Lo fácil o atractivo al inicio, no siempre lo mejor

No sería alocado que a alguien se le ocurriera establecer una función inversa entre las chances -a un futuro inmediato (bisagra 2015/16)- de disfrute económico, y la probidad de los planteos de política económica. Este es el juego de anverso-reverso entre las opciones de continuismo-gradualismo-shock.
El Plan Verano ha atisbado avanzar más en términos de consumo y de actividad -lo que se asoció a la calma cambiaria del primer semestre, calzando con el uso del cambio como ancla de inflación y una mayor sobrevaluación real-, pero, a la par, comienzan a detectarse escozores en la madeja armada para fondear en divisas al plan, al que se pensó afectado al horizonte de este año. Nada más atractivo para muchos que la eternización de la dupla de celo consumista e hipodólar real. Pero, entonces, correspondería aclarar cómo se la banca en dólares hacia delante, y qué se hace con los duros desequilibrios macroeconómicos sustantivos vigentes.
En las antípodas está el shock, erigido en el malo del film, con su visual de correcciones contundentes, proporcionadas a aquellos desequilibrios. Por cierto, en el centro del planteo se halla la liberación más rápida y amplia que sea posible del disfuncional cepo cambiario, con un mecanismo de flotación cambiaria en un mercado único, relativamente intervenido (sumando algún apoyo estabilizatorio, vgr., del FMI), y que proyecte al dólar hacia un valor realista y competitivo.
Un manejo falaz busca confundir el shock ligado a una estrategia integral, con firmes políticas ordenadoras de tenor fiscal, monetario y de ingresos, con el shock anárquico que, en su caso, puede disparar el mercado ante una suma de inconsistencias. Con esa estrategia, acelerar la anulación del cepo y ampliar las libertades de decisión de los agentes no debe, necesariamente, ser sinónimo de caos. Podrán, sí, ser mayores, los costos iniciales y los riesgos de orden distributivo. Pero, la estrategia puede minimizarlos, y tornar evidente la ventaja a futuro -con un nuevo set de precios relativos macro- en materia de un pasaje rápido a un repunte, en comparación, más sólido e intenso.
El gradualismo, por su parte, autoproclamado cual el colmo del enfoque bienpensante, busca encarar los grandes desequilibrios en base a dosis homeopáticas de medidas. Luego, se aferra al disfuncional cepo por un larguísimo plazo, tocando simplemente algunas preferencias, lo que, claro, cuaja con la tesis de una presunta devaluación básica diminuta, sazonada con algo de devaluación fiscal.
Con tal pacato esquema, primando la sensación colectiva sobrentendida de un rudo retraso cambiario, los gradualistas deberán precisar con estrictez cómo administrar la tensión tipo de cambio-tasa de interés para no recaer en el síndrome Fábrega de fines de 2013 y en el salto de enero de 2014. El as, no tan en la manga, que aquéllos computarían, es el acuerdo con los hold outs, en la creencia de que ello abrirá las puertas a generosos aflujos de capital externo, que permitirán consolidar lo esencial de la sobrevaluación cambiaria, con las secuelas productivas y laborales imaginables.
El gradualismo, al postular su apocado esquema cambiario, aduce, asimismo, que nada hay que temer, puesto que los bienes afectados por el mismo, apenas pesan en el valor de los bienes finales. Pero, descarta arbitrariamente que una terapia de shock, asumida con convicción como una estrategia integral y no como un lance, pueda, dados sus recaudos, conciliar la definición de un set verdaderamente más competitivo y activante de precios relativos y la primacía del ahorro interno (con un uso pragmático del externo), sin caer en ningún marasmo.
En resumen, como decimos siempre, lo que está en danza es la adopción de decisiones de alcance intertemporal, que sopesen costos-beneficios bajo una perspectiva más elongada en el tiempo. Y, así las cosas, lo que de inmediato pinte más atractivo y/o de dócil manejo, no necesariamente resulte lo mejor en términos de promedio extendido.
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