El súper ciclo de las commodities era sólo un mito

En 1980 el economista Julian Simon apostó al biólogo Paul Ehrlich que los precios de cinco metales cualquiera serían menores en diez años. Ganó, y su explicación fue que en el largo plazo, el avance tecnológico hará que los valores de las materias primas probablemente caigan en términos reales.
Desde principios de la década de 2000, muchos inversores se olvidaron de esa lección. La idea de que hay súperciclos de diez años en los precios de los commodities es respetable: una investigación de Bilge Erten de las Naciones Unidas y José Antonio Ocampo de la Universidad de Columbia mostró evidencia para los cuatro súperciclos que hubo durante el período 1865-2009. Pero en la forma bastardeada que se volvió popular en la década de 2000, el concepto obtuvo una aceptación menos honorable: que las materias primas eran una apuesta segura.
Con el precio del petróleo 57% por debajo de su pico de fines de junio, y el cobre y el mineral de hierro en niveles respectivamente 50% y 70% inferiores a sus máximos de 2011, queda claro que ese concepto inducía a un profundo error. Existan o no los súperciclos, sí existe el viejo ciclo regular y no tiene nada de súper.
Basándose en períodos diferentes y metales distintos, Ehrlich podría haber ganado su apuesta contra Simon. Todo aquel que confiaba en la capacidad del petróleo de satisfacer la creciente demanda se debió haber sentido bastante tonto cuando los precios subieron de cerca de u$s 10 el barril en 1999 a más de u$s 140 en 2009. El crudo, mineral de hierro y cobre todavía están muy por encima de sus niveles de 2002-2003.
Sin embargo, los últimos cinco años nunca proporcionaron un golpe fatal a la popularizada versión del cuento del súperciclo: que la demanda inexorablemente creciente en las economías emergentes y la restringida oferta de muchas materias primas inevitablemente colocarían los precios en una tendencia alcista. Con China que en apariencia enfrenta un futuro de menor expansión que en los últimos veinte años, y un probable giro de la fuerte inversión en recursos hacia el consumo, se puso en duda la suposición de que en el largo plazo la demanda se incrementará con fuerza.
Del lado de la oferta, las restricciones terminaron siendo mucho más débiles de lo que mucha gente suponía. El crudo era ampliamente considerado como la materia prima cuya producción sería la más difícil de incrementar. Pero los altos precios crearon un incentivo para que las perforadoras norteamericanas apliquen su ingenio al shale antes comercialmente inviable, y lograron avances técnicos que permitieron un aumento de la producción.
Para una economía mundial en apariencia débil, el derrumbe de los commodities es una señal preocupante. El resultado de las malas inversiones que hicieron las compañías de recursos naturales en términos de recortes de empleo, de gasto de capital y de dividendos posibles será un inoportuno lastre para el crecimiento. Sin embargo, tiene un lado positivo. La expectativa de mayores precios que tenía Ehrlich se basaba en las posibilidades de escasez y su creencia de que el crecimiento de la población global tendría devastadoras consecuencias.
La visión más optimista de Simon era que los recursos naturales era inagotables. Dadas las señales del mercado cuando surgieron los faltantes, decía, la gente siempre podría elevar la oferta y reducir la demanda.
Existe un prolongado debate entre economistas y alarmistas ambientales. Hasta ahora los economistas demostraron tener razón siempre. Eso no significa que los mercados de commodities nunca se ajustarán otra vez. El error que cometieron los súperciclistas fue creer que determinadas condiciones del mercado durarían para siempre. Nada es permanente en los mercados de commodities. Eso aplica tanto para el mercado alcista como bajista. Pero la caída de los precios de las materias primas es un alentador recordatorio de que la inspiración humana es "el último recurso", frase que Simon eligió como título para su libro de 1981.

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