ELECCIONES EN BRASIL

Frente a frente: el paracaidista y el último "animal" político

Ante la posibilidad de que Lula da Silva pueda triunfar en primera vuelta, el periodista José Vales opina que las cualidades intrínsecas del candidato del Partido de los Trabajadores pueden ser las necesarias ante el recrudecimiento de la polarización política.

La polarización que, desde hace años es también el lastre de la mayor economía de América Latina, se dirimirá el domingo en las urnas. Estas elecciones en Brasil aparecen como una nueva muestra de que la política como herramienta de cambio es un asunto de otra era y que sus ejecutores, artesanos o meros obreros (calificados o no), representan una raza en extinción.

Uno de sus últimos exponentes no es otro que el candidato con más posibilidades de jaquear definitivamente del poder a Jair Bolsonaro: Luíz Inácio Lula da Silva. Con cinco elecciones sobre sus espaldas y a sus casi 77 años, esta nueva versión, una suerte de Lula 2.0, busca regresar a la presidencia apoyado en sus dos mandatos (2003-2011) que cambiaron la imagen de Brasil ante el mundo. Puertas adentro, esos años laten en la memoria colectiva de los brasileños como de cierta bonanza macroeconómica, un ascenso social para casi 28 millones de personas, pero con los escándalos de corrupción suficientes para erosionar la política más que a los glaciares. Al punto tal que de allí se obtuvo el sedimento necesario para moldear la figura de Jair Bolsonaro y ungirlo luego a la presidencia. Ese lugar al que por estas horas busca aferrarse con una perfomance irregular en la encuestas.

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Para ver hasta dónde se ha degradado la acción política, bastó con tener que soportar el último debate entre los candidatos el pasado jueves. Allí Bolsonaro salió, desde el minuto cero, como uno de esos boxeadores que buscan acabar todo en el primer round, acusando a su contrincante de "Ladrón, gánster, expresidiario" y de ser, en el 2002, el "autor intelectual" del asesinato de Sergio Daniel, exprefecto (alcalde) de Santo André (San Pablo) y por entonces tesorero del Partido de los Trabajadores (PT). Acostumbrado a las peleas en el barro desde su infancia en el Gran San Pablo, Lula le entró al saco de lleno acusando al presidente de "mentiroso" y prometió firmar un decreto que levante el sigilo de 100 años que impuso sobre el expediente con la acusación por corrupción a sus hijos, los Bolsonaro Juniors, "para saber qué es lo que busca esconder usted por 100 años". ¿De cómo solucionar los problemas que aquejan al país? Poco y nada.

Y esos problemas son muchos, algunos estructurales y otros generados en estos cuatro años de un gobierno errático en manos de un exmilitar moldeado para llegar al Palacio del Planalto, bajo la inspiración de Donald Trump. No en vano algunos sectores de la diplomacia estadounidense blanquearon desde hace días sus temores de que Bolsonaro se fuese a tentar con seguir el camino de Trump en aquello de no reconocer los resultados. Por lo visto en estos cuatro años, en los que para el presidente pareció utilizar el Estado de derecho como un enemigo sobreactuando en las maniobras de un regimiento, es lo que despiertan esos temores.

Con el ojo en las últimas encuestas de Datafolha, Lula está muy cerca de obtener un triunfo el domingo, sin tener que apelar a la segunda vuelta, pautada para el 30 de octubre. De confirmarse esos pronósticos, la recuperación que viene evidenciando la economía brasileña, con un crecimiento moderado (1.2 por ciento) en el segundo trimestre y un descenso de la inflación, no habrían sido suficientes para cambiar el humor social con un gobierno errático en lo económico, que no supo lidiar ni con la pandemia ni, mucho menos, con la crisis social. Una administración que se ha caracterizado por el histrionismo, los gritos cuarteleros y el machismo exacerbado del presidente.  

