El sistema de salud porteño: sin inversión no tendrá cura

Según la Dirección de Estadísticas de la Ciudad de Buenos Aires, sólo el 18,7% de los porteños utiliza exclusivamente el sistema público de salud, porcentaje que ha venido decreciendo progresivamente: hace 14 años, el 26% recurría a la salud pública.

¿Ello significa que quienes viven en Buenos Aires no necesitan de un sistema público de salud? No. Todo lo contrario. Significa que muchos no se atienden en hospitales públicos porque consideran que ese sistema ya no les garantiza una vida saludable. Significa que hay otros tantos que dependen exclusivamente de ese sistema por lo que, teniendo en cuenta las debilidades y la calidad del servicio prestado, su derecho a acceder a la salud es vulnerado sistemáticamente.

Es que el debate en torno a la salud pública ya no se reduce exclusivamente al acceso y la gratuidad, sino también a la calidad, la cual se ha visto deteriorada en los últimos años por problemas de infraestructura sanitaria, falta de camas o de insumos.

Tanto el acceso como la confianza en el sistema público de salud varían. En algunas comunas del centro-norte de la Ciudad, la cantidad de usuarios del sistema público es sólo del 4,1%, mientras que sube a un 25% en las comunas del sur y alcanza un 40% en barrios como Soldati y Lugano. Este dato habla a las claras del impacto que tiene la calidad del sistema de salud pública en la calidad de vida y salud de los porteños.

Por su parte, la encuesta sobre Confianza en las Instituciones elaborada por el Consejo Económico y Social de Buenos Aires (CESBA) en septiembre de 2016, muestra que el 56,5% de los porteños tiene un nivel de confianza alta en la salud pública, mientras un 23% tiene un nivel de confianza baja. Y revela que, entre los propios usuarios del sistema público y los residentes del sur de la Ciudad, los niveles de confianza en la salud pública son mayores que el promedio (66,4% y 58%).

En los últimos años, la asignación presupuestaria del Gobierno porteño para mejorar la calidad del servicio público de salud ha sido insuficiente. Resulta evidente que las acciones fueron pocas y las prioridades siguen siendo otras. En particular, se evidencia un progresivo deterioro del presupuesto destinado a la salud pública. Mientras en 2011 el porcentaje de gasto en salud sobre el total de gastos era de 21%, en el presupuesto de 2017 sólo alcanza el 16%. Además, sólo el 7,2% es gasto de capital, cifra de por sí muy baja. La misma viene disminuyendo sostenidamente. Debe decirse que esta merma no es ajena al fuerte deterioro del gasto social en la Ciudad durante los últimos 10 años: mientras hoy representa el 53% del presupuesto, en 2007 alcanzaba el 65% del total.

No hay dudas de que la salud es uno de los pilares fundamentales para cualquier estrategia de disminución de la pobreza, que según los datos oficiales de la Ciudad alcanza al 21,1% de sus habitantes (644.000 personas). Para avanzar hacia la progresiva erradicación de este flagelo, es necesario que todos los porteños tengan las mismas oportunidades de crecer con un suficiente y preventivo respaldo de salud, independiente de su condición socioeconómica.

El estado de la salud pública refleja las desigualdades entre norte y sur que caracterizan a la Ciudad. Ello debe cambiar: la calidad del servicio público debe ser prioridad.
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