Estados Unidos no puede liderar y aislarse al mismo tiempo

Al sistema mundial abierto actual lo diseñó y garantizó la superpotencia americana. Y aunque Donald Trump pretenda establecer sus propias reglas, es posible que descubra que la mayoría de sus objetivos estarán fuera de alcance si se decide por el aislacionismo

No tenemos aliados eternos ni tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber seguir esos intereses". Así fue como Henry Temple, tercer vizconde de Parmerston, describió la política exterior británica en 1848, en el apogeo de la pompa imperial. "Inglaterra es una potencia lo suficientemente fuerte, lo suficientemente poderosa como para trazar su propio rumbo".

Es más que ilusorio imaginar que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, se inspiró en el estadista británico del siglo XIX. El estilo de Palmerston no encaja del todo en la era de las redes sociales. Pero aquellos que luchan para darle sentido a la lluvia de tweets que describen la cosmovisión de Trump no pasarán por alto la incomprensión compartida. Olvídense de los enredos, alianzas y enemistades históricas: después de la inauguración presidencial de Trump la próxima semana, la nación más poderosa del mundo impondrá sus propias reglas. "Estados Unidos primero" se parece mucho a "Estados Unidos solo".

Ese es, de todas maneras, el plan. Al actual sistema económico mundial abierto lo diseñó Estados Unidos, pero Trump pretende imponer sus propias reglas, empezando por el repudio al Acuerdo Transpacífico, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá y la imposición de fuertes aranceles a las importaciones chinas. Olvídense también de la nostalgia por el viejo orden geopolítico: todo eso de valores compartidos y democracia. Este presidente electo está encantado de aliarse con el presidente ruso Vladimir Putin contra el presidente Barack Obama y el sistema de política exterior de los republicanos.

Trump también utiliza su cuenta de Twitter para cuestionar cuatro décadas de compromiso de Estados Unidos con Beijing desafiando la política de una sola China contra Taiwan. No esperen consistencia. En un suspiro promete la retirada de Estados Unidos del caos violento de Medio Oriente y, en el siguiente, la creación de "zonas seguras" en Siria, una política que anteriormente dijo que llevaría a una tercera guerra mundial.

Aquellos que buscan un gran diseño se sentirán decepcionados. Trump prefiere la negociación de acuerdos al pensamiento estratégico. Su propuesta de hacer a Estados Unidos grande de nuevo es un revoltijo de instintos, prejuicios e impulsos. Entre los ingredientes se cuentan el nacionalismo económico, la antipatía hacia el "globalismo", la hostilidad hacia los inmigrantes, un enfoque implacable en el extremismo islamista y una visión transaccional y de suma cero de las relaciones entre las grandes potencias. Cabe añadir a esta mezcla el desprecio palpable por la alianza de la OTAN y el equívoco sobre las garantías de seguridad para los aliados del este de Asia, como Japón y Corea del Sur.

Por todo esto, la tensión entre la negación del liderazgo internacional y la promesa de restaurar el poder y prestigio de Estados Unidos -el aislacionismo belicoso, podríamos llamarlo- se apoderó del ánimo nacional. El legado de las guerras de preferencia en Irak y Afganistán drenó el apoyo popular para las incursiones en el extranjero. El Pew Research Center registró en junio que casi seis de cada 10 estadounidenses quieren que Estados Unidos "se ocupe de sus propios problemas y deje que los demás países hagan lo propio de la mejor manera posible". Sin embargo, la misma encuesta de opinión muestra que la mayoría todavía quiere que Estados Unidos conserve la supremacía mundial. Soberbia aislacionista El temor visceral que albergan los aliados de Estados Unidos es que la presidencia de Trump trace una línea bajo el orden liberal internacional que lidera Estados Unidos. Más allá de alzar la bandera proteccionista, Trump prometió renunciar a las obligaciones de Estados Unidos sobre el cambio climático. Podría llegar a un acuerdo con Putin sobre los dirigentes europeos y rechazar el acuerdo nuclear internacional con Irán. Los europeos están consternados por sus propuestas de construir un muro contra los inmigrantes mexicanos y cerrar la frontera estadounidense a los musulmanes, pero la preocupación estratégica es la soberbia aislacionista: el rechazo implícito del papel de Estados Unidos en el sistema internacional que respalda a Occidente. La historia que los atormenta es la de los años treinta, cuando un Estados Unidos ensimismado se mantuvo en pie mientras Europa caía en el fascismo y la guerra.

Por supuesto, los aliados ya empiezan a hacerse lugar en el nuevo régimen. El primer ministro de Japón, Shinzo Abe, fue el primero en conseguir una audiencia con el presidente electo. Abe le da la bienvenida a una línea más dura contra Pekín, y también se preocupa por un compromiso más débil con la seguridad de Japón. El gobierno británico de Teresa May, en el afán de desprenderse de su propio continente, es más sensible que de costumbre en lograr algo parecido a una "relación especial". Esos vínculos no son un sustituto de la cooperación sistémica e institucional que se marcó en el acuerdo posterior a 1945. Sin el liderazgo de Estados Unidos, el mero concepto de "Occidente" empieza a perder sentido.

