Ante el cambio de gobierno, valorar lo conseguido

Es una verdad aceptada que la historia económica argentina se explica desde su movimiento pendular, a un período de bonanza le ha seguido otro de decadencia hasta llegar, incluso, a agudas crisis. Cuando se promedia las etapas transcurridas se comprueba que el saldo está muy por debajo de las expectativas optimistas. Por lo menos esto es lo que ocurrió en las últimas tres décadas que han dejado un promedio anual de crecimiento de solo un 3.5%.
Las sociedades maduras suelen aprender de los aciertos y errores. De las fallas, la primera enseñanza que se obtiene es no volver a cometerlas, aunque en el caso argentino se comprueba un extraño empecinamiento de repetir equivocaciones. En cambio, los logros bien asimilados pueden ser factores de multiplicación económica, social y política.
Por poner algunos ejemplos de lo positivo que ha dejado cada época de esta etapa democrática reciente se puede afirmar que, a riesgo de caer en simplificaciones, la década de los ochenta, etapa difícil marcada por la inexperiencia democrática, nos dejó como activo para el futuro del país la definitiva recuperación de la democracia y sus instituciones, como también la conciencia del nunca más a un golpe de Estado y la violación del Estado de derecho y de los derechos humanos. En los años noventa, fin de la Guerra Fría e inicio de la globalización, después de las hiperinflaciones aprendimos como sociedad el valor de una economía estable y sin inflación; la incorporación de la inversión privada en la mejora de muchos de los servicios públicos con tecnología de punta; y la importancia de asociarnos a los principales jugadores internacionales: en esos años Argentina ingresó al grupo selecto de las economía más avanzadas como es el G20, donde todavía permanece. Ya en la década de la post crisis 2001-2002, el resultado positivo es la recuperación de la producción nacional, que siempre genera genuino empleo, la instalación definitiva del concepto de inclusión social, y la comprobación de que el complejo agroindustrial argentino nos ubica en el mundo como un actor decisivo y un recurso central para apalancar el desarrollo productivo interno.
Todos son estos activos, reales e intangibles, construyen la fortaleza del país de cara al futuro. La idea de consolidar estas conquistas supone para el futuro mediato avanzar decididamente en profundizar la democracia que vivimos a partir de fortalecer sus instituciones en un contexto de absoluta independencia republicana; tener una macroeconomía y una moneda previsible en el tiempo con una inflación acotada a un dígito; desplegar una agresiva política exterior en los mercados de consumo más desarrollados para aumentar sustancialmente las exportaciones aprovechando las ventajas comparativas que tiene el país en su sector primario, único camino para el ingreso de capitales.
Invertir en infraestructura básica que permita al sector privado ganar en eficiencia (transporte, energía, vías de comunicación) para poder lograr los objetivos recién mencionados. Todo esto significará más trabajo formal lo que sin dudas redundará en una real distribución de la riqueza. En síntesis, se trata de darle continuidad a lo mejor que hemos heredado en estas décadas.
En este sentido, es clave saber adaptarse a los tiempos que corren como también a los cambios continuos que van marcando estos primeros años del siglo. Porque los nuevos desafíos no se pueden enfrentar con argumentos y experiencias del pasado que no estuvieron acordes con el desarrollo esperado. Son nuevos y, por eso, requieren creatividad. Y es mejor hacerlo si sabemos construir entre todos el futuro a partir de los logros conseguido ayer, sin prejuicios ni maniqueísmo, para rearmar una estrategia nacional tendiente a aprovechar las inmensas oportunidades que tiene la Argentina en los próximos años. Para ello será indispensable dejar de lado esa cultura tan característica de nuestra dirigencia de negar lo bueno del pasado.
En síntesis, elaborar una estrategia que aprovechando nuestras ventajas competitivas dadas por la naturaleza y la riqueza de nuestros recursos humanos, permita obtener un desarrollo económico estable y balanceado. Para ello resulta imprescindible la obtención de los consensos necesarios, la consideración del desarrollo de las cadenas de valor y la readaptación de nuestro sistema educativo hacia uno más estructurado y pragmático a tono con esta estrategia.
El mundo tiene una demanda creciente de energía, alimentos y conocimiento. Y Argentina es altamente considerada en estos temas. Nuestra dirigencia e intelectualidad deberían hacer el esfuerzo de pensar el país para las próximas décadas a partir de estas ventajas comparativas que tiene el país y que son patrimonio de todos los argenti nos.
Hay una gran oportunidad por delante y aprovecharla depende de lo que hagamos hoy nosotros.
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