Un discurso alejado de la Argentina real

El artículo 99, inc. 8 de la Constitución Nacional establece que el presidente de la Nación debe hacer anualmente la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, ante la Asamblea Legislativa, para dar cuenta del estado de la Nación, de las reformas prometidas por la Constitución y para recomendar las medidas que juzgue necesarias y convenientes. Lamentablemente, ya nos hemos acostumbrado a que este acto institucional y solemne sea utilizado para hablarle a los militantes y seguidores del gobierno, y no a la sociedad en general.
No hubo en esta oportunidad ninguna sorpresa. El mismo sentido autocomplaciente de sus anteriores intervenciones permite pensar que si sus palabras son sinceras la presidenta de la Nación vive inmersa en una realidad paralela, la del ya fatigoso relato. Quien la escuchara sin conocer lo que verdaderamente sucede en la Argentina, podría creer que nuestro país es Canadá o Australia, por la extraordinaria calidad de vida de sus habitantes. Para adornar esa visión idílica, Cristina Kirchner se vale de argumentos inconsistentes soportados por cifras del INDEC.
Por lo demás, la dimensión del futuro se halla ausente en esas arengas de tribuna. En esto es coherente: el populismo se agota en el puro presente y se desentiende de las consecuencias de sus actos. Más que un programa de gobierno, más que una invitación a todos los argentinos a un rumbo de progreso y bienestar, el discurso presidencial parece el alegato pobre, desvaído, contradictorio, de un abogado defensor. No tiende al porvenir; es una terca justificación de un pasado imaginario, en el que ella y su marido luchan incesantemente contra molinos de viento. La distancia entre esos ensueños y la áspera realidad es infinita, pero la presidenta no permitirá que la realidad se interponga en su camino.
Basta un dato para advertirlo. Las dos principales preocupaciones de la sociedad, según todas las encuestas, son la inflación y la inseguridad. Esas dos palabras, sin embargo, estuvieron ausentes en un discurso de tres horas. Es alarmante que en un discurso de esta trascendencia la Presidenta haya ignorado el impacto profundamente negativo que tiene la creciente inflación sobre los ingresos de los argentinos, particularmente de los que menos tienen. De igual manera, ignorar el avance del narcotráfico y su creciente capacidad de poner en jaque al Estado implica ignorar un flagelo que sin una política de estado para combatirlo no hará más que agravarse.
Es curioso, de todas formas, que un país tan próspero como el dibujado por la Presidenta en ese discurso se vea sometido a tantas conspiraciones de oscuros poderes, si hemos de creer en la fábula del oficialismo. También es una lástima que la caída del mundo de la que los países centrales no estarían tomando nota- se proyecte con precisión quirúrgica sobre la Argentina y no afecte a nuestros vecinos. Vivimos en una época extraña.
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