PUNTO DE VISTA

Cuando lo inútil es vital

A lo largo de la historia, el ser humano ha dependido de comunicaciones eficientes y seguras para llevar adelante sus propósitos, fueran nobles o no tanto. A la vez, siempre existió el temor a las consecuencias negativas que se pueden producir si alguno de los mensajes cae en manos equivocadas.

Esta preocupación motivó el desarrollo de códigos y cifrados que aseguraran que los mensajes sólo fueran leídos por los receptores a los que iban dirigidos. Al mismo tiempo, la posibilidad de conocer por anticipado los planes de un rival, sirvieron para desarrollar las técnicas para descifrar códigos. Unos y otros, han librado una guerra silenciosa que atraviesa la historia y que dio lugar a la criptografía.

Con la llegada de Internet esta cuestión se democratizó. Recientemente hemos tomado cuenta de escándalos de espionaje informáticos: los nombres de Assange y de Snowden han cobrado notoriedad y las últimas elecciones de EE.UU. han estado atravesadas por ellos.

Hace un tiempo se pudo ver la película El Código Enigma que cuenta la vida del matemático inglés Alan Turing y la epopeya del desciframiento de la máquina Enigma con la que los nazis transmitían sus mensajes durante la Segunda Guerra. Para muchos, su intervención fue crucial para que los aliados alcanzaran la victoria. Lo que la película no cuenta es la historia que precedió e hizo posible que se pudiera construir la bomba electromecánica capaz de leer miles de mensajes en clave de la armada alemana. Ya en 1917, durante la Primera Guerra, la mítica Sala 40, antecesora de la Escuela Gubernamental de Códigos y Cifras de Bletchley Park (donde se desarrolla gran parte de la película), había jugado un papel importante descifrando un telegrama de un ministro alemán. Su contenido decidió la intervención de EE.UU. en la guerra y tal vez el curso de la historia.

En los años siguientes, la Sala 40 continuó descifrando las comunicaciones alemanas sin inconvenientes. En 1926 comenzaron a interceptar mensajes que los desconcertaron. Había llegado la Enigma. Era una especie de máquina de escribir con una serie de ingeniosos componentes que permitía más de 10 billones de posibilidades de codificación. Parecía inexpugnable. La posición inicial de sus componentes determinaba cómo se codificaba el mensaje.

Para descifrar el mensaje el receptor necesitaba tener otra Enigma y una copia del libro de códigos que contenía la posición inicial de los componentes para ese día. El enemigo necesitaba no solo tener una Enigma sino también el libro de códigos de cada día. Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos abandonaron todo intento de descifrarla. Pero había una nación que no podía relajarse: Polonia. Amenazada por Alemania, decidió crear una oficina de códigos. Consiguieron una Enigma y emplearon a matemáticos de la Universidad de Pozman, la más importante del país. Uno de ellos era Marian Rejewski.

Su trabajo se centró en el hecho de que la repetición es el punto débil de la seguridad en la codificación. El análisis de miles de mensajes le permitió reducir los 10 billones de codificaciones posibles a poco más de 100.000. Eran muchas, pero para Polonia era cuestión de vida o muerte. Toda la oficina se puso a trabajar sobre esas 100.000 posibilidades y descifraron la Enigma. Hasta 1938 la habilidad de Rejewski permitió descifrar cualquier mensaje. Lo que no sabía él era que la inteligencia polaca había podido acceder sistemáticamente a los libros de códigos y que su trabajo era totalmente inútil. Imagino, como aquí, a algún analista político polaco cuestionar el gasto en un proyecto así.

¿Por qué invertir en un proyecto innecesario? Querían que aprendiera para cuando si lo fuera. Por desgracia para Polonia, concurrieron dos hechos que la dejaron sin posibilidad de seguir descifrando los mensajes nazis: perdieron contacto con su espía en Alemania y a la Enigma le agregaron dos componentes que aumentaron a muchos miles más la cantidad de posibilidades. El 1 de septiembre de 1939 Hitler invadió Polonia. Previendo esto, dos meses antes el jefe de la inteligencia polaca entregó a británicos y franceses los avances de Rejewski. Los polacos habían demostrado el valor de emplear a matemáticos como descifradores y así lo entendió Churchill. Los logros de Turing no hubieran sido posibles sin el trabajo inútil de Rejewski. El resto de la historia se puede ver en la película.

Pienso: fue el estado (polaco) el que decidió invertir en algo que aparentemente no hacía falta previendo que sería vital en el futuro. Solo un análisis sereno y desprendido de la coyuntura puede generar políticas en ciencia y técnica que ayuden, no a ganar guerras pero si a desarrollarnos como sociedad.

Temas relacionados
Más noticias de innovación
Noticias de tu interés