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SpaceX y las ambiciones interplanetarias de Elon Musk

Esta crónica sobre los primeros días de SpaceX muestra cuán cerca estuvo el inconformista empresario de perder su sueño

Una tormentosa tarde de agosto de 2008, un cohete Falcon 1 coqueteó brevemente con el espacio antes de hacerse pedazos y caer de nuevo a la Tierra. 

Así terminaron meses de agotadores trabajos de ingeniería en el remoto atolón de Kwajalein, en el Pacífico; las esperanzas del fallecido actor de Star Trek James "Scotty" Doohan de que sus cenizas a bordo flotaran eternamente por el espacio; y también los sueños de SpaceX que, en aquel momento, era una startup de apenas 6 años dirigida por Elon Musk.

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El empresario de origen sudafricano había invertido gran parte de sus ganancias de PayPal en su aparentemente quijotesca búsqueda de lanzar una compañía espacial privada. Pero Musk sólo había presupuestado tres lanzamientos de cohetes y los había visto fracasar todos. "Pensé que, si no podíamos poner esta cosa en órbita tras tres fracasos, merecíamos morir", contó Musk.

Pero de alguna forma, en ese momento de extrema presión, en medio de la crisis financiera mundial, una sequía de capital de riesgo que amenazaba a dos de sus otras empresas, Tesla y SolarCity, y un divorcio de su primera esposa, Justine, Musk alentó a su desanimado equipo y reunió el dinero suficiente para realizar un cuarto intento. 

Como recordó uno de los empleados de SpaceX: "Nos reunió a todos en la sala y nos dijo que teníamos otro cohete, que nos pusiéramos las pilas y que volviéramos a la isla para lanzarlo en seis semanas". Fue el momento de "volar o morir" de SpaceX.

El éxito de ese cuarto vuelo salvó a SpaceX y le permitió surgir como una de las compañías espaciales privadas más innovadoras y valiosas del mundo. Desde entonces ha lanzado cientos de satélites, ha sido pionera en el uso de cohetes reutilizables y ha llevado astronautas a la Estación Espacial Internacional.

La exploración espacial solía ser el centro de la rivalidad de superpotencias entre la Unión Soviética y EEUU. Pero se está convirtiendo cada vez más en una batalla entre multimillonarios,

La exploración espacial solía ser el centro de la rivalidad de superpotencias entre la Unión Soviética y EEUU. Pero se está convirtiendo cada vez más en una batalla entre multimillonarios, conforme Musk compite con Jeff Bezos, el jefe de Amazon y fundador de la compañía espacial Blue Origin, por el prestigio tecnológico.

En su última recaudación de fondos, en febrero, SpaceX fue valuada en aproximadamente u$s 74.000 millones. Pero los lanzamientos de cohetes pequeños y las misiones de "banderas y huellas" al estilo de la NASA han sido para Musk apenas los primeros pasos en su extraordinaria ambición personal de colonizar Marte y convertir al Homo sapiens en una especie multiplanetaria.

En su nuevo libro, Liftoff, Eric Berger, editor jefe de temas espaciales del sitio web Ars Technica, cuenta magistralmente la historia de cómo se creó SpaceX en 2002 y cómo estuvo a punto de colapsar varias veces. 

Aunque Liftoff relata las experiencias de muchos de los brillantes ingenieros de SpaceX, el casi maniático Musk está casi siempre en el centro de la historia. Su obsesión por los detalles técnicos más pequeños hizo que pasara hasta el 90% de su tiempo en SpaceX ocupándose de cuestiones precisas de ingeniería, lo que le permitió tomar decisiones operativas y financieras con un conocimiento profundo y una velocidad asombrosa.

"Ofreció un brebaje embriagador de visión, carisma, objetivos audaces, recursos y cafés con leche y Coca-Cola gratis", escribe Berger. Mientras que el exitoso programa de televisión de la época, Survivor, utilizaba el eslogan "Outwit. Outplay. Outlast" (Sé más astuto. Supera. Triunfa.), el lema impreso en la camiseta de SpaceX: Outsweat. Outdrink. Outlaunch (Suda más. Bebe más. Lanza más).

El margen entre el triunfo y la catástrofe en el negocio espacial siempre ha sido peligrosamente delgado. Una sola línea equivocada del código informático puede condenar el lanzamiento de un cohete multimillonario. La característica singular de la historia de SpaceX fue el asombroso ritmo al que se desarrolló la compañía, que optó por un enfoque iterativo de alto riesgo en lugar del método lineal tradicionalmente favorecido por la industria. 

Según las propias palabras de un académico que estudió SpaceX: "A la larga, el talento vence a la experiencia, y la cultura empresarial a la herencia".

A los tres años y medio de su fundación, SpaceX había construido dos plataformas de lanzamiento y un cohete listo para volar. Aunque la empresa estaba impulsada por el espíritu empresarial de Musk, también dependía en gran medida del apoyo estatal. DARPA, la legendaria agencia de investigación estadounidense, facilitó el traslado de SpaceX a su base de Kwajalein y ayudó a conseguir financiación para el lanzamiento de satélites.

El éxito posterior de SpaceX también se debió en gran medida a la perspicacia comercial de Gwynne Shotwell, presidenta y directora de operaciones de la compañía, quien se convirtió en una experta en negociar contratos para el lanzamiento de satélites con funcionarios de la NASA y ejecutivos de empresas. A principios de la década de 2000, SpaceX ofrecía lanzamientos de satélites por u$s 6 millones, en comparación con un mínimo de u$s 26 millones por el vehículo rival Pegasus, lanzado desde el aire, que ahora es propiedad de Northrop Grumman.

A pesar del notable éxito de SpaceX, Musk sigue frustrado y obsesionado con llegar a Marte. Como lo ha dicho muchas veces, Musk quiere morir en Marte, pero no por el impacto. Cuando Berger lo entrevistó 19 años después de la fundación de SpaceX y señaló que no estaba ni siquiera cerca de su ambición, Musk respondió: "Sí. Ni siquiera cerca. Es sumamente indignante".

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