De la fiesta del fútbol al cóctel del país violento

El dramatismo del país adolescente no nos dejó siquiera tiempo para digerir la derrota ante Alemania y saborear el valor superlativo de un subcampeonato mundial de fútbol. Más allá de la decepción por no alcanzar el logro máximo, teníamos el mensaje de la moderación y la bandera del esfuerzo y el respeto enarbolada por los Messi, los Mascherano, los Romero y una Selección que nos regaló un mes de alegría en tiempos de preocupación.

Pero lo que debió ser una celebración pacífica se convirtió anoche en otro capítulo de la Argentina violenta y desaforada. Golpes, robos, disturbios, gases lacrimógenos y represión policial con balas de gomas. El cóctel completo de la desmesura en Buenos Aires y varias ciudades más del país para el epílogo de un evento global que iba a terminar en una fiesta.

Hoy estarán en casa los jugadores con los que nos hemos emocionado. Y los espera una ciudad destrozada en vez de un país engalanado para disfrutar a los subcampeones. Con un cachetazo cruel, la Argentina real nos avisa que las cuentas pendientes siguen allí. La violencia innecesaria se suma a la inflación, el estancamiento económico y las duras tratativas por la deuda como la orquesta de bienvenida más inesperada y más triste.

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