OPINIÓN

El fin de las máscaras: Trump gana porque es transparente

Contra todas las predicciones, Donald Trump sigue avanzando como un tsunami en las primarias republicanas de los Estados Unidos. Ahora, muchos analistas sostienen que si gana la próxima contienda, que tendrá lugar en el estado de Indiana este martes, lo más probable es que sume la cantidad de delegados que necesita para conseguir la nominación de manera automática.

Y sin embargo, cuando se lanzó como candidato, Trump estaba lejos de ser el favorito. De hecho, el poderoso establishment estadounidense (incluyendo el propio Partido Republicano) ni siquiera lo tomó en serio. Mucha gente muy bien informada y conectada lo descartó como un payaso mediático y predijo que su candidatura se iba a desinflar como un globo después de un cumpleaños.

Lo que esa gente no tuvo en cuenta es hasta qué punto ha cambiado el mundo en el que vivimos, y la importancia que en él han adquirido la transparencia, la velocidad de reacción y la participación en la gran conversación global.

Trump no es solo un hombre de negocios; es también una figura del nuevo mundo del entretenimiento, que entiende, como ningún otro candidato, lo que su audiencia busca y cómo proporcionárselo, en tiempo real.

Pero una veta importante que ha encontrado Trump es la necesidad de transparencia que tiene el electorado norteamericano.

Después de muchos años de políticos que no se desvían nunca de sus mensajes pre-aprobados y políticamente correctos, Trump sube a escena y empieza a decir, en voz alta, cuanto se le pasa por la cabeza. Le recomienda  a Obama mano dura con China, desafía a los musulmanes, humilla a las mujeres, en fin… se mete con todos. Trump es una máquina de decir, decir y decir cosas – aunque no de presentar propuestas, porque no las tiene.

Y cada vez que “The Donald dice alguna barbaridad por televisión o en Twitter, los medios estadounidenses se apuran a predecir su inminente fin, pero luego no salen de su asombro cuando sigue subiendo en las encuestas.

Y es que Trump puede haber ofendido prácticamente a todo el mundo, pero se ha mostrado auténtico. Esa postura, unida a su extraordinario manejo en tiempo real de los medios sociales (su cuenta de Twitter tiene 7.8 millones de seguidores y 31,800 tweets) lo ha convertido en un tsunami imposible de parar.

Curiosamente, al abrirse y mostrarse como realmente es Trump no se ha vuelto más vulnerable, como sucedía en el pasado con los candidatos demasiado cándidos. Ha salido fortalecido. La transparencia lo ha blindado. Por algo algunos comentaristas lo llaman “el hombre de Teflón - nada se le pega.

¿Puede Trump ganar las elecciones generales? Aún es muy pronto para saberlo, pero lo que sí está claro es que el magnate de la construcción y la venta de apartamentos ha redefinido las reglas de la comunicación de una campaña presidencial.

Su experiencia trasciende la política. En el mundo interconectado de hoy, la necesidad de transparencia, participación y velocidad se aplica también a organizaciones e individuos. El fenómeno Trump nos dice que se acabaron las máscaras, que la gente rechaza la comunicación-maquillaje cuyo objetivo es tapar las imperfecciones y mostrar una imagen idealizada y pulida.

Hoy, la gente pide transparencia, aunque venga con un jopo amarillo y una serie de improperios.

 

 

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