El mensaje de EE.UU. Primero desafía el espíritu de cooperación mundial

La ONU quizás nunca escuchó nada similar al primer discurso de Donald Trump ante la asamblea general. Fidel Castro hablaba sin cesar durante horas y Nikita Khrushchev golpeó uno de sus zapatos sobre su propio estrado de delegado. Pero ningún presidente transmitió un mensaje tan contradictorio a sus colegas. Los funcionarios de la Casa Blanca habían adelantado que Trump daría un discurso pragmático que adecuaría sus valores de "EE.UU. Primero" a una agenda de cooperación internacional. Ese segundo objetivo parece haberse perdido en la traducción.

La principal audiencia era la base local de Trump. En contraposición a los anteriores presidentes norteamericanos, evitó instar a la propagación global de la democracia y prefirió llamar a un "despertar de naciones". En cinco ocasiones pidió un mundo de "naciones soberanas fuertes" donde cada país se ocupe primero de sus propios intereses. "Siempre pondré a EE.UU. Primero como ustedes deberían poner a sus países primero", dijo . Cada nación, afirmó Trump, debe "seguir su propio destino".

Luego llegaron sus casi declaraciones de guerra contra dos de las naciones más soberanas del mundo Corea del Norte e Irán. La primera, liderada por Kim Jon Un y a quien Trump describió como "hombre cohete en una misión suicida", enfrentará una devastación a menos que acepte abandonar sus armas nucleares.

Trump dio fuertes indicios de que él unilateralmente retirará a EE.UU. del acuerdo nuclear de Irán firmado por seis naciones. "Francamente, ese acuerdo es una verdadera vergüenza para Norteamérica y creo que no terminará ahí, créanme," afirmó. También pidió un "restauración total de la democracia" en Venezuela y prometió mantener las sanciones contra Cuba. "Si los muchos honrados no enfrentan a los pocos malvados, entonces triunfará el mal", declaró.

Fue uno de los discursos más deprimentes que ha pronunciado Trump. Pero ¿es la doctrina de política exterior de Trump? El mundo se acostumbró a la brecha entre la retórica picante de Trump y sus acciones algo menos duras. Pero hubo una tensión subyacente entre el mundo de naciones soberanas transaccionales que Trump quiere y su pedido de acción colectiva contra los estados paria, al los que describe como el "flagelo de nuestro planeta".

Trump no ofreció ninguna fórmula para decidir qué naciones son flagelos, y cuáles no. No hizo referencia, por ejemplo, a la limpieza étnica de musulmanes rohingya en Myanmar ni tampoco su éxodo masivo. Trump "rechazó amenazas a la soberanía de Ucrania y del Mar de la China Meridional". Pero su única referencia a Rusia fue para agradecerle por haber votado la semana pasada a favor de las sanciones más severas de la ONU contra Corea del Norte.

Fue notable que ni Xi Jinping, el presidente de China, ni Vladimir Putin de Rusia asistieron a la asamblea que este año tuvo lugar en Nueva York. Éste último no pudo estar presente porque está observando el mayor ejercicio militar que hace Rusia en años. Asimismo, la ausencia de Angela Merkel, la líder de Alemania, que enfrenta elecciones generales el domingo, también fue adecuada. Ella se desquita hablando en representación de los valores occidentales que estuvieron ausentes en el discurso de Trump.

Al igual que su discurso de "choque de civilizaciones" en Varsovia a principios de este año, su alocución ante la ONU fue redactada por Stephen Miller, un joven asistente que mantiene viva la agenda EE.UU. Primero. Muchos de los aliados de Norteamérica se tranquilizaron con el giro de Trump hacia una política exterior más convencional. El reciente despido de Stephen Bannon, ex estratega jefe de Trump, fue tomado como una prueba de normalización. A decir por el discurso de ayer, no deberíamos sacar conclusiones de la partida de Bannon.

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