Los cambios en el espionaje son tarea del próximo presidente

Los cambios que la Argentina necesita en el área de inteligencia se convertirán en un examen crucial para comprobar el nivel de la transición del poder en la Argentina. El comienzo no podía ser peor. La Presidenta anunció la disolución de lo que fue la SIDE obligada por el impacto político e institucional de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Lo hizo a su modo, respetando el estilo caprichoso de sus ocho años de gestión. Ninguno de sus ministros ni de sus legisladores conocía el proyecto. No lo discutió ni lo consensuó con nadie. Y le dio el manejo de las escuchas telefónicas, uno de los puntos más sensibles en términos ciudadanos, a la Procuradora General Alejandra Gils Carbó, una funcionaria que se dedicó desde que fue nombrada a teñir cada designación, cada despacho y cada decisión judicial del color militante del kirchnerismo. La decadente cultura de la confrontación K tiene un capítulo triste e intenso en la tarea de la jefa de los fiscales.


No extrañó entonces que la oposición saliera rápido a hacer público su rechazo al proyecto de Cristina. El mismo lunes, poco después del discurso egocéntrico que la Presidenta dio en cadena nacional en la noche del lunes, salieron a cruzarla los radicales Julio Cobos, Ernesto Sanz, y el socialista Hermes Binner, todos precandidatos presidenciales de la tambaleante coalición Faunen. Y ayer le tocó a Mauricio Macri y a Sergio Massa. El jefe de gobierno porteño lo hizo por la mañana, con una de sus clásicas ruedas de prensa breves y sin derroche de contenido. Y el intendente de Tigre se mostró rodeado de sus principales diputados para reclamar una investigación de la misteriosa muerte de Nisman con expertos internacionales.


Se podría decir que todos salieron contra el proyecto "con los tapones de punta" si la diputada Diana Conti no le hubiera dado un sentido trágico a una frase que, difícilmente, quiera repetir en el futuro algún dirigente político. Lo cierto es que los dirigentes que se aprestan a competir por la conducción política de la Argentina no aceptarán el proyecto de Cristina ni siquiera para debatirlo. La historia reciente enseña que el kirchnerismo disfraza con algunas concesiones sus iniciativas pero resuelve cada instancia a su antojo, haciendo valer la fuerza de su hasta hoy irresistible mayoría en el Parlamento. El desgraciado pacto con Irán es el ejemplo más oportuno de esta modalidad.


Sólo la unidad de criterios y una exposición pública convincente de los líderes opositores podrá detener el proyecto kirchnerista para que los cambios en el sistema de espionaje los haga quien debe hacerlos: el próximo presidente. Cristina ya cuenta con la ventaja del dócil respaldo de Daniel Scioli e intentará hacer lo mismo con el resto de los gobernadores del PJ. No debería tener problemas. Desde el fin de semana pasado, quedó claro que la muerte dudosa de un fiscal especial que denunciaba a la Presidenta no es motivo suficiente para despertar en el domesticado peronismo oficial el reflejo olvidado de la rebeldía.

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