Inmortalidad digital en época de pandemia
El desempleo de más del 25% por el colapso económico del 2001 nos tocaba de cerca: 1 de cada 4 argentinos en edad laboral estábamos sin trabajo. Ahora nos toca de cerca otra realidad igual de dramática: la pandemia del coronavirus nos enfrenta al posible impacto en algún ser querido, cercano o conocido de manera casi inexorable.
¿Hay otra vida después de nuestra vida biológica? Hoy en día, además de las dimensiones religiosa y filosófica que esta pregunta ha planteado a la humanidad desde el inicio de los tiempos, se le suma una nueva dimensión: la digital. ¿Podemos pensar en una inmortalidad digital?
Desde hace más de 5 años, el MIT Media Lab está trabajando en un proyecto llamado Eternidad Aumentada, cuyo objetivo es lograr interacciones fiables, creíbles y certeras entre un ser humano y una entidad digital creada a partir de los rastros digitales de otra persona.
Si pensamos en la cantidad de gigabytes de información que generamos diariamente a través de nuestras interacciones digitales, no es descabellado pensar que, con los algoritmos y tecnología adecuadas, en el futuro cercano sea posible inferir “cómo somos simplemente a partir de todos esos rastros que hemos generado, voluntaria e involuntariamente. Cuando esto mismo lo aplicamos a las recientes “generaciones digitales , parece hasta casi una obviedad.
¿Qué pasa con nuestros perfiles de Facebook, Twitter o Instagram cuando ya no estemos? ¿Quién los administra? ¿Se los da de baja? ¿Quién responde los nuevos mensajes recibidos o solicitudes de amistad? ¿Tiene sentido que siga habiendo nuevos posteos? Sólo a modo de ejemplo, según un estudio, hay alrededor de 1,7 millones de usuarios de Facebook que fallecen por año. Si alguien se hace cargo de administrar esa “presencia digital , ¿se la puede considerar una forma de “inmortalidad digital ?
Al respecto, un inquietante capítulo de la serie Black Mirror en la plataforma Netflix llamado “Ahora vuelvo (Be right back, en el original en inglés) trata sobre (¡alerta de spoiler!) una empresa es capaz de crear la personalidad del esposo fallecido a partir de sus registros digitales, y luego transferirlo a un muñeco-robot que lo personifica, dándole a la viuda “alguien con quien interactuar que dispara incontables cuestiones éticas y morales. En un contexto más actual, ¿no podría esta “personalidad digital ser representada por un asistente de voz como en los celulares? ¿O en un chat-bot de texto?
El contexto de la pandemia nos enfrenta a la posibilidad muy cercana de tener a adultos cercanos de más de 65 años en cuarentena, de quienes no podamos despedirnos personalmente debido al aislamiento obligatorio. ¿Cómo podemos hacer el necesario duelo? ¿Es la virtualidad una forma de transitar ese doloroso proceso, de una manera que sea válida emocionalmente?
Más allá del atractivo de ficción que genera la “corporización de un ser digital en un robot, lo central no es la forma de representación sino la posibilidad de extender nuestro ser más allá de nosotros mismos. Porque, en verdad, esta forma de extender nuestra presencia podría ocurrir hoy, mientras estamos, o después de fallecer. ¿Cuál podría ser la utilidad de extender nuestro ser cuando estamos vivos?
Lo cierto es que la IA puede procesar y transformar la experiencia profesional documentada en correos, conversaciones, audios, artículos, presentaciones, etc. en una verdadera representación del conocimiento de esa persona. En el contexto de aislamiento actual, un docente puede atender dudas o consultas a través de un avatar digital a más alumnos, de una forma mucho más rápida y abarcativa. Así sería posible consultar a expertos a quienes no tendríamos forma de conocer en la vida real.
Esta capacidad de representar y compartir experiencia podría contribuir a nuevos modelos de negocio en Internet: en lugar de “preguntarle a Google o hablar con Siri o Alexa -que son interfaces genéricas-, podríamos consultar a un científico o experto reconocido en una temática. Si fuéramos el experto, ¿no podríamos participar virtualmente en muchas más conferencias, charlas o proyectos a través de nuestro avatar digital, y que dicho conocimiento “se integre al nuestro?
La retórica en torno a la inmortalidad digital enfatiza nuestro deseo de ser recordados y de preservar no sólo nuestras ideas y pensamientos, sino nuestra intencionalidad y emocionalidad. No obstante, aún hay camino por recorrer para llegar a ese punto. En el corto plazo, nuestras organizaciones se la pasan perdiendo conocimiento como consecuencia de los retiros, el conocimiento implícito no documentado, las bajas de personal, o las reasignaciones y relocaciones. ¿Qué pasaría si todo esto conocimiento pudiera perdurar más allá de nuestra posición o lugar de trabajo, o más allá de nuestra propia vida?