Inversión extranjera: una historia de alarmante fracaso

La inversión extranjera directa (IED) consiste (según el FMI) en la inversión con interés durable, por parte de empresas, que ocurre en países que son distintos de los originarios del inversor. Así, es entendida como una colocación productiva internacional de capital a largo plazo y es una muestra de participación en la economía suprafronteriza por parte de los países emisores y receptores, y de sus empresas y productores.

La IED es fuente de evolución tecnológica, incremento de la capacidad productiva, creación de empleo de calidad y fomento en ecosistemas productivos locales que actúan con más elevados estándares internacionales.

En un contexto (que se acelerará en lo que se ha anticipado como "la nueva normalidad" post pandemia) de economía crecientemente basada en el conocimiento y la tecnología, con empresas internacionales rompiendo cada año barreras cualitativas, la participación en los procesos evolutivos suprafronterizos (que se exacerbará en el futuro inminente) depende de la acción de empresas internacionales.

La economía mundial creció nominalmente 162% desde que se inició el siglo (ese crecimiento casi triplica el de Argentina). La evolución mundial referida ha estado vinculada con la profundización de la internacionalidad, y ésta con la expansión de la inversión extranjera directa. Y todo indica que la crecientemente exigente economía internacional será en adelante un terreno en el que los que mejor actuarán serán las empresas con algún grado de internacionalidad.

El stock de IED en el mundo se ha consolidado con fuerza (equivale al 40% del PBI mundial). El flujo anual se ha estabilizado (en 2019 creció 3% en relación al de 2018 pero aun es menor que el de los años anteriores).

Pero lo relevante (más que el flujo) es el stock de IED hundida en todo el mundo (empresas que han invertido fuera de sus países y actúan regularmente en un contexto internacional). Ese stock es en 2019 de 36,4 billones de dólares, cifra que es 83% mayor que el stock mundial del inicio de la década (19,9 billones). Y que -a la vez- es casi 5 veces mayor (creció 395%) que el de inicios del siglo XXI en el planeta (en el año 2000) cuando alcanzaba a 7,3 billones de dólares.

Los países que mayor stock de inversión extranjera acumulan en sus economías en el globo son (en este orden) Estados Unidos (cuenta con un cuarto del total mundial), China y Hong Kong en conjunto (que aun sumados acumulan menos de la mitad que EEUU), Reino Unido, Países Bajos y Singapur.

Según datos de UNCTAD, si se evalúa la evolución mundial en la acumulación de IED se advierte que en lo transcurrido del siglo XXI, el continente donde más ha crecido es Asia (660%). Pero si se cuenta solo la última década (2010/2019) en la que también el mundo muestra un crecimiento significativo del stock, es Norteamérica la región del planeta con más evolución (creció una vez y media).

La enormísima mayoría de los países de todo el mundo sumaron IED en estos lapsos. Pese a ello hay algunos pocos casos de países en el mundo que no han acompañado esta tendencia. Y uno es la Argentina.

Efectivamente, cálculos propios en base a la fuente antes mencionada permiten descubrir que en el último decenio hay un reducido grupo de países en los que el stock nominal de IED se redujo en el planeta y uno de ellos es Argentina (es el cuarto país del mundo con mayor reducción absoluta de su stock de IED entre 2010 y 2019, mostrando una caída de -16.421 millones de dólares).

Pero si además se miden todos los años transcurridos desde el inicio del milenio hasta hoy (2000/2019) Argentina aparece alarmantemente como el segundo país -en todo el mundo y con 202 medidos- con peor performance en la evolución porcentual del stock de inversión extranjera directa actuando en su territorio. Efectivamente, mientras en el mundo creció casi 400%, en Argentina el stock nominal de IED de 2019 es prácticamente similar al de 2000, en una cifra cercana a u$s 66.000 millones.

Por ello el stock de IED en Argentina es cada año menos relevante en relación al total mundial: mientras en el año 2000 la IED en nuestro país representaba 0.91% del total planetario; luego en 2010 ese stock en Argentina representó 0.43% del total global; y ya en 2019 equivale a solo 0.19% del total mundial.

En el mismo sentido puede descubrirse que mientras en 2000 el stock de IED en Argentina representaba 19.9% del total hundido en Latinoamérica y el Caribe; la participación Argentina en ese total regional cayó hasta representar 5.39% en 2010; y ha descendido finalmente en 2019 a solo 3.05% del total de Latinoamérica y Caribe.

Diversas razones pueden explicar esta mala performance. Un decálogo de motivos puede ser ofrecido como conjunto de explicaciones inicial en la siguiente lista: los desequilibrios macroeconómicos permanentes, la debilidad institucional que afecta derechos de empresas, un sistema tributario obstructivo, la aguda inestabilidad contextual, la politización de la economía, una conflictividad sistémica, la dificultad para garantizar el abastecimiento y funcionamiento de cadenas de producción internas adecuadas, una congestión regulatoria creciente, la conflictividad política y jurídica internacional y la cerrazón económica transfronteriza de la economía en relación al resto del mundo.

Si a lo expresado en relación a la IED se agrega la constatación de la persistencia en una débil tasa de inversión interna bruta fija de nuestro país, todo lo antes expuesto debería actuar como llamado a renovar y poner en orden el entorno productivo. Pero ello requerirá mejorar condiciones (decía Thomas Edison que la buena fortuna ocurre cuando la oportunidad se reúne con la preparación).

La internacionalidad productiva seguirá siendo el mecanismo de la evolución. La consolidada economía del conocimiento lo anticipa. Y si no ocurre entre nosotros un cambio virtuoso al respecto no es previsible ese salto cualitativo que aparece como requisito.

Por ahora, los resultados califican.

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