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En la Argentina de las distorsiones, el que gana pierde y el que pierde gana

Mientras se espera que, en un par de semanas, el Indec difunda el IPC de mayo, la consultora Focus Market publicó que, durante el mes pasado, los alimentos subieron un 8,4%, con incrementos interanuales que, en algunos ítems, como el arroz, llegan a rozar el 190%. El dato oficial de abril había indicado que, con una inflación anual de 108,8% hasta entonces, los alimentos y bebidas no alcohólicas habían aumentado 115 puntos.

En tiendas de la tribu oficialista, no dudan en apuntar a las empresas. En especial, a los "oligopolios" que, según su visión, se enriquecen a expensas del bolsillo de los argentinos. No siempre el relato describe la realidad. Al menos, no la que muestran los balances de tres dueños de las góndolas: Arcor, Molinos Río de la Plata y Mastellone.

Al 31 de marzo, Arcor facturó $ 196.369,7 millones, prácticamente lo mismo (0,3% más) que hace un año. Obtuvo el 68,7% en el país. Su resultado operativo, $ 13.515,9 millones, fue el 6,9% de sus ventas. Un año antes, el margen había sido del 8,6%. Como en sus balances de 2021 y 2022, la ganancia neta del ejercicio ($ 11.621,8 millones) se sostuvo gracias un resultado financiero positivo por el atraso del dólar oficial (al que se asientan sus estados contables) frente a la inflación.

La facturación neta de Molinos ($ 37.625 millones) subió 4,3% en el primer trimestre. Sus ventas, en volúmenes, cayeron 2%. La simple cuenta entre ingresos y gastos arrojó una pérdida operativa de $ 79 millones. Hace un año, había sido una ganancia de $ 1231,37 millones. Pero ganó $ 2091 millones en el bottom line, merced a la reducción de su deuda financiera neta.

A la caída del consumo, Mastellone le sumó la sequía. Entre enero y marzo, la mayor láctea del país facturó $ 59.757 millones, $ 4272 millones menos que un año antes. La pérdida operativa fue de $ 2594 millones, $ 490 millones superior a la que había registrado a marzo de 2022. Cerró el trimestre con un rojo neto de $ 455 millones. Había ganado $ 33 millones un año atrás.

La inflación permea y erosiona a las empresas que, en teoría, deberían ser sus beneciarias. Pero, por un dólar (oficial) que corre muy detrás de los precios, muestran una rentabilidad que las expone como villanas. En especial, en un país en el que ganar dinero es pecado; más si es durante una crisis. Por más que su suerte no sea muy distinta a la de compañías de otras industrias -siderurgia, electricidad-, cuyos deterioros operativos -en algunos casos, pérdidas siderales- transmutan en ganancias por esa alquimia financiera. Paradojas de una economía distorsionada, en la que el que gana pierde y el que pierde gana.

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