Mathew Burrows, exconsejero del Consejo Nacional de Inteligencia y actual director del Consejo de Investigación del Consejo Atlántico, con sede en Washington, lo expresa en forma precisa: "La Pax Americana ya no es redituable. En cambio, Trump cree que Estados Unidos es lo suficientemente autosuficiente como para deshacerse del orden basado en reglas, incluso si se perjudica a otros por la pérdida del liderazgo de Estados Unidos".

Como señala Burrows, los aliados de Estados Unidos ya concluyeron que Trump no es predecible ni confiable. Es poco probable que la decisión de China de traducir su poder económico en influencia geopolítica se pueda frenar por los tweets provocadores del presidente electo. Sin duda Putin cree que él sacará la mejor tajada del Trump inexperto.

"Tenemos que ver cuánto de esto se lleva a la práctica", sostiene un diplomático europeo sobre los pronunciamientos del nuevo presidente, "pero está bastante claro que Trump está cerrando la puerta al liderazgo mundial de Estados Unidos". Otro alto responsable político de Europa señala: "Todos llegaremos a acuerdos bilaterales con la nueva administración, pero es una tontería pretender un consenso transatlántico". Trump desprecia el multilateralismo. En Europa es una religión. La teoría del péndulo A esta altura, cualquier optimista (aunque quedan muy pocos por estos días) señalaría que el interés de Estados Unidos en el mundo ha crecido y menguado desde el tiempo de los padres fundadores. El péndulo pasó del aislacionismo al excepcionalismo y del unilateralismo al compromiso multilateral. Trump quiere que Europa resuelva sus propios problemas. George Washington hizo una mención similar en su discurso de despedida cuando el primer presidente de Estados Unidos observó que las "frecuentes controversias" de Europa eran "ajenas a nuestras preocupaciones".

Un cuarto de siglo después, el presidente James Monroe abandonó el aislacionismo a favor de apostarse junto al reclamo de soberanía de la nueva república sobre todo el hemisferio occidental. A principios del siglo XX, Theodore Roosevelt se lanzaba a sus propias aventuras imperiales. Y después de la segunda guerra mundial, Washington aprendió la lección de los años treinta al diseñar un nuevo orden mundial liderado por Estados Unidos.

Más recientemente, el presidente George W. Bush comenzó repudiando el acuerdo de Kyoto sobre cambio climático y el Tratado de Misiles Antibalísticos de 1971 con Rusia. Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Bush despreció el multilateralismo basado en las reglas a favor de dividir el mundo entre los que están "con nosotros o contra nosotros" en la lucha contra el terrorismo islámico. Si otros quisieran sumarse a una coalición de voluntarios, estaría bien, pero Estados Unidos no estaría limitado por instituciones como la OTAN. Como declaró Bush en tonos palmerstonianos en su discurso sobre el Estado de la Unión en vísperas de la invasión de Irak en 2003: "El rumbo de esta nación no depende de las decisiones de los demás".

Al final, el momento unipolar de Estados Unidos se fue casi tan rápidamente como llegó. El sueño neoconservador de democratizar Medio Oriente se perdió ante el caos sangriento de Irak y el descontento en el país por el enorme costo en sangre y dinero. Bush pasó gran parte de su segundo mandato buscando reconstruir los lazos con aliados con los que se había enfrentado durante el primer mandato. Se invitó a la OTAN a Afganistán, y se perdonó a Alemania y Francia por su oposición a la invasión de Irak.

Para el discurso optimista, lo que valía para Bush, valdrá aún más para Trump. El equilibrio entre potencias mundiales se inclinó hacia una China cada vez más firme y una Rusia beligerante. Hay algunos hechos geopolíticos que el nuevo presidente no puede negar.

Aunque la idea puede parecer seductora para un negociador, es imposible separar los intereses nacionales de Estados Unidos de sus compromisos y alianzas internacionales. La interdependencia económica no puede desecharse y, como Bush descubrió en Irak, el poder militar tiene sus propios límites. Tampoco las reducciones ofrecen una alternativa viable al compromiso. Donde quiera que aparezca, Estados Unidos tiene intereses nacionales , ya sean económicos y comerciales o geopolíticos y militares, que deben promoverse y protegerse.

La respuesta de Obama quedó a mitad de camino, emparentando el realismo con el internacionalismo y reformulando el papel de Estados Unidos como uno con poder de convocatoria. Hubo veces que funcionó: observen el acuerdo nuclear de Irán y el acuerdo de París sobre el cambio climático. En defensa de su inacción en Siria, el presidente declaró a la revista The Atlantic: "Tenemos que ser realistas y a la vez de gran corazón ... Habrá momentos en que lo mejor que podemos hacer es llamar la atención sobre algo que es terrible". Sus críticos aducirían que Obama permitió que la prudencia encomiable derivara en una parálisis debilitante.

En cualquier caso, los partidarios de la teoría del péndulo no carecen de razón. Cabe imaginar una presidencia de Trump que comienza con una soberbia unilateralista que con el tiempo se ve condicionada por la realidad de rivalidad entre las grandes potencias y la interdependencia económica.

El nuevo presidente descubrirá pronto que Estados Unidos precisa ayuda en la lucha contra Isis y que las empresas estadounidenses estarían entre los mayores perdedores en caso de volver al proteccionismo mundial. Es igualmente probable que el enamoramiento del presidente electo con Putin no dure más que otros intentos similares de Bush y Obama de retomar las relaciones con Moscú.

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