El silencio tambien comunica dice el autor

La comunicación política debe tener correlato con la gestión

El libro de Mario Riorda toma lo hechos argentinos de este tiempo, piensa las tendencias internacionales e intenta categorizar el escenario. En este fragmento analiza el presente desde una mirada que combina la comunicación politica y la ciencia politica.

Si hay una expresión que sintetiza a un gobierno que tiene problemas es ésta: gobierno bien pero comunico mal. Y así, la política, como entidad mayor, rectora de todo, se saca el lastre frente a la opinión pública y le delega toda la responsabilidad a la comunicación. Le pide hacerse cargo de justificar lo que muchas veces es injustificable. Pero antes de avanzar, por las dudas, hay que adelantar una postura: la comunicación gubernamental tiene un objetivo, aportar a la construcción del consenso. Si no hay consenso, no es un problema comunicacional. Es, sencilla y básicamente, un problema político. Punto.
Así es que ya se presentó el contexto: Argentina. Ya se presentó el enfoque: un ensayo desde la comunicación política. Pero también vale aclarar algo desde temprano para continuar el razonamiento anterior: no toda comunicación es política. Sin embargo, en pleno siglo XXI, tampoco debería dudarse de que la política se hace visible, se presenta y se representa a través de un formato comunicacional. No importa si la política sabe el camino, andando comunica igual. Incluso el silencio es comunicación, porque los vacíos en un discurso son completados a menudo por la subjetividad de los receptores conforme a sus propias experiencias. Así que analizar la comunicación política es analizar la política misma, pero en su modo más visible, máxime si se lo hace rescatando las huellas que los medios van dejando en el escenario público.
Hoy, la comunicación política en los diferentes estados en que se presente (electoral, gubernamental y de crisis, preferentemente) es un pasatiempo social. Como nunca, en los medios se discute sobre si A o B comunican bien o comunican mal. Las aleatorias muestras de esta nueva conversación pública desnudan al menos dos cosas:
Una, que la comunicación política es, en última instancia y del modo más terrenal posible, el intento de controlar la agenda pública. Quienes tengan pruritos pueden cambiar la palabra "controlar" por gestión de la agenda pública y el significado permanece intacto. Ya sea que la promueva el sector político, el sistema de medios, la propia ciudadanía, un sector o actor de alguno de aquellos, o todos al mismo tiempo. La comunicación política no se revela como una degradación de la política, más allá de algunas visiones en ese sentido, sino por el contrario la revaloriza y al mismo tiempo representa la condición del funcionamiento del espacio público ensanchado de la democracia de masas.
Por ello es que la comunicación política es un enjambre de temas, porque la política misma es un enjambre de temas. La agenda es un conjunto de cuestiones comunicadas en función de una determinada jerarquía. Y nunca es una única cuestión. Son los elementos en los que se centra la atención en un momento determinado y surgen de procesos competitivos por la instalación de determinados temas, entre actores que pugnan por darle forma y contenido a esa agenda.
La agenda pública es un conjunto de problemas que un público más o menos amplio considera relevantes. Es la más descentralizada y, por ello, suele ser la más accesible y de la que todos hablan. Es más, cuando la agenda política se transforma o se solapa con la agenda pública, es cuando todos hablan de los mismos temas. Sociedades politizadas o hiperideologizadas se suele llamar a este fenómeno, cuando la sociedad política permea incesantemente temas de tal interés y envergadura que se transforman siempre en temas de agenda pública. Se ha constatado esto cuando la comunicación política logró permear los ámbitos de socialización primaria, como la familia, el trabajo, las escuelas. "Con amigos, de política mejor ni hablar" se titulaba una de las tantísimas notas periodísticas que aparecieron durante el período del kirchnerismo y que llevaba un subtítulo provocador: "Las discusiones en torno del kirchnerismo producen trastornos, peleas, distanciamientos", entre otras llamadas a evitar esos enfrentamientos familiares.
Hace décadas -desde los debates en torno a la participación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam- que los académicos norteamericanos advertían que hay ciertas épocas más ideologizadas, con "hipótesis ambiente" fuertes, que tienen relación con ciertos contextos y sus protagonistas. Estudios como el de Norman Nie, Sydney Verba y John Petrocik daban cuenta de que hay ciertas épocas que tienen que ver con ciertos contextos y sus protagonistas. Estos contextos determinan que el uso ideológico de los electores para decidir su posición se haga más frecuente. Son entornos en los cuales se abren fuertes discusiones y pláticas públicas que producen divisiones sociales profundas.
Éste fue el proceso binario que se vivió -y se vive- en Argentina respecto de los temas de la agenda pública durante más de una década. En 2013, dos de cada tres argentinos manifestaban que hablaban o discutían de política siempre o a veces (66,7%) y el 61,9% afirmaba que trataban de convencer a sus amigos o familiares para que compartieran sus puntos de vista. A ello se agrega que el 71%, considera que la política tiene una gran incidencia en la vida de cada ciudadano. En Argentina, el debate adquirió una intensidad tal que era muy común la expresión "polarización", que luego derivó en "crispación" y finalmente en la idea de "la grieta" (...)
(...) Que el debate por la comunicación política sea una gran plática o charla social y pública solo da por sentado que el debate supera lo político y lo trasciende haciéndose parte de los temas de la agenda pública. Todos tienen capacidad de opinión sin importar su nivel de argumentación. Como el fútbol, como la religión, la comunicación política es el nuevo fenómeno de la polémica nacional, que a veces trabaja solo en la agenda política, pero muchas veces la desborda ocupando la agenda pública. La otra cosa que aparece en la nueva plática social es la concepción instrumental y para nada estratégica de la comunicación política. "Gobierno bien y comunico mal" es la afirmación que subyace -como explicación fácil- a los gobiernos que tienen problemas de legitimidad. Usada antes y usada hoy. Usada en cualquier contexto. O sencillamente: usada con exceso.(...)
(...) Aquí la comunicación es algo así como un instrumento de doble propósito o un bien de uso privado transferible (de uno u otro), además de ser un colchón de amortiguación frente a políticas públicas que no logran aceptación popular. Se la ve parcialmente como un engaño. Su uso depende de si la política va mal. Tras la aparición del escándalo internacional denominado Panama Papers, el otro aliado de Cambiemos, el radical Ernesto Sanz, comentaba que "el presidente se presentó espontáneamente ante la justicia", asumiendo que "puede ser que tardar cuatro días en hablar en los Panama Papers haya sido un error de comunicación". Se reitera el modismo: el foco del argumento está en la comunicación. No hay cuestionamiento al objeto controversial (cuenta offshore) sino al tiempo de reacción comunicacional. (...).
(...) Un gobierno utiliza la comunicación con el objeto de transmitir algunas cuestiones que considera relevantes y, en ese proceso, puja por instalar determinados puntos de vista en el público. Para ello, es imprescindible que el discurso de los gobernantes sea coherente con la interpretación y las definiciones ideológicas de la ciudadanía. Por ello, cuando se accede al gobierno, el intento de establecer un gran relato, un mito de gobierno, es concebir a la comunicación como simbólica con la función de generar esperanza; una vez instalada, la comunicación puede alimentarse a sí misma siempre y cuando exista coherencia entre la narrativa esbozada y las políticas públicas implementadas. Los grandes relatos políticos son herramientas de comunicación simbólica de uso regular y constante en la construcción de sentido social y político para la existencia y el mantenimiento del consenso social y la legitimidad del gobierno. Este libro observa y analiza los contextos en donde los discursos intentan e intentaron forjar un relato político.
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