¿A dónde va el Banco Central?

A fines de enero pasado el Banco Central dio un giro importante en la política monetaria. Para contener una corrida cambiaria que le había significado a lo largo del mes más de 2.800 millones de dólares de pérdida de reservas, elevó en pocos días en 10 puntos porcentuales las tasas de interés que paga a los bancos colocando LEBACS, e inició así un período de contracción monetaria.


Desde entonces hasta ahora las reservas se estabilizaron, pero este hecho y la consiguiente meseta en que se encuentra el tipo de cambio oficial no obedece tanto a la política de contracción monetaria, sino a la generación de una oferta mayor de dólares en el mercado cambiario mediante la obligación impuesta a los bancos de liquidar parte de sus tenencias en moneda extranjera y otras medidas de similar orientación y fundamentalmente al inicio del período habitual de grandes liquidaciones por parte de los exportadores agropecuarios.


La política monetaria ha tenido una influencia sólo marginal en la contención de la depreciación de la moneda. De hecho, hasta mediados de abril, la base monetaria (circulante más depósitos de los bancos en el BCRA) sólo se contrajo en 15.600 millones de pesos (- 4,3 %). Por otra parte, el activismo desplegado por las autoridades monetarias tuvo como contrapartida un financiamiento al sector público por 14.572 millones de pesos.


En otras palabras, el Banco Central aspira recursos en el sector privado y transfiere una gran parte de los mismos al sector público. Conciliar una contracción monetaria con una expansión fiscal es siempre difícil, pero resulta poco menos que imposible cuando las magnitudes en danza adquieren las dimensiones actuales.
Las pocas cifras del desempeño fiscal que hasta ahora se conocen hacen prever que el déficit financiero del Gobierno Nacional (antes del pago de las amortizaciones de capital de la deuda) llegará cómodamente este año a los 120.000 millones de pesos y que, como ocurrió en los últimos años, será afrontado en su mayor parte con recursos del BCRA, ya sea como transferencia de utilidades o mediante los llamados adelantos transitorios al Gobierno Nacional.


Obviamente, la absorción de liquidez por parte del Banco Central y el aumento de las tasas dejan al sector privado con poco y muy caro crédito e impulsan un escenario recesivo.


Si el Banco Central pretendiera seguir con una política de contracción monetaria con semejante contrapeso fiscal tendría, en un futuro no muy lejano, que elevar más aún las tasas que paga por las LEBACS.


Pero los beneficios de semejante intento serían pocos, de hecho, el aumento de las tasas ha mejorado poco la captación de depósitos privados. En lo que va de este mes el total de depósitos muestra una caída, generada en los depósitos en cuenta corriente y caja de ahorro, mientras que las imposiciones a plazo fijo, más sensibles al aumento de tasas, muestran un moderado crecimiento.


En síntesis, estamos frente a un laberinto monetario con estímulos cruzados que inducen una contracción en el sector privado y una expansión en el sector público. Exactamente al revés de lo que se necesita.
Por añadidura, el Banco Central genera, pagando tasas que oscilan en el 30% anual, un déficit cuasi fiscal cuantioso. Es decir que al auxilio monetario al Tesoro se le agregará un financiamiento monetario para sufragar el propio déficit del Banco Central.


Obviamente, en el trasfondo de todo este laberinto está la inflación, que el gobierno parece creer que cederá, un tanto mágicamente, confiando en los resultados de un monitoreo artesanal de los precios.
La actual política monetaria puede haber servido para calmar expectativas en los días calientes de la corrida cambiaria, pero no es sostenible en el tiempo sin agregar más desequilibrios, cada vez más difíciles de corregir.

Temas relacionados
Más noticias de Banco Central
Noticias de tu interés