Unilever era un acuerdo demasiado extremo para Kraft Heinz

Las ganancias tendrán muchas cualidades positivas, pero todavía no tienen derecho a voto. Los trabajadores sí, y los políticos los escuchan. Es probable que a fines de la semana pasada haya habido cierta ansiedad en Londres y Amsterdam cuando surgió la noticia de que Kraft Heinz estaba preparando una oferta para quedarse con la compañía de consumo masivo angloholandesa Unilever, que emplea a 169.000 personas en todo el mundo.


Ningún ministro de ninguna ciudad se ilusionaba con que el plan de adquirir Unilever persiguiera otra cosa que recortar costos y eliminar puestos de trabajo. Eso es simplemente lo que hace Kraft Heinz, y Unilever con márgenes que van a la zaga de sus competidores, es un blanco jugoso.

En 2012, cuando eran grupos separados, Heinz y Kraft -ambas compañías estadounidenses de alimentos envasados- tenían juntas ingresos apenas inferiores a u$s 30.000 millones, un margen de ganancias operativas de 15%, y empleaban 55.000 personas. A principios de 2013, 3G Capital, un fondo de inversiones, y Berkshire Hathaway de Warren Buffett se unieron para adquirir Heinz. Luego, apenas empezó 2015, Heinz tomó el control de Kraft.


A fines de ese año, a seis meses de haberse fusionado las dos compañías, las ventas conjuntas habían caído un poco pero el margen había subido a 21%. Kraft Heinz también tenía cerca de 13.000 trabajadores menos de los que empleaban ambas firmas antes de combinarse.

No se sabe exactamente por qué 3G y Berkshire decidieron retirar su oferta durante el fin de semana. Quizás, frente a la firme resistencia pública de Unilever, determinaron que el ahorro proveniente de comprar una compañía que sólo en parte se dedica al negocio alimenticio y con sede central del otro lado del océano no era suficientemente elevado como para justificar los riesgos de enfrentar una desagradable batalla. Es totalmente posible que ni Buffett ni Jorge Paulo Lemann, el líder de 3G, hayan recibido algún mensaje, de primera o segunda mano, de un funcionario gubernamental. Pero de cualquier forma sopesaron el riesgo político, especialmente teniendo en cuenta la historia de Kraft en el Reino Unido. Cuando el grupo compró al fabricante de chocolates británico Cadbury en 2010, Kraft se comprometió a mantener abierta la planta que tenía Cadbury en Bristol. Sin embargo, bajaron las persianas casi inmediatamente. Gran Bretaña de eso no se olvida.

Es fácil ridiculizar la versión de capitalismo de grandes empresas que representa Kraft Heinz por considerarla miope.


En realidad, podría terminar siendo simplemente eso.

La notable mejoría de los márgenes llega a expensas de las ventas en el largo plazo.

Dadas las excelentes marcas de Kraft Heinz, llevará años saberlo.

Además, la historia de las compañías llamadas roll up _que son las que constantemente están adquiriendo otras en busca de más crecimiento y márgenes_ no es feliz. Al igual que con Tyco hace 15 años y Valeant más recientemente, tienden a extralimitarse.

Es probable que Kraft Heinz sea más disciplinada, pero los riesgos perduran.

Sin embargo, la situación no es tan simple.

Si Kraft Heinz tiene un opuesto en el otro extremo del espectro capitalista, ese es Nestlé.

La compañía es famosa por invertir y reinvertir pacientemente para crecer en todo el mundo y con el correr de las décadas. Aún así, la semana pasada Nestlé dijo que no podrá cumplir con su meta de crecimiento cercana a 5%. Es simplemente difícil crecer en un negocio multinacional de alimentos envasados en la actual economía global.

Un enfoque legítimo es admitir que la industria está madura; centrarse en los costos y sacar capital del negocio para desplegarlo en otro mercado. El problema surge no sólo cuando esta estrategia se aplica demasiado abiertamente para complacer a los mercados o a los equipos de gestión con una agenda de corto plazo.

Las compañías deben reconocer -como parecen haberlo hecho Berkshire y 3G- que el mundo ha cambiado. La votación a favor del Brexit y la elección de Donald Trump reflejan el descontento popular con las duras aristas del capitalismo global. Eso significa que los gobiernos le harán la vida más difícil a las compañías que hagan más visibles esas aristas. Desde el punto de vista de la prosperidad global, eso quizás sea demasiado negativo. Al mismo tiempo, las compañías que no reconozcan que las reglas están cambiando estarán destinados a sufrir.
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