Con menor inflación, el sueño de la casa propia no necesita de la política

Condición necesaria pero no suficiente, la política sigue empujando con insuficientes dosis de éxito el carro de los créditos hipotecarios. Huelga decir que es meritorio cualquier impulso y el proyecto lanzado ayer por la presidenta Cristina Fernández va en este sentido ya que, en definitiva, la familias que se beneficien de los distintos programas de viviendas podrán ver cumplido su sueño. De todas formas, todavía resulta poco alentador el escenario actual, si se pretende reinstalar las condiciones económicas y financieras necesarias para tener un resurgimiento legítimo del crédito.

A pesar de los numerosos esfuerzos de la banca pública y privada, la perenne desconfianza en el sistema financiero local profesada por el público con posibilidad de ahorro y heredada de la crisis de principios de la década ha debilitado el sistema de la financiación a largo plazo. En rigor, así como existen productos considerados de lujo para los argentinos, el dinero a largo plazo es precisamente esto, un bien escaso con un precio elevado. A la vez, el escepticismo en la moneda local, sumado al cortoplacismo de los depósitos (derivado de esto último), la inflación y el espasmódico ritmo normativo que regla la economía, conforman un cóctel indigesto.

Resulta paradójico entonces que el Gobierno se esmere en recrear el crédito hipotecario cuando, por otro lado, han sido baldíos los escasos esfuerzos para aplacar la inflación en un contexto internacional que, es cierto, no ayuda y pone presión a las monedas. En rigor, uno de los argumentos más corrosivos para cualquier familia que intente tomar un crédito es que, con inflación creciente en pesos argentinos y una devaluación potencial que acumula retraso vía pérdida del superávit comercial, la ecuación resulta imposible y peligrosa. A esto se suma un dato no menor: la mayor propensión a gastar ampliando la cantidad de bienes durables por parte de las familias, el aumento del gasto público, la emisión monetaria y las bajísimas tasas de interés todo genera un nulo incentivo a ahorrar. Aunque exista la combinación de crédito hipotecario más accesible y voluntad política, hará falta mucho más para salir de este déficit.

En este sentido, tanto la tasa fija como la tasa variable que se ofrece hoy en el sistema comprometen a la persona que piensa en tomarlo. Sin embargo, puestos a elegir, si bien nunca es financieramente conveniente endeudarse a una tasa fija (de mercado) del 22%, la comparación con la tasa variable en función de la historia reciente y de los vaivenes registrados hace que la primera opción sea comparativamente mejor que la segunda, ya que reduce la incertidumbre. Como se dijo, hay que reconocer el esfuerzo de la banca pública y del Estado, que van a prestar a tasas reales negativas lo que podría provocar una descapitalización de los fondos utilizados. Pero no hay que ser inocente al hacerlo: el gran déficit habitacional es una demanda incandescente y cualquier anuncio que busque una solución desde el atril y no a través de la batalla para ganar confianza en la moneda local, aunque sea superficial, genera, rédito en el corto plazo, pero impotencia a largo. Es necesario que se trabaje en brindar señales claras. Sólo así volverán los ahorros y con ellos el crédito.

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