Inflación: los almuerzos de Dilma y la incómoda comparación regional

Dilma Rousseff, la presidenta de Brasil, está preocupada por la inflación. El país vecino estableció para este año una meta del 4,5%, con un margen de dos puntos porcentuales. Pero el costo de vida amenaza con superar levemente su banda superior y ubicarse cerca del 6,6% anual.


La cifra, si bien algo elevada para los estándares del Banco Central de Brasil, no sería motivo de alarma alguna en otros países de la región, como la Argentina o Venezuela, acostumbrados a una dinámica nominal de sus variables económicas más vertiginosa.


¿Qué hizo Rousseff entonces? No se apure. No lanzó un congelamiento de precios. Tampoco ordenó rever la metodología de estimación de la inflación. Simplemente, escuchó.


Sí, escuchó opiniones. Y externas. No las de sus funcionarios, con quienes interactúa a diario, sino de economistas y expertos convocados ad hoc.


La iniciativa que es un ejercicio de rutina en muchos gobiernos podría resultar hasta curiosa para las costumbres vernáculas. En la Argentina los cónclave de ese estilo parecen haber caído en desuso.
El último experimento similar a nivel doméstico lo llevó adelante el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna, cuando en 2006 estaba a cargo del Palacio de Hacienda. Y citó a economistas de distintas vertientes ideológicas para una suerte de brainstorming.

Encuentro

Dilma se hizo un tiempo para almorzar el lunes en Brasilia con el ex ministro de Hacienda Delfim Netto y los profesores universitarios Luiz Gonzaga Belluzzo y Yochiaki Nakano, de la Fundación Getulio Vargas de San Pablo. Debatieron opciones de política económica, en particular la vinculada a la política monetaria, tanto local como internacional (ver pág 13).


Curiosamente, en Brasil no preocupa tanto el nivel de la tasa de inflación, sino el grado de dispersión de los aumentos de precios. Casi una sutileza para los estándares locales de medición del costo de vida, dirían algunos.


En una Latinoamérica de contrastes, para los hacedores de política económica escuchar muchas veces es tan (o más) crucial que hablar. Revisar los puntos de vista, y si es necesario rever conductas, no es un síntoma de debilidad, sino de sabiduría. Las opiniones diversas nutren las iniciativas, amplían los espectros y fortalecen las decisiones de cualquier gobierno. El almuerzo de Dilma para escuchar otras opiniones tal vez sea un reflejo incómodo para la Argentina actual. Pero del cual podemos aprender.

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