Dejemos tranquilo a Lousteau, que se ganó con votos la posibilidad de ir al ballotage

La Argentina es el país adolescente al que le cuesta aceptar las reglas. Y la ley de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires dice que si nadie supera el 50% de los votos en la elección a jefe de gobierno los dos candidatos con mayor cantidad de votos deberán desempatar en una segunda vuelta. Y eso es, simplemente, lo que ha sucedido el domingo con Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau en los comicios porteños. El postulante del PRO obtuvo el 45,6% de los votos y le faltó apenas el 4,4% para poder ganar en primera vuelta y evitar el ballotage. Quedó bastante cerca pero no lo suficiente.

Es cierto que, si Rodríguez Larreta hubiera obtenido más del 48% de los votos, se hubiera justificado que Lousteau evaluara la situación y decidiera si era conveniente o no movilizar nuevamente a los ciudadanos porteños, convocar otra vez a los fiscales de mesa y repetir la rutina con sus propios fiscales. Confiarle nuevamente la seguridad del comicio a la Policía, ubicar las urnas con la novedosa boleta electrónica en los colegios, abrir en domingo los juzgados electorales y gastar una enorme cantidad de dinero para dirimir una disputa que hubiera estado prácticamente decidida. Pero eso no sucedió.

Lousteau tiene todo el derecho de confrontar con Rodríguez Larreta por segunda vez. Se lo ganó al obtener con su flamante alianza ECO más de la mitad de los sufragios que obtuvo su contrincante. No es justo que lo presione ningún dirigente político ni ningún empresario. Y mucho menos que lo hagan Mauricio Macri, Ernesto Sanz o Elisa Carrió, los referentes ineludibles de la coalición Cambiemos.

Dejemos tranquilos a los candidatos que ya bastante presión tienen con la magnitud del desafío electoral. Lousteau, con su 25,6% de los votos conseguidos, superó a Mariano Recalde, a Luis Zamora, a Myriam Bregman y está perfectamente habilitado para ir a la segunda vuelta y medir sus posibilidades de gobernar la Ciudad contra Rodríguez Larreta. Así lo establecen las leyes de la democracia. Esa misma democracia que jamás volverá a ser un capricho de la estadística, como ironizó hace tiempo el Borges que menos nos gustaba.

Para un país que pasó 33 de los últimos 100 años sin poder votar libremente por imperio de las diferentes dictaduras que interrumpieron los períodos constitucionales, acudir al ballotage del 19 de julio debería celebrarse como un gran privilegio en vez de sufrirse como un castigo.

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