El proteccionismo puede ser contraproducente

Durante dos décadas, las sucesivas administraciones estadounidenses han profesado su compromiso con la fortaleza del dólar. Tienden a decir que refleja una economía sana y apoya las inversiones. En general, lo que se supone que quieren decir es que EE.UU. no intentará devaluar su moneda para ayudar a los exportadores o aliviar la carga de su deuda.

En esto, como en tantas otras cosas, Donald Trump parece dispuesto a romper con los convencionalismos. Se queja de que el tipo de cambio es "demasiado fuerte" para que las empresas norteamericanas compitan con China y agrega que EE.UU. podría necesitar "bajar el dólar" si la política fiscal eleva su valor. Sin embargo, en lugar de amenazar con la intervención, Trump debe darse cuenta de que es su enfoque hacia la política económica lo que está alimentando es la apreciación.

Es cierto que el dólar se ha cotizado durante el último año a sus niveles más altos en más de una década. Pero esto no tiene nada que ver con la manipulación de la moneda; de hecho, Beijing viene haciendo todo lo posible para apuntalar el yuan. En cambio, refleja el relativo dinamismo de la economía estadounidense, lo que ha llevado a la Reserva Federal a acercarse a una política monetaria más "normal".

Si los operadores siguen comprando dólares, estarán apostando a los planes de Trump de potenciar el crecimiento estadounidense mediante bajas a los impuestos a los ingresos y a las sociedades, la desregulación y gasto en infraestructura. Ese estímulo en una economía cercana al pleno empleo bien podría llevar a la Reserva Federal a elevar las tasas más rápidamente, lo que provoca la combinación de política fiscal blanda y política monetaria restrictiva que resultó en el dólar tan incómodamente sólido en los primeros años de la administración Reagan.

El efecto podría ser mayor si las reformas del impuesto sobre las sociedades anima a las compañías a repatriar las ganancias, especialmente si Trump aprueba una propuesta republicana para gravar las importaciones. El probable efecto de esta medida sobre el dólar es sólo un ejemplo de las formas en que las políticas proteccionistas, destinadas a restablecer los empleos manufactureros en el cinturón industrial de EE.UU., podrían resultar contraproducentes.

El instinto de Trump quizás lo lleve a avanzar de cualquier manera, y adoptar otras medidas para forzar a la baja el tipo de cambio. Sus opciones son limitadas. Podría etiquetar a China como manipuladora de divisas y vengarse, pero aunque ésto repercutiría en el comercio, no bajaría el dólar. Podría ordenar al Departamento del Tesoro que intervenga en los mercados, una medida muy inusual que probablemente agudizaría la inflación y dañaría el mercado del Tesoro de EE.UU.

Cuando comience a llenar vacantes en la junta de gobernadores de la Fed, podría intentar presionar al banco central para que se concentre en el tipo de cambio. Sería muy poco probable que eso tuviera éxito, ya que encontraría oposición en el Congreso e incumpliría un compromiso del G20. El dólar sigue siendo el único y más importante precio en los mercados mundiales. Si Trump realmente quiere debilitar la moneda, tendrá que abandonar su impulso de políticas proteccionistas que elevan el crecimiento de EE.UU. a expensas del resto del mundo.
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