El despedazamiento judicial y humano del fiscal Nisman

La Argentina sumó ayer otra fotografía triste en su historial de la decadencia. Y quizás no sea tan grave el fallo judicial que desestimó la imputación contra Cristina Kirchner por el sospechoso pacto con Irán como la indiferencia con la que el país adolescente recibió la noticia. La Presidenta no mencionó el tema en otro de sus folletines vespertinos por cadena nacional. Ninguno de los candidatos presidenciales incluyó su opinión en sus nerviosas incursiones de campaña. Y los jueces y fiscales que lideraron la multitudinaria marcha del 18 de febrero parecen haber bajado los brazos ante la lógica de la impunidad. Todo indica que nadie investigará si la denuncia de Alberto Nisman es cierta. No interrogarán a ningún funcionario. No escucharán ninguna de las grabaciones donde se reían de los muertos del ataque a la AMIA. Ni cotejarán los encuentros misteriosos en los bares de Palermo o en la Casa Rosada. En apenas setenta días, se ha completado el despedazamiento político, judicial y humano del fiscal que apareció muerto sobre su charco de sangre para conmover a la sociedad anestesiada.


Las dos hijas de Alberto Nisman no saben todavía cómo ni porqué murio su padre. Las evidencias se van borrando bajo un mar de impericia y de confusión intencional. Sólo saben que la Presidenta dijo apresuradamente que se suicidó; que dos días después dijo que lo mataron; y que sugirió públicamente que detrás de su muerte podía haber un componente homosexual que nunca se comprobó. Las hijas de Nisman pudieron ver las fotos de las amigas de su padre y pudieron escuchar al jefe de gabinete, Aníbal Fernández, llamarlo "sinvergüenza". Lo que las hijas de Nisman jamás escucharon fue una condolencia. Ni de parte de Cristina ni de sus colaboradores.
Tres jueces (Daniel Rafecas, Eduardo Freiler y Jorge Ballesteros) rechazaron que la denuncia de Nisman sea al menos investigada. Y con un curioso argumento. Como el Memorandum con Irán no se aprobó (en Irán, porque en la Argentina se convirtió en ley con el voto kirchnerista) el delito no existió. Es como si un delincuente apretara el gatillo pero sin matar porque la bala no sale. Entonces no es culpable. El Gobierno fue el primero en difundir esa hipótesis. Los jueces la refrendaron.


Podrá haber una nueva apelación del fiscal Germán Moldes y la acusación por encubrimiento del atentado a la AMIA podrá tener una nueva instancia en la Cámara de Casación Penal. Y siempre estará el último recurso de la Corte Suprema. Pero la certeza que comienza a consolidarse es la agonía de una causa que merecía una instrucción seria, equilibrada e independiente. La instrucción que no pudo llevar adelante Alberto Nisman porque está muerto. Lo más probable es que el fragor de la campaña electoral termine sustituyendo el impacto que la muerte del fiscal había desparramado por toda la Argentina.


Es un final de ciclo político que precisa nuevas señales y decisiones valientes. Para sortear el clima de degradación que envuelve el caso Nisman, el próximo presidente (sea del signo que sea) deberá introducir los cambios necesarios que lleven a una sola conclusión. Que la muerte del fiscal no ha sido otra muerte en vano de las tantas que diseñaron esta decadencia.

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