La extrema dureza de Trump no devolverá puestos de trabajo a los estadounidenses

La influencia de China en el declive de la actividad industrial norteamericana es insignificante

Culpar a los extranjeros primero. Esta estrategia es siempre la compañera inseparable del nacionalismo ofendido. Está presente en el decreto firmado por Donald Trump que prohibe el ingreso de inmigrantes proveniente de siete países. Se la verá en su proteccionismo. Un grano de verdad -el terrorismo y el impacto directo de las importaciones sobre el empleo- refuerza la mentira: mis acciones son suficientes para mantenerte a salvo y para restaurar la prosperidad que alguna vez viviste.

En el centro del debate estadounidense sobre la política comercial está la historia del empleo en el sector manufacturero. El hecho más relevante es la constante caída de la proporción de los puestos de trabajo industriales sobre el empleo total: Del 30% a principios de la década de los 50 a tan sólo un poco más del 8% a fines de 2016.

La principal explicación del declive a largo plazo de la participación del trabajo industrial en EE.UU. (y en otras economías de altos ingresos) ha sido el aumento del empleo en todos los otros países. En 1950, la cantidad de empleos manufactureros era de 13 millones, mientras que el total del resto de la economía era de 30 millones. A finales de 2016, eran 12 millones y 133 millones, respectivamente. Por consiguiente, todo el incremento del empleo entre 1950 y fines de 2016 se produjo fuera del sector industrial. Sin embargo, la producción manufacturera estadounidense no se estancó. Entre 1950 y 2016, la producción subió 640%, mientras que el empleo cayó 7%. Incluso entre 1990 y 2016, la producción creció 63%, mientras que el empleo bajó 31%.

La explicación del contraste entre producción y empleo está en la mayor productividad. Sin embargo, nadie propone detener eso. De hecho, el problema es más bien el reciente estancamiento de la productividad: en el sector manufacturero, la producción por hora mejoró sólo 1% entre los primeros trimestres de 2012 y 2016. Como resultado, el empleo creció un poco. Pero eso es negativo: la economía necesita que suba la productividad para generar una mejoría sostenida de los niveles de vida.

Entre 1997 y 2005, el déficit comercial norteamericano en manufacturas aumentó 2,6% del PBI. Pero en la actualidad se ubica prácticamente en el mismo nivel que en 2005, después de disminuir durante la crisis financiera. ¿Cuánto mayor podría ser la producción de la industria manufacturera si ese aumento del déficit comercial no se hubiera producido? Supongamos que el impacto sobre el valor agregado es de aproximadamente dos tercios del valor bruto de los bienes. Entonces, el valor agregado en el sector manufacturero podría ser cerca de 1,7% del PBI más alto. Supongamos que el efecto sobre el empleo fuera proporcional. El empleo industrial sería mayor en 2,5 millones de puestos de trabajo de lo que es en la actualidad. Eso podría haber evitado la mitad de la pérdida de empleos manufactureros desde 1997 y podría haber aumentado la proporción del sector industrial en el empleo total a más de 10%.

En resumen, el incremento del déficit comercial a comienzos de la década de 2000 tuvo un efecto significativamente negativo sobre el empleo en la industria de manufactura, pero casi ninguno sobre la disminución a largo plazo de la proporción del empleo total en este sector. Incluso si la balanza comercial hubiera permanecido igual a principios de la década de 2000, habría habido una gran reducción en la proporción de empleos en la industria manufacturera en comparación con el final de la década de 1990. La razón principal de esto fue la debilidad de la demanda: no sorprende que las contracciones absolutas del empleo industrial se produjeron durante las dos recesiones, a principios de la década de 2000 y de nuevo en el período 2007-09.

¿Qué parte del aumento del déficit comercial se debió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) y a la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC)? Bradford DeLong, de la Universidad de California en Berkeley, concluye que es una parte bastante modesta. Un análisis más sofisticado de Daron Acemoglu, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), y de otros investigadores concluyó que el comercio con China directamente causó la pérdida de alrededor del 10% del número total de puestos de trabajo perdidos en la industria manufacturera entre 1999 y 2011. Pero el análisis de los vínculos entre firmas y el impacto sobre la demanda local genera efectos negativos mucho mayores de entre 2 millones y 2,4 millones de empleos, aunque eso es todavía menos del 2% del empleo total.

Acá surgen dos grandes puntos a tener en cuenta. El primero es que el efecto de la competencia de las importaciones suele estar geográficamente concentrado. Esto representa un desafío particularmente significativo en un país tan grande como EE.UU. La mejor respuesta debe ser una combinación de ayuda a las comunidades afectadas para que generen nuevas fuentes de empleo, y asistencia a los trabajadores para que adquieran conocimientos y, por ende, nuevos empleos. Una parte de la estrategia también debe ser ayudar a restaurar la movilidad perdida.

El segundo punto es la necesidad de sostener la demanda y así asegurar que nuevos empleos reemplacen a los antiguos en la economía en su conjunto. La visión ortodoxa es que Norteamérica siempre puede lograr el pleno empleo mediante el uso activo de herramientas de política fiscal y monetaria. La experiencia desde el año 2000, y particularmente desde la crisis financiera, sugiere que eso puede ser difícil.

Como he sostenido en otros foros, los enormes superávits de cuenta corriente en algunos países obligaron a los países deficitarios a sucumbir ante excesos financieros como forma de mantener la demanda acorde a la producción potencial. La crisis reivindicó la preocupación de John Maynard Keynes sobre el papel potencialmente perjudicial que ejercen los países superavitarios en la economía global.

Por desgracia, las políticas propuestas por Trump y por los congresistas republicanos -una combinación de proteccionismo fragmentario con fuerte estímulo fiscal y con la eliminación de gran parte de la red de protección social- probablemente impondrán grandes costos a los sectores desprotegidos, y al mismo tiempo dejarán a los partidarios aún más desesperados. Nada de lo que él haga restablecerá el rol perdido del sector manufacturero como proveedor dominante de "buenos empleos". Las importaciones baratas y la capacidad de suministrarlas también han redundado en significativos beneficios para los consumidores nacionales y para los trabajadores extranjeros.

El enfoque correcto sería proactivo, no defensivo: abriría los mercados globales; obligaría a los países con enormes superávits a depender más de la demanda interna y menos de la demanda externa; ayudaría a los trabajadores y a las comunidades afectados por cambios adversos, no los abandonaría; dejaría de culpar a los extranjeros por el "delito" de vender bienes a bajo precio. Tales políticas tendrían sentido. Por desgracia, no son las que veremos.

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