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

Y entonces reapareció Lula. Exculpado por la Justicia y con los reflejos intactos del "animal" político que es. Cuando en noviembre de 2019, recuperó su libertad, se abocó de lleno a tejer una alianza para poner fin al bolsonarismo y tratar de suturar las heridas de la democracia. Se reunió de inmediato con el expresidente Fernando Henrique Cardoso, (1995-2003), su otrora acérrimo enemigo político. Pactaron y de allí surgió la candidatura y el nombre de su candidato a vicepresidente, Geraldo Alckim, exgobernador de San Pablo y uno de los hombres de confianza de Cardoso.

El Lula de hoy, el veterano expresidente que sigue emocionando a las multitudes en campaña, no es ya aquel combativo al que muchos de los viejos militantes del PT podrían estar aguardando. Viene de dar muestras acabadas de ello a lo largo de la campaña a donde Bolsonaro lo obligó a pelear en las redes. Allí contó con un ejército de artistas e intelectuales, encabezados por Caetano Veloso, Anita y Chico Buarque, convocando a ese sinónimo brasileños de otros tiempos más lejanos, "la felicidade", y al voto útil. En cambio, en su desesperación, el exparacaidista (otra de las particularidades que lo emparenta con el difunto Hugo Chávez) apeló sobre el final al símbolo de la selección brasileña de fútbol, Neymar. A la hora de construir esperanza todo vale. Desde la disputa del voto entre los evangelistas hasta los seguidores en Twitter de una estrella en vísperas del mundial.

Con un liderazgo construido en la negociación permanente desde sus tiempos de sindicalista -que, según los amigos lo llevó a "negociar" con el cáncer cuando lo superó en el 2012-, Lula tiene hoy un desvelo: ampliar su base política en el caso de que todo se termine mañana (domingo), o bien luego de tener que bregar hasta fines de octubre para lograrlo. Esos apoyos que necesita no están en lo que, grosso modo, es el progresismo, al que carga con comodidad en sus alforjas, ni en el espíritu socialdemócrata de Alckim y Cardoso, sino en la centroderecha.

Lula da Silva, el candidato favorito según las últimas encuestas de Datafolha.

La crítica situación fiscal que heredará el próximo gobierno, es el campo fértil para que un eventual Lula presidente pueda convocar a otros sectores con los que supo enfrentarse a lo largo de su dilatada carrera político-sindical, de la misma forma que lo hizo con Alckim-Cardoso. En la memoria está más que almacenada su empresa más ambiciosa en la primera década del siglo, cuando se erigió en un exitoso jefe de marketing de las grandes empresas brasileñas (Odebrecht y Camargo Correa, entre ellas) por el mundo, vendiendo la "Marca Brasil" Si hasta supo hacerse, casi al mismo tiempo, con la realización de un Mundial de Fútbol en el 2014 y los Juegos Olímpicos en el 2016.

Una muestra palpable de esa renovada heterodoxia la dio hace unos días en un encuentro con empresarios en donde no dudó un instante en cuestionar la parálisis de la Argentina, en manos de sus amigos (Cristina y Alberto Fernández), para tomar distancia de tamaño fracaso.

Y es que para Lula, la única idea irrenunciable -en un presente donde las ideologías quedaron tan en el pasado como los telégrafos- es la negociación permanente. Una herramienta que la mayoría de los partidos latinoamericanos conservan arrumbada en un desván al que la mayoría se refiere como La Moncloa.

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En ese contexto reaparecería este veterano de mil batallas, que puede llegar a quedarse largos segundos en blanco, tildado (como le ocurrió en el primer debate televisado en agosto último), pero que muestra sus reflejos políticos intactos. Un momento ese de la campaña en el que no faltaron los trumpistas autóctonos del bolsonarismo para compararlo en los memes con Joe Biden. Otra postal de la etapa proselitista que tuvo hasta muertos de lado y lado. Eventos, que permiten encender todas las alarmas: las de la violencia política y las de la energía del hipotético futuro presidente, con el solo fin de que no afecten el futuro inmediato del país.

Con esos riesgos incluidos, con la desesperada lucha del paracaidista presidente y la actuación siempre estelar de uno de los últimos anímales políticos del continente, la polarización brasileña se dirime finalmente en el último terreno todavía habilitado para estos fines: las urnas.

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