Otra fotografía del tobogán en el que baja la imagen presidencial

Después del cacerolazo del 8 de noviembre y del intenso paro de ayer parece consolidarse la idea de que cualquier protesta contra el Gobierno nacional tiene a priori grandes de chances de terminar siendo exitosa. Con apenas un tercio de los grandes gremios de la Argentina, Hugo Moyano y sus aliados de estos tiempos (el estatal Pablo Micheli, el agrario Eduardo Buzzi y el ascendente ferroviario Pollo Sobrero) se las arreglaron para dejar a buena parte del país sin trenes, sin aviones, sin nafta, sin bancos y sin diarios. La primera medida de fuerza general contra el kirchnerismo lució masiva en las grandes ciudades y desnudó, en forma dramática, el tobogán descendente por el que se desliza la popularidad de la Presidenta.


Si hay algo que enlaza aquella protesta con eje en la clase media de hace dos semanas y esta de bases gremiales organizadas es el mismo pedido que hicieron sus protagonistas. Queremos que Cristina nos escuche, fue la frase que ayer pronunció Micheli; que luego repitió Moyano y que había sido caballito de batalla de muchos caceroleros. La reacción presidencial ante estos desafíos hasta ahora ha sido acelerar sus pasos e ignorar las cuestiones que desvelan a sectores de la sociedad cada vez más numerosos: contener la inflación que debilita el poder de compra de los más pobres; combatir la inseguridad que se ensaña también con los más desprotegidos y atenuar el impacto del impuesto a las ganancias, que ya ha dejado de ser sólo una carga de las clases altas para llegar a los sueldos que ocupan el lugar más bajo de la pirámide.


En lugar de ocuparse de los temas grandes que preocupan al país, la Presidenta se encierra en un discurso pequeño. El truco remanido de reducir la realidad a los violentos que en cada paro tiran piedras, queman neumáticos o amedrentan a los que se resisten a plegarse a la huelga. A mí no me corre nadie, y mucho menos con amenazas, patoteadas y matones, desafió Cristina, en un intercambio que la exhíbe a la defensiva contra Moyano, el dirigente con peor imagen en las encuestas después del decaído vicepresidente Amado Boudou.


Esa es la fotografía que asusta cada vez más a los gobernadores y a los dirigentes del peronismo con poder distrital, que sienten agigantarse sus presagios más oscuros para un año definitorio como el próximo. Son los kirchneristas de primera generación, que se sumaron al liderazgo de Néstor Kirchner y que no comulgan con el estilo cerrado de la Presidenta. No les alcanza con el coqueteo presidencial de Daniel Scioli y ven crecer a los peronistas que se animan a ser opositores.


En semejante escenario, Cristina lucía muy lejana anoche en San Pedro, rodeada de granaderos y cadenas en una escenografía cinematográfica de la Vuelta de Obligado. Tal vez haya llegado la hora de que alguien le explique a la Presidenta que los golpes de efecto visuales y mediáticos han dejado, precisamente, de tener efecto. La corte de funcionarios temerosos, de militancia obediente, de artistas de aplauso fácil, se transformó en un techo que le oculta lo esencial y no le permite ver lo que está ocurriendo en las calles de la Argentina.

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