Una oferta simbólica de China a la Casa Blanca

A casi 40 años de haber empezado la liberalización, China todavía está lejos de tener una economía totalmente de mercado. Pero algo que aprendió del Occidente en todo este tiempo es la capacidad de hacer pequeños cambios de política para apaciguar a sus socios internacionales.

China mostró su destreza en esa área ofreciendo algunas medidas de apertura del comercio tras la cumbre de Xi Jinping con Donald Trump en Estados Unidos la semana pasada. Pekín está listo para levantar una antigua prohibición de importar carne vacuna norteamericana y eliminar algunas restricciones a las compañías extranjeras que invierten en su sector de servicios financieros.

China tiene la esperanza de que permitiéndole a Trump promocionar en su país ciertas victorias que suenan impresionantes, podrá evitar algunos de los salvajes actos proteccionistas con los que amenazó el presidente estadounidense. Sin embargo, irónicamente uno de los resultados que quiere evitar que se catalogue a China como un manipulador de monedas no tiene fundamentos y puede hacer poco para influir sobre ellos. Es genuinamente inocente.

La decisión de China apunta a hacer mucho ruido sin necesariamente realizar muchos cambios. La carne es un producto estadounidense altamente simbólico. Mientras tanto, el acuerdo para abrir su sector de servicios financieros quizás en realidad no haga una gran diferencia. Las compañías occidentales probablemente rehuyan a entrar al sistema financiero chino con su elevado nivel de deudas.

La naturaleza selectiva del cambio de política de Pekín recalca el gran problema que tiene con su comercio y política regulatoria. Pese a que hace más de 15 años que es miembro de la OMC, la economía china sigue resistiendo a la inversión extranjera en muchos sectores y la interferencia regulatoria distorsiona su comercio.

La propuesta de esta semana no sustituye a una verdadera liberalización, en particular en el sector de servicios. En vez de amenazar con acciones en cuanto a los aranceles aduaneros, la administración Trump haría mejor si reanudara las negociaciones sobre un acuerdo de inversión bilateral que inició la administración de Barack Obama y podría brindar considerable acceso a los mercados de servicios en China.

A más corto plazo, Trump enfrenta la decisión de si cumplir con una promesa que tendrá muy poco efecto en la práctica, excepto exacerbar las tensiones diplomáticas. En los actos de campaña, él prometió tildar a China de manipulador de monedas el primer día de su presidencia. El informe cambiario bienal del Tesoro de EE.UU., que se conocerá a fines de esta semana, le brinda una oportunidad.

Sin embargo, hacer eso genera dos problemas bastante considerables. Uno es que tal declaración no tiene impacto de ningún tipo más allá de obligar al Tesoro de Estados Unidos a negociar con China, algo que ya está haciendo. El segundo es que China está desesperadamente tratando de apuntalar su moneda para evitar la inestabilidad financiera, y no de retenerla para tener ventaja competitiva. No se beneficia nadie, incluyendo a Estados Unidos, si Pekín de repente deja de intervenir para defender el yuan y a eso le sigue una desestabilizadora fuga de capitales y una pronunciada devaluación.

La administración de EE.UU. está aprendiendo que la tarea de lograr avances sustanciales y constructivos en las negociaciones comerciales es lenta y gradual. Es de esperar que Trump no se frustre con el ritmo de los cambios y no aplique las políticas destructivas que prometió.

China no le ofrecerá una apertura rápida y a gran escala. El mejor plan para EE.UU. es aceptar lo que puede conseguir y seguir presionando con cuidado y en forma constante para obtener más.

 

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