo rompe el hechizo. Estamos de vuelta en el piso 25 de una de las torres de Retiro. Afuera, el río espléndido lo confirma.
Según me cuenta mi mamá, de chico decía que quería un trabajo en el que pudiera viajar mucho, revela el responsable de JPMorgan ya en su oficina. Y fue de hecho esa misma vocación de mundo la que puso en marcha el rosario de coincidencias que late en toda buena historia. Mi abuelo materno era médico y allá por los años treinta o cuarenta decidió que quería conocer el mundo y se hizo médico de a bordo. Pensá que en esa época no existían los aviones. Y resultó ser que el capitán del barco en el que trabajaba era mi abuelo paterno y a través de ellos se conocieron mis padres, comparte.
Antes que nada, sí, Gómez Minujín es hijo de la artista plástica Marta Minujín. Y su padre es el renombrado economista Juan Carlos Gómez Sabaini. Los dos mundos están en mí, aunque creo que predomina lo racional más que lo creativo, confiesa. De todos modos, Gómez Minujín también está relacionado con el arte. Hace ya 13 años que empecé en ArteBa. Me acuerdo que cuando me lo propuso mi amigo yo ni siquiera sabía qué era. Pero me gustó la idea de hacer algo que no implicara ganar plata ni tuviera la presión de lo económico. Además, ésta es la única vida que tenemos y me parece importante cultivar distintas facetas, explica quien preside hace cuatro años la Fundación ArteBa.
Pero para cuando terminó la carrera de abogacía en sólo tres años y medio la ilusión era otra: irse a estudiar afuera. Mis padres habían conocido en la playa a Stephen Darch, que era gerente general de JPMorgan y él les sugirió que me pusiera en contacto con Emilio Cárdenas, que tenía al banco como principal cliente, recuerda. Cárdenas era profesor de la Universidad de Illinois y me dijo, entrá a mi estudio y después de un año, te consigo una beca.
Así fue como hizo su Master en Estados Unidos para entrar a trabajar después al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington. Era el abogado más joven y me tocaban entonces los países más chicos. Estuve en Guyana, Trinidad y Tobago, Barbados, comenta. De Guyana recuerdo el calor tremendo, las aguas negras del Orinoco y el hecho de que cuando llegabas con el avión, ni siquiera se veían luces. La gente, de hecho, viajaba con animales en el avión, rememora. Fueron tiempos de adrenalina e inclusive algo de peligro. En Perú era la época de Sendero Luminoso y no era fácil. Ibamos con nombres falsos, cambiábamos de hotel todo el tiempo y negociábamos en bares, apunta. Pero las misiones se alternaban con la residencia en Washington, para muchos, dice, un gran hotel de lujo.
Después de un paso por el estudio Hughes & Luce en Dallas, en el 92 Gómez Minujín decidió volver a la Argentina. Y recaló una vez más en el estudio de Emilio Cárdenas para la época en que asumía como embajador ante la ONU. Estuve un par de años y pasé a la parte legal del banco. Me acuerdo que dije, entro por dos años nada más y vuelvo al estudio. Y acá estoy. Ya pasaron 16, saca la cuenta. La abogacía tiende a ser una profesión aburrida, demasiado formal. En el banco el ambiente es más dinámico, más internacional y se está más cerca de entender lo que pasa en el mundo, explica.
La presencia de JPMorgan en la Argentina no cambió tanto en este tiempo. Pasamos de 120 empleados a 154. Desde un punto de vista numérico, no hay tanta diferencia. Y el negocio de investment banking es básicamente lo que tenemos hoy. Pero de acá a dos años va a ser muy distinto. Hay una estrategia de expansión internacional y vamos a pasar de 154 a 300 personas, anticipa.
Después del 2008, JPMorgan es una marca más poderosa. El banco fue uno de los menos afectados por la crisis. De hecho, no tuvo ni un trimestre en rojo. Ahora hay un exceso de capital y se van a dedicar 1.000 millones de dólares a crecimiento orgánico. Hoy el 75% de los ingresos provienen de Estados Unidos pese a que el banco está en 60 países, explica.
En medio del trajín, Gómez Minujín cuenta que se hace tiempo para jugar al squash dos veces en la semana de 7 a 8 de la mañana, lo que suena a proeza. Y una tercera vez los fines de semana. Casado con Brenda McCormack, todavía conserva una carpeta con cientos de cartas que se mandaban cuando él estaba en Estados Unidos y mantenían una relación a distancia. No había mail todavía. Así que usábamos papel aéreo, que era más liviano. Y nos escribíamos todas las semanas.
Hoy viaja unas cinco o seis veces por año. En 2010 recibió al CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, que vino al país por primera vez. Me llevó trabajo convencerlo. Estuvo dos días y quedó muy impresionado. Creo que tenía una imagen peor de lo que era. Me cuentan que después le decía a todos sus senior manager en Nueva York que tenían que viajar a la Argentina.
La charla entra en su último movimiento. Y ya se presiente una clausura. Relajado y amable, Gómez Minujín comenta que acaba de volver de China. La cita era un seminario para inversores en Beijing que organizaba el banco. Lo que más me sorprendió fue la escala. China es un mundo en sí mismo. Para los chinos no existe nada fuera de China, comenta entusiasmado.
En algún lugar, aquel chico que soñaba con viajar debe estar sonriendo.

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