El Papa Francisco. ¿un hombre de izquierda?

Nadie que quisiera permanecer en sus cabales pretendería describir a Jorge Mario Bergoglio, S.J., como un eclesiástico a lo Milton Friedman o un radical del libre mercado. Sencillamente, no lo es. Sin embargo, con respecto a temas económicos, Francisco tiene dos preocupaciones muy concretas. Una es el materialismo y el consumismo desenfrenado que desfigura la vida de muchos seres humanos. Ningún católico defenderá que las personas buscan su salvación a través de la adquisición sin fin de bienes materiales. El ascetismo de Francisco supone un claro rechazo a esa mentalidad.
La segunda preocupación de Francisco vinculada a temas económicos es la cuestión de la pobreza material. Nuevamente, esto es precisamente lo que uno debería esperar de cualquier católico de recta doctrina.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, los católicos no se han puesto de acuerdo respecto de cuál es el mejor modo para ayudar a los más necesitados. En efecto, la Iglesia enseña que (1) estos temas caen en gran parte en lo que se denomina juicio prudencial y (2) es un ámbito que es principalmente responsabilidad de los laicos católicos. Un católico no puede ser comunista. Tampoco puede ser anarcocapitalista. Pero hay muchísimo lugar entre estos dos extremos.
Y el modo en que los católicos decodifican este lo que está en el medio depende fuertemente de las circunstancias concretas en la que ellos mismos se encuentran. En el caso del Papa Francisco, sus circunstancias están marcadas por el caso de la Argentina moderna.
La Argentina es una nación otrora próspera que experimentó una rápida espiral de disfuncionalidad económica, que se perpetúa a lo largo del siglo XX. Una y otra vez la Argentina ha sido puesta de rodillas por las políticas populistas del peronismo, que domina tanto la izquierda como la derecha política argentina. El kirchnerismo, popularizado por la presidencia actual, y la anterior, es simplemente su versión más reciente.
En términos concretos, esta patología se traduce en gobiernos mastodónticos, elevados impuestos, hostilidad hacia los negocios y la inversión extranjera, gran endeudamiento, y un nivel de corrupción que desafía a la imaginación. Esto se suma a una extraña mezcla de keynesianismo poco sofisticado y un burdo capitalismo de amigos. Y esto no beneficia a los pobres. Sólo beneficia a los más poderosos y bien conectados. En la Argentina uno no prospera mediante el desarrollo de un espíritu económico emprendedor, se prospera mediante el acceso al poder político y accediendo a la mayor cantidad de privilegios estatales que se puedan conseguir.
Esta es la desastrosa situación que los limitados comentarios en materia económica del Papa Francisco han intentado abordar desde que accediera al liderazgo de la Iglesia Argentina en el año 1998.
Mi sospecha es que el Papa Francisco continuará defendiendo con ahínco el interés de los pobres contra aquellos que pretenden mantener el corrupto status quo actual, que prevalece en muchos de los países en vías de desarrollo.
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