El tridente ‘dólares-tipo de cambio-cepo’

Con las nuevas autoridades ya definidas, nos reencontramos -en especial, aquéllas-con el enorme reto económico vigente. Signado por un cuadro macroeconómico de fondo harto desalineado (con una ruda sobrevaluación cambiaria real para empezar), asociado con una feroz restricción externa -con el correlato del disfuncional cepo cambiario-, emblematizada vía un Banco Central prácticamente vaciado. Luego, de inicio, el nudo gordiano pasa sin apelación por el tridente dólares-tipo de cambio-cepo.

Como dijéramos en esta columna, el cepo es una forma de racionamiento. Con: un precio reprimido, el dólar; una oferta de divisas acotada en gran parte por ello; una demanda de divisas rebasante, y por ende, racionada; un colosal exceso de pesos respecto del stock formal de dólares (reservas internacionales).

Del racionamiento en principio, se sale porque: a) emergen de golpe dólares en masa; b) se libera el tipo de cambio, con los agentes definiendo un valor de la divisa más realista; c) se castra de algún modo el excedente en pesos; d) sube fuerte la demanda de pesos. O, lo más plausible, con una mezcla de estas cosas.

Siempre apuntando a aquel tridente. El punto b hace a la clave corrección del letal retraso cambiario.

esignarla sería un grave error, más allá de los recaudos que quepan. Por ejemplo: la adopción de una flotación -con una clara mayor maniobrabilidad de los agentes en el mercado de cambios, levando el cepo lo más rápido posible- sometida a intervención, suponiendo cierto stock de estabilización a constituir.

Desde ya, complica el gran excedente de pesos. Luce obvia alguna absorción ligada a bonos aplicables a remisión de utilidades e importaciones frenadas (previo arqueo). Pero igual restaría un stock monetario significativo (asociado a los pasivos monetarios); un potencial apremio sobre el dólar, de liberarse. Sin tiempo, y quizás sin margen político, para una reforma monetaria, el tópico exige una delicada administración.

Otro tema crucial es lo que llamamos la problemática de la doble problemática. Coexisten la distorsión de precios relativos macro y un veloz curso del promedio de precios (inflación). Intentar corregir la primera, puede, de inicio, arrimar más presión al segundo. Siempre creímos que los precios domésticos contienen diversos niveles de dólar implícito; y la distinción transables-no transables orienta al respecto (un mismo bien puede ser transable en su lugar de producción, y un no transable en la boca de expendio). Se abre, así, una dialéctica posible de distintos grados de ajuste-absorción de la movida cambiaria, para acotar el efecto en la inflación. Pero, en esto, el mercado no basta. Y, ¡ojo con las anticipaciones!

Ni qué hablar del serio contexto fiscal y monetario requerido, que, en perspectiva, demanda moderar el déficit y desacelerar el gasto, con menos dependencia monetaria del Fisco y un coherente manejo de las tasas.

Cuadra, asimismo, el asunto del stock de estabilización o puente de divisas. El FMI podría ser importante al efecto, pero, se tendería a evitarlo. Así, además de la liquidación de granos retenidos (incidiendo el estímulo que se dé), se habla de aportes de fondos de inversión de afuera (sin olvidar el consabido blanqueo). Claro que aquí pesaría mucho la evaluación externa de éstos, haciendo temer por el costo involucrado.

Luego del probable respingo inicial del dólar, controlado el proceso, cabe un giro pro apreciación. Util al enfoque antiinflacionario y al encuadre salarial; hasta puede reflejar ingreso de capitales. Pero, no hay que tentarse en exagerar ese giro, arriesgando así el repunte de la paridad real (en su caso, el Banco Central tendrá que comprar divisas). Naturalmente, la otra opción es, de entrada, ceñirse a la devaluación fiscal (baja de retenciones). Entonces, estaríamos en otra onda: amagando con el gradualismo y exponiendo al tipo de cambio real industrial, justo cuando se debe ejecutar el fallo de la OMC y se habla de nuevas alianzas comerciales.

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