Cuando la corrupción excede lo moral y afecta el bolsillo

Las tres décadas democráticas enseñan que la corrupción no es el concepto por el cual los argentinos definