LIBRO DE AUTOR / Federico delgado y catalina de elía

"La política se desplaza cada día más del Congreso a los Tribunales"

Federico Delgado y Catalina de Elía publicaron La cara injusta de la justicia, un texto que analiza el funcionamiento del sistema judicial.

Federico Delgado es fiscal federal de primera instancia y participa de algunas de las causas más mediáticas de estos días: Panama Papers, Gustavo Arribas, Time Warp, Daniel Angelici y José López. Catalina de Elía es periodista en Telefé y columnista de Judiciales en Radio Del Plata. Ambos se conocen de los pasillos de Tribunales. "Nos empezaron a unir textos, pensadores y, con el tiempo, además de hacernos amigos, empezamos a pensar en escribir textos académicos juntos", dice de Elía.

Finalmente, el proyecto se concretó, pero en forma de libro, y lleva el nombre de La cara injusta de la Justicia. Se trata de un texto corto pero contundente que, con un lenguaje claro -y no "expulsivo", como lo es el judicial-, busca abordar los motivos por los que "la Justicia acaricia a los poderosos y aplasta a los débiles".
En una entrevista concedida a 3Días, los autores cuestionaron la administración de los tiempos, que muchas veces tiene que ver con intereses particulares, como perpetuarse en el poder; la falta de mecanismos de rendición de cuentas y la formación de los cuadros burocráticos. También, apuntaron contra la judicialización de la política y la falta de juicios.

- Para ustedes, el sistema judicial funciona mal, ¿Qué habría que cambiar?
F.D.: Trabajamos varios ejes en el libro: el aspecto cultural, el tema de los operadores.
C.D.: Sobre todo la formación de los jueces.
F.D.: En la Argentina, es una cosa de la que se habla poco y de la que se hace menos. Hay poco énfasis en la formación de cuadros burocráticos que sean académicamente sólidos, que tengan algunos valores para aplicar la ley.
C.D.: También sostenemos que los jueces y fiscales administran los tiempos de modo de preservar el poder. Esa administración no es inocente. Tenemos la hipótesis de que persiguen a los poderosos una vez que vuelven al llano, y que no solo tiene que ver con presidentes o gobernantes, sino también, con empresarios amigos del poder.
F.D.: Tampoco hay un sistema de rendición de cuentas. No hay premios y castigos, no se mide productividad. Esto permite que los tiempos se jueguen en función de intereses particulares de los actores.

- Dicen que la Justicia actúa una vez que los poderosos dejan el poder, aun así, son pocos los que están presos, ¿por qué?
F.D.: En la Argentina, la Justicia somete a procesos, pero no juzga.
C.D.: Es una Justicia que no enjuicia.
F.D: Las causas judiciales duran 10, 15 años. Se traban en la etapa de investigación; se prolongan en el tiempo y terminan en la nada. Porque hay un problema que tiene que ver con la forma en que se aplica la ley y se usan los tiempos. Nuestras instituciones son muy permeables a los intereses particulares. Entonces, los actores -jueces, fiscales- no sólo se guían por la ley sino, a veces, por intereses particulares, que no sólo es corrupción económica.
C.D.: Quizá obedecen a las facciones que los pusieron en el poder.
F.D.: Y hace que no haya juicios. Si no hay juicios, no hay condenas.

- Pero, ¿por qué no hay juicios?
-F.D.: La complejidad reside en que no hay una sola causa. Es una forma de hacer justicia que sigue siendo remunerativa para un montón de personas y esta historia de someter a proceso, pero no enjuiciar. Parece un juego de palabras, pero el año pasado vimos a Cristina Kirchner, Julio De Vido, Aníbal Fernández, José López, Lázaro Báez, Ricardo Jaime, un montón más. Algunos están presos, otros procesados. Decime, ¿qué día podría llegar a haber un juicio oral? ¿De qué depende? De que un tribunal, de que tres jueces digan: "el juicio se hace tal día". Es una facultad que tienen los tipos, que no puede alterar nadie. ¿Qué pasa si no ponen fecha este año porque creen que es un año electoral? Nada, porque no hay un mecanismo de rendición de cuentas.
C.D.: En el libro deslizamos distintas hipótesis que pueden explicar esto. Puede ser que la Justicia acaricia a los poderosos y aplasta a los débiles, que lo hacen como una manera de preservar el poder: administrando los tiempos, administran su poder.
F.D.: Son estrategias de supervivencia que tienen los tipos.

- ¿Cambiaría en algo ver, por ejemplo, a Cristina presa?
F.D.: Que cambie la dinámica es difícil atribuírselo a un solo caso.
C.D.: Presa o no, lo que cambiaría es que empiece a haber juicios.
F.D.: La sociedad se merece saber si una presidenta es culpable o inocente. El peor escenario es esta ambigüedad donde para un sector de la sociedad Cristina es una delincuente y, para otro, una víctima. Eso, que es una trampa, que divide y que no nos hace bien como sociedad, ¿cómo se dirimiría fácilmente? Con un juicio. Para que quede una posición clara, si fue culpable o inocente.
C.D.: Es una sociedad donde hay mucha corrupción, entonces, realmente tenemos que empezar a tener juicios. Incluso, los principales interesados, y que se los merecen, son los imputados.

- Estamos en un año electoral, ¿Cómo creen que actuará la Justicia con las causas por corrupción?
F.D.: No sé cómo va a jugar, pero hay un proceso que en la Argentina está muy marcado, que atraviesa a todo el mundo, que tiene que ver con la judicialización de la política. Cada vez más, la política se desplaza del Congreso a los Tribunales. Este año es una gran incógnita. Supuestamente, en 2016 hubo una gran proactividad judicial por la alternancia: un grupo social dejó el gobierno y otro asumió. Ahora es un final abierto: ¿seguirá esa proactividad o se parará? Yo no lo sé.

- La relación que mantiene Cambiemos con la Justicia, ¿difiere de la que mantuvo el Kirchnerismo?
C.D: Creemos que es la misma, que nada cambia. El problema no son los gobiernos ni los nombres. Lo que no funciona es el sistema. En el libro pusimos énfasis en cuatro indicadores: la administración de los tiempos, la formación de la burocracia judicial, el lenguaje expulsivo y la sociedad civil, los medios y el empresariado. Hace falta mirar al sistema como una dinámica que funciona mal.
F.D.: Hay un problema que es cómo se desenvuelve el sistema institucional. Cambian los actores, los gobiernos, los jueces, los presidentes y, sin embargo, hay tres patas que están siempre, que es la mezcla entre el poder político, el poder judicial y, a veces, mediado por estas nuevas figuras, que se llaman "operadores". Cambian los nombres, pero no el núcleo duro.

- Como fiscal, tuvo causas complejas, ¿alguna vez sufrió presiones?
F.D.: Desde el punto de vista institucional, sólo cuando era muy joven y ocurrió lo de los sobornos en el Senado. Ahí tuve terribles presiones de quien era mi jefe, el procurador general de la Nación [N de R: Nicolás Becerra]. Presiones que nunca son armas de fuego o una amenaza, sino que tienen que ver con mecanismos de disciplinamiento e institucionales para tratar de incidir sobre tu voluntad. Te vas acostumbrando, pero las sutilezas siempre están, sobre todo de la mano de la mentira, de la descalificación personal: "es marxista, es de Justicia Legítima, es un loco que anda en bicicleta". Son mecanismos que tratan de trabajar sobre tu subjetividad para denostar. Como decía Foucault, son los pequeños movimientos de disciplinamiento. No diría que son amenazas veladas, no te dicen: "haga esto o lo mato". Uno aprende que son inteligentes, que lo hacen de otro modo. El condicionamiento viene por otro lado.

- ¿Qué le causó la muerte de Nisman?
F.D.: Lo que nos causó a todos: conmoción. Lo que más conmoción me causa es que no sepamos qué pasó. Podía ser Nisman o el portero. Eso me parece tan o más grave que la muerte. No estoy reduciendo la muerte, que es gravísima. Lo terrible es que no sabemos qué pasó ni cómo murió.

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