LOS PRONÓSTICOS DE DERRUMBE DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO PARA 2020 SON PREMATUROS

La oposición liberal apuesta a una recesión durante el gobierno de Trump

La presidencia más irresponsable en términos fiscales desde la administración de George W. Bush sin duda tiene la suerte de su lado

Nadie merece una recesión económica más que el presidente Donald Trump. Pero los pronósticos que mencionan una inminente recesión en Estados Unidos son, como mínimo, prematuros.

Esa expectativa generalizada se ve impulsada en parte por la esperanza de que así suceda. Los opositores a Trump esperan que su campaña por la reelección en 2020 coincida con un derrumbe del crecimiento económico estadounidense. Eso sería fatal para sus posibilidades de obtener una victoria. También le daría un final muy merecido a la presidencia más irresponsable en términos fiscales desde la administración de George W. Bush.

Habría justicia poética en un desenlace como éste. Pero la oposición a Trump no sabe diferenciar entre lo que "es" y lo que "debería ser". Según lo que se quiera ver, los números podrían apuntar en cualquier dirección.

Por un lado, el auge resultante del recorte fiscal de u$s 1500 millones de Trump se extinguirá rápidamente el próximo año. Ha ayudado a elevar el crecimiento del país por encima del 3% La mayor parte de ese estímulo desaparecerá a finales de 2019. Como consecuencia, debería caer la expansión económica. Es difícil que la Cámara de Representantes, ahora controlada por los demócratas, tenga motivos para acordar otro estímulo que llegue a tiempo para darle impulso ala campaña de reelección de Trump.

Los mercados de bonos parecen compartir el pronóstico de los liberales estadounidenses. La curva de rendimiento entre los bonos del Tesoro a dos y cinco años, que mide los diferentes retornos que los inversores esperan, se invirtió hace poco. Esto significa que es más barato endeudarse a más largo plazo que a corto, lo que constituye un clásico presagio de una contracción inminente. Muchos inversores creen que la economía se desacelerará. Si se suman la guerra comercial entre Trump y China, la manera en que el mercado de valores rechaza las valuaciones de las grandes compañías tecnológicas, y el aumento de los precios del petróleo después de que la OPEP y sus aliados acordaron una reducción de la producción, es probable que haya una desaceleración dentro de los próximos dos años. La fiesta de Trump fue frenética mientras duró. La realidad está a punto de apagar la música.

Pero esa es sólo la mitad de la foto. Fácilmente podría ser la mitad equivocada. Ésta es la otra: el índice de desempleo en Estados Unidos se encuentra en su nivel mínimo en casi 50 años; la tasa de participación en la fuerza laboral sigue mejorando; los salarios se están recuperando; y hay pocas señales de que la inflación esté a punto de dispararse.

Eso significa que la Reserva Federal puede darse el lujo de prestarle atención al consejo de Trump de retrasar -o reducir- las tasas de interés previstas para el próximo año. Jay Powell, el presidente de la Fed, quizás no esté dispuesto a ceder a los deseos de un jefe de Estado abusivo. Pero la marea monetaria favorece a Trump.

Las recuperaciones no se mueren por el paso del tiempo. Algo las mata. Si la economía de hoy fuera una moralidad, Trump sería el asesino. Hizo casi todo mal. Sus recortes fiscales carecían de financiamiento. Contrariamente a lo que afirmaba, no se pagarán a sí mismos. El déficit presupuestario mensual estadounidense alcanzó un récord de u$s 205.000 millones en noviembre. Habrá menos herramientas para luchar contra la próxima recesión cuando se produzca. Además, la política monetaria tendrá poco espacio de maniobra para contrarrestarla: las tasas de interés se mantienen muy por debajo de sus estándares históricos.

Tampoco su reducción fiscal fue una "reforma", como se la suele llamar. Trump dejó en su lugar gran parte el régimen tributario que se aplica a las empresas, lo cual beneficia a las grandes compañías en lugar de a las start-ups. Por lo tanto, no es de extrañar que las empresas hayan destinado la mayor parte de los beneficios imprevistos a la recompra de acciones en lugar de a nuevas inversiones.

Como resultado, creció la desigualdad durante la presidencia de Trump. Los economistas solían hablar de la "curva del Gran Gatsby", el hecho de que la inequidad en EE.UU. había regresado a los niveles de la década de 1920. Esos días ahora parecen casi igualitarios. El 1% de los norteamericanos posee el 40% de la riqueza del país. Es una cifra peligrosa que las políticas de Trump probablemente empeore. Y él no necesariamente pagará por ello.

Así como la política es un juego de percepción, las creencias de las personas sobre su futuro económico están cada vez más definidas por su política. La mayoría de los votantes republicanos se muestra optimista sobre la perspectiva económica de Norteamérica. La mayoría de los demócratas se muestra pesimista. Éste es un fiel reflejo de lo que decían los votantes cuando Barack Obama era presidente. La ampliación de la "brecha de las expectativas partidistas" ofrece otra medida más de la división cognitiva entre los fieles republicanos y demócratas en Estados Unidos.

¿De qué manera la desigualdad afecta esta foto? De dos maneras. En primer lugar, una brecha de riqueza grande y creciente reduce el crecimiento a largo plazo. Cuantos más beneficios de la economía se lleven quienes ya son ricos, menos tiende a gastar la sociedad en consumo. Esto no pronostica nada bueno para el índice de tendencia de crecimiento estadounidense. Ayuda a explicar por qué a los retailers de clase media, como Macys, Sears y JC Penney, les está yendo tan mal.

En segundo lugar, la desigualdad alimenta el enojo con las élites. Trump es un genio por excelencia en lo que se refiere a cosechar el resentimiento de la gente. Tras empeorar el problema, seguramente lo explotará.

Mientras tanto, a los liberales estadounidenses les resulta incómodo atacar directamente la desigualdad. El partido demócrata también tiene su ala plutocrática. En parte les preocupa que se les acuse de generar una guerra de clases. También los inhibe el hecho de que tantos multimillonarios conocidos sean liberales. Pensemos en Michael Bloomberg, George Soros y Tom Steyer. Contar con que habrá recesión no es una estrategia para ganar.

Trump está destrozando la hoja de balance de EE.UU., sembrando divisiones tóxicas y aprovechando una ola de suerte cíclica. Eso eventualmente llegará a su fin. Pero no debemos apostar a que sucederá antes del año 2020. Como los mejores generales de Napoleón, Trump tiene suerte. A diferencia de ellos, su derrota no es inevitable.

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