Rebelión en la ciudad de Wukan

Hay en el mundo ciudades que históricamente, por distintos motivos, han merecido el calificativo de heroicas. Este es, por ejemplo, el caso de San Petersburgo (la ex Leningrado) y de Volvogrado (la ex Stalingrado) en la Federación Rusa, por su indomable resistencia ante la invasión de las fuerzas nazis, en la Segunda Guerra Mundial. También el de la bonita Cartagena de Indias, en Colombia, por el coraje desplegado por su población durante el cerco de tres meses que la ciudad sufriera en el alzamiento contra el poder español, en 1815. Y el de algunas otras, como Tacna, por su notable actuación en la guerra del Pacífico contra Chile, así como el de Nanchang, donde comenzara, en China, el levantamiento comunista, en 1927. Ciudades tan distintas como Paysandú y Varsovia reclaman ambas el mismo honor. La primera de ellas por su épica defensa contra los invasores brasileños y las fuerzas del general Venancio Flores, en 1854/55. La segunda, por haber sido demolida en un 85% por los bombardeos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y la lista de ciudades heroicas, que es ciertamente larga, no se agota en los ejemplos citados.
Wukan, en la provincia de Guangdong, en China, puede ahora ir, ella también, camino hacia la heroicidad. Ocurre que desde hace un par de semanas está siendo gobernada directamente por su propio pueblo que ha desalojado a las autoridades locales de sus cargos y responsabilidades. Los dirigentes locales del Partido Comunista han huido, asustados, de la pequeña ciudad. Esto -que de alguna manera recuerda lo sucedido en la Comuna de Paris, en tiempos de la revolución Francesa- es una forma de rebelde protesta porque -una vez más a sus espaldas y con un fuerte olor a corrupción- las autoridades municipales vendieron tierras comunales a un empresario inmobiliario que planea construir centenares de viviendas.
A lo que se suma algo peor: la sospechosa muerte de uno los líderes de la protesta popular, Xue Jimbo, mientras estaba detenido en manos de la policía, el 11 de diciembre pasado. Su cadáver, que está siendo reclamado insistentemente por la gente, aún no ha aparecido. La familia sostiene que falleció como consecuencia de los tremendos golpes recibidos.
Por todo esto, día tras día, buena parte de los 15.000 habitantes del pequeño pueblo de pescadores emplazado en el sur de China se juntan, en una simbólica marcha pública de protesta que recorre las calles de Wukan. Y en una oficina improvisada atienden las necesidades de los periodistas que cubren el notable episodio.
Pero fuera de la ciudad, un amenazador cordón de policías trata de impedir que lleguen las vituallas que los pobladores necesitan para sobrevivir. Hasta ahora, sin mayor éxito. Ni empeño. El arroz sigue ingresando, de mil maneras, en la ciudad de Wukan. Todos recuerdan que, en septiembre pasado, esas mismas fuerzas de seguridad ingresaron dos veces a la ciudad y propinaron a sus habitantes una dura golpiza.
Pero ahora hay una actitud distinta, como de cierta prudencia, en las autoridades. No han usado la fuerza, ni cortado las comunicaciones por Internet de Wukan con el resto del mundo. Pese a que los reclamos han comenzado a pedir bastante más que terrenos para construir viviendas dignas, ahora incluyen el pedido de elecciones libres para Wukan. A lo que se agrega, como era de esperar, el pedido de castigo a los funcionarios corruptos, aún impunes. Cosas que ciertamente no abundan en China, como consecuencia del régimen del partido único.
Quizás porque el año próximo habrá un esperado recambio generacional en la cúpula del Partido Comunista Chino, nadie parece querer hacer demasiadas olas. Al menos, por ahora. Aunque la preocupación por el eventual contagio a otras ciudades de lo que ocurre en Wukan naturalmente crece. Hay quienes sugieren que cuando los periodistas que hoy están en la ciudad se retiren de ella para celebrar las Fiestas, la situación, de pronto, podría cambiar.
Para el líder político de la provincia en ebullición, Wang Yang, el futuro está en juego. Por ahora ha adoptado una actitud clásica en los políticos, la de la duplicidad. Pese a que los duros del partido, que obviamente reclaman represión, le enrostran debilidad.
La sombra de la primavera árabe está en el aire y preocupa a la dirigencia política china. También la relativa desaceleración del crecimiento económico, que -si se profundiza y mantiene- podría derivar en protestas sociales. Ya las hay, es cierto. Pero se silencian. Se habla de unas 90.000 protestas sociales por año. En un país que es todo un universo, la cifra no parece quitar el sueño a las autoridades. Por esto, el gasto en materia de seguridad se ha incrementado fuertemente en todos los niveles, lo que obviamente contribuye a alimentar el descontento.
De pronto crece la sensación que los mecanismos de administración social que utiliza el Partido Comunista Chino tienen límites. Y como el contenido de los bolsillos de la gente parece haber comenzado a flaquear un tanto, de pronto la tolerancia social a la total ausencia de libertades individuales básicas podría comenzar a disminuir. Lo que finalmente suceda en Wukan puede bien enviarnos una señal en este complejo capítulo.
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