El Estado, único protagonista de la política

A propósito de unas reflexiones de Luis Alberto Romero en una entrevista con La Nación sobre la identificación entre el peronismo y el PRI mexicano, entre los fenómenos que deja la ya más de una década de gobierno kirchnerista debería contarse el de la evolución del peronismo desde una condición de partido de gobierno hacia la de partido de Estado. Se podrá decir que son lo mismo, pero en lo que a la producción de hechos políticos se refiere, la experiencia kirchnerista muestra que podría hacerse una distinción entre ambos.

El peronismo consolidó la primera condición, la de partido de gobierno, después de la crisis de 2001 que llevó a la caída de Fernando De la Rúa. Había perdido circunstancialmente el poder dos años antes a manos de la Alianza, después de una década de menemismo, y administró la crisis a través de la acción de la liga de gobernadores y de su fortaleza relativa en el Congreso. Desde ese poder construyó un gobierno de naturaleza parlamentaria, una rareza en la Argentina, que llevó al gobierno a Eduardo Duhalde.

Sin embargo, desde la llegada al poder de Néstor Kirchner, y más marcadamente con la presidencia de Cristina Kirchner, la política parece haberse convertido en la Argentina en una pura expresión de la estatalidad. La política ya no reside en un sistema de partidos, ni siquiera el de un solo partido, sino en el Estado, donde poder y política se confunden y son la misma cosa.

En palabras de Romero, la política en la Argentina "es cada vez más un apéndice del gobierno: para hacer política hay que ser presidente, gobernador, intendente y hacer política consiste en movilizar los recursos del Estado para conseguir votos, a la manera del PRI mexicano".

El fenómeno podría a la vez ser causa y consecuencia del concepto de recuperación de la política que sedujo tanto en los primeros años de Kirchner y que tantas adhesiones consiguió en un escenario aun dominado por el concepto de fin de las ideologías. La recuperación de la política con Kirchner derivó inesperadamente en una apropiación de la política por y desde el Estado, que aparece además como un nuevo sujeto político, por encima de ciudadanos y partidos. Podría decirse que desde la administración del Estado, en estos términos, ya no hay generación de políticas públicas sino simplemente política.

Los pensadores pos-marxistas sostienen que la política es algo distinto de la estatalidad, y hablan del fenómeno político como un acontecimiento en el que el hecho político, desde finales del siglo XX, es una excepcionalidad. La política, según esta corriente de la filosofía política, está circunscripta a lo micro y aparece en episodios como la toma de una escuela o la recuperación de una fábrica o en el movimiento de los indignados o, para que se entienda mejor en la Argentina, en las asambleas barriales de 2001. Así, la política sería el hecho que busca romper con el orden social o con el orden institucional vigente.

El kirchnerismo parece rechazar la estatalidad en lo que representa como orden institucional pero sin embargo genera acontecimientos políticos desde ese mismo Estado que encierran ese criterio de excepcionalidad y que resultan imprevisibles. Así vemos cómo desde el vértice mismo del poder político se pretende romper el orden establecido, como por ejemplo en el caso del acuerdo con Irán por los juicios por la AMIA para negociar con los acusados, o cuando se establecen nuevos criterios, arbitrarios, para la selección de jueces.

La expresión orgánica más conocida del Estado como protagonista de la política es la aparición de La Cámpora, una agrupación nacida en las entrañas del poder y diseñada a partir del aparato institucional del Estado, con alcance en casi todos sus estamentos. Lo curioso es la inversión de roles: desde el Estado, que monopoliza la política, se generan hechos de naturaleza política que significan rupturas con lo institucional, es decir, con lo que ese mismo Estado debería representar.

Este ejercicio proviene de una enraizada inclinación en el kirchnerismo sobre la que ya se ha hablado: perseverar y con bastante éxito en la idea de que la acumulación de poder nunca es suficiente y que el verdadero poder está en manos ajenas y aún debe ser conquistado. Para el kirchnerismo, de algún modo, esto recién comienza. ¿Cuál será la concepción de Daniel Scioli, el heredero inesperado de este singular diseño?

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