Nadie sabe si Alberto se curó del virus estatizador

Se discute en estas horas en el mundo económico si existe tal cosa como un Alberto Fernández moderado, que mirando la gravísima crisis económica y social que se avecina, habría decidió finalmente moverse al centro del universo político para alejarse de las ideas radicalizadas que representa Cristina Kirchner, y relanzar su gobierno con nuevas medidas más amigables para los inversores, una impronta más albertista en un imaginario nuevo gabinete; un Alberto no tan condicionado por el Instituto Patria. Como si el virus del estatismo y la radicalización lo hubieran atrapado al Presidente desde que asumió, pero al parecer se estaría felizmente curando. Muchos opinan, sin embargo, que todavía puede haber una segunda ola.

Alientan para los observadores en las empresas algunas señales en estos días: el Presidente confesó que se había equivocado con el caso Vicentin, organizó fotos con la oposición y los líderes empresarios más tradicionales, y aparentemente ordenó finalmente a Martín Guzmán cerrar el acuerdo por la deuda aun pagando más a los acreedores.

Se deja trascender que después de evitar el default con los bonistas se buscará un acuerdo con el FMI. Y hasta se propone ahora un blanqueo de capitales para reactivar, cuando durante meses se atacó y amenazó a quienes habían regularizado su situación pagando las multas de ley durante la administración Macri. Falta levantar el cepo y es cartón lleno.

También en política internacional hay reacciones. Después de haber confesado que extrañaba a Hugo Chávez a los nostálgicos del grupo de Puebla, mañana 16 de julio el Presidente va a participar como orador principal en una conversación abierta al cumplirse 26 años del ataque contra la AMIA, organizada por una de las entidades más influyentes de defensa de los derechos judíos a nivel mundial con sede en Nueva York, Global Jewish Advocacy AJC. El pacto con Irán y la actual política exterior de la Argentina serán temas inevitables en ese debate.

Es cierto que cuando se ingresa en el terreno de los detalles, el cuento del Alberto moderado comienza a encontrar dificultades. En el caso VIcentin, por ejemplo, es verdad que el Presidente confesó su error. P ero cuando explicó que el problema fue que la gente protestó en lugar de festejar, los argumentos no despejaron demasiado las dudas.

La admisión del error en sí misma merece un destaque. ya que no se recuerda a muchos jefes de estado en la argentina reconociendo alguna vez que se equivocaron. La mejor anécdota la tiene Cristina después de la derrota política en la votación de la 125 había admitido el error. El periodista Fabián Doman le preguntó si creía que había cometido algún error en aquella batalla contra el campo: "Sí, me equivoqué", sorprendió Cristina. Luego aclaró: "Confié mucho en ellos, no los creí tan canallas, tendría que haber sido mucho más dura", se arrepintió.

Volviendo al Presidente, también la convocatoria a la oposición está opinada. El senador Martín Lousteau contó por radio que los legisladores de cambiemos escucharon solo reproches de Alberto Fernández en la videoconferencia junto a Sergio Massa y Máximo Kirchner. Muy poca, prácticamente, nula autocrítica.

Para el mundo económico, en verdad lo que mandan son los hechos. Más allá de los estragos que generó y genera la pandemia y las cuarentenas extremas que aplica la Argentina, los resultados económicos de los primeros siete meses de Alberto Fernández son muy desalentadores. Las medidas, hasta ahora, fueron peores que las de Cristina en su segundo mandato. Más cepo, más controles, menos libertad económica, amenaza de estatizaciones y profundizar el default y los desequilibrios macro que dejó la era Macri.

Alertada Cristina que existe una intención de abandonarla y moderarse, los dardos no se hicieron esperar. Un elogio de la vicepresidenta a un análisis periodístico muy crítico del acuerdo político que busca el Presidente y finalmente ayer un golpe durísimo de los sectores de la izquierda extrema que respaldan a Cristina en la coalición de gobierno, en cabeza de Hebe de Bonafini.

Todo un desafío para el Presidente, que tampoco llamó a una Moncloa. Apenas un acuerdo con la oposición para aprobar leyes conflictivas, limites a los aumentos jubilatorios, sobre todo el blanqueo y la moratoria para todos y todas con premio nunca visto antes para evasores ya procesados o empresas con pedidos de quiebras por fraude impositivo.

Como quiera que sea, para el mundo económico mandan los hechos. El hisopado económico para verificar cuán afectado está el Presidente de las ideas estatistas e intervencionistas que se le adjudican a Cristina irá mostrando los resultados con el correr de las semanas. Habrá que medir cómo dan los reactivos y el triage respecto del siguiente menú:

¿Se arregla la deuda con todos los bonistas, o se acuerda a medias y sigue el default parcial?

¿Se avanza en un acuerdo con el FMI con un programa monetario y fiscal consistente que recomponga la confianza, o se sigue emitiendo sin límite y se amenaza con un bonazo compulsivo contra la futura liquidez de los bancos?

¿Sigue Guzmán al frente del equipo económico o llega un albertista que mejores las expectativas, modelo Martín Redrado o similar?

¿Habrá un nuevo blanqueo o se aplicarán más impuestos a los que ya blanquearon, espantando cada vez más inversores?

¿Habrá una reforma previsional para frenar el déficit explosivo del sistema jubilatorio o sigue todo igual hasta la próxima explosión inflacionaria?

En los cientos de concursos e impagos que se vienen entre empresas, ¿el Estado va a intervenir como intentó en Vicentín o va a dejar que los inversores privados se arreglen entre ellos?

¿Se va a levantar el cepo, aun sin tocar el control de cambios, con un dólar comercial y un dólar financiero libre, o se va a seguir persiguiendo a todo el mundo que quiera ahorrar o importar?

¿Habrá leyes laborales de emergencia para facilitar la contratación de los futuros miles de desempleados, o se va a seguir presionando a las empresas con la doble indemnización?

¿La política exterior va a ser junto a Brasil, Chile, el Mercosur Europa occidental y EE.UU.; o vamos a seguir de la mano de Irán, Venezuela, el grupo de Puebla, o buscando la salvación financiera y económica de China o de Rusia?

Preguntas inquietantes cuyas respuestas irán verificando la prueba ácida sobre la verdadera identidad política de Alberto.

Entretanto, la economía enfrenta el desafío de reconocer un nuevo status a partir de la semana próxima: el pos cuarentena. O la cuarentena ya saturada, administrada como se pueda, que es más bien la realidad de la hora. Está claro que la Argentina se anticipó demasiado con el aislamiento obligatorio, y cuando el pico de contagios y la temperatura se ponen extremos, ya no se puede seguir con la gente encerrada luego de cuatro meses. Pero la actividad estatal seguirá cerrada. Las oficinas públicas y la mayoría de las privadas seguirán sin trabajar. Los comercios, los restaurantes y los bares se mantendrán vacíos. La realidad de la poscuarentena de ninguna manera va a resultar un alivio significativo para la actividad económica.

En esa incertidumbre habrá que medir los próximos pasos del poder. La ilusión del Alberto moderado volvió a instalarse en el "círculo rojo". Después de los avances con la deuda, el llamado a la oposición y a los empresarios, y la confesión del error estratégico con Vicentin. No es la primera vez que los empresarios se ilusionan. Tal vez porque necesitan creer y ser optimistas, en los últimos 20 años erraron muchas veces. El magnífico cuento del cazador y el gorila que se hace el muerto para abusar una y otra vez de su víctima tal vez sirva como el mejor final para este comentario.

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