El segundo semestre: ¿un equilibrio recesivo?

El Gobierno ya atravesó la mitad del desierto que le dejó la sequía hasta el fin de su mandato. En el camino abandonó cualquier pretensión de bajar la inflación y de intentar una suerte de precaria estabilización. Mientras, se aferra a sostener el nivel de actividad con el objetivo de retener la mejor carta disponible: la creación de empleo en sus cuatro años de gestión. Pero restan recorrer seis meses donde los vientos y el calor serán aún más intensos; diciembre está muy lejos.

A diferencia a un año atrás. La caída en la producción del agro fue compensada por un aumento en los demás sectores, exceptuando los bancos. Es importante destacar que las actividades más dinámicas fueron las de hidrocarburos y minería, demostrando que ya sus aportes para una Argentina más estable empiezan a ser una realidad. Por caso, en los primeros tres meses del año las exportaciones de litio más que se duplicaron.

Ahora bien, sostener la actividad resulta complejo en un contexto donde las exportaciones cayeron 28 % y el pago de intereses de deuda subió 55%, con la consecuente pérdida de u$s 5500 millones en las reservas internacionales. La tendencia se mantuvo también en abril y mayo. Así, ya se fueron u$s 11.600 millones de las arcas del banco central desde el 30 de diciembre del 2022.

Un puente de dólares hasta diciembre

Esa debilidad estructural se refleja en una brecha cambiaria que se consolida en niveles muy elevados cerca del 100% y obliga al Gobierno a intervenir sobre los dólares financieros perdiendo reservas. Una política que, si se piensa en el vaso medio lleno, apunta a generar cierta estabilidad y menores presiones sobre la inflación. Pero, al mismo tiempo, le absorbe divisas al banco central que podrían utilizarse para incrementar las importaciones o mostrar más de poder de fuego y no para abaratar el ahorro en dólares vía dólar MEP y CCL.

Es evidente que día a día el equipo económico necesita administrar la escasez de divisas hasta encontrar un equilibrio entre las demandas del mercado financiero y la economía real para evitar un nuevo shock. Equivocarse implicaría más desequilibrios y una eventual crisis sistémica. Por ejemplo, si los dólares paralelos se disparan habrá un nuevo salto en la inflación que la ubicará en los dos dígitos mensuales. Y a una recesión superior a la esperada.

El problema es que en los próximos meses, la mayor demanda de divisas y una menor oferta, provocará una mayor caída en la actividad. A contramano de lo que refleja la evolución de las reservas internacionales, se están terminando las semanas más felices para el Central, cuando el sector agropecuario exporta el mayor porcentaje de su producción. Si de dólares hablamos, entramos en la peor etapa, una estacionalidad que este año se ve tensionada además por las elecciones.

Jaque al peso

Sirve de referencia observar que sucedió en las legislativas de 2021. Para contener los dólares paralelos, entre julio y noviembre de aquel año el banco central perdió u$s 1700 millones. En los próximos meses la presión será aun mayor, dados la incertidumbre y las probabilidades de un salto en el tipo de cambio con la llegada de un nuevo gobierno. El escenario puede empeorar si el resultado de las PASO de agosto aumenta las probabilidades de que gane un candidato con un programa económico de borde, como por ejemplo, de dolarización.

El Gobierno parece ser consciente de esa situación pero también sigue aferrado a condicionar lo menos posible el nivel de actividad. En esa lógica se explica que haya puesto los ojos sobre los depósitos en dólares de los gobiernos provinciales. El cepo cambiario finalmente llegó a la deuda externa de las provincias, una medida que si se tomó mucho después de afectar la deuda privada es por su impacto político. Su implementación en un año electoral da cuenta de la gravedad de la situación.

Más allá de estas políticas e incluso del aporte del renovado SWAP con China, el equipo económico no tiene forma de compensar los cerca de u$s 20.000 millones de exportaciones que no ingresarán por la sequía. Desde enero se sabía que conducir la recesión iba a ser la política económica menos dañina, atendiendo al objetivo de evitar un estallido. De esa forma, quizás el Gobierno podía adaptar la máxima de Juan Domingo Perón de "gobernar es crear trabajo" a una menos ambiciosa: gobernar es no perder puestos de trabajo de más.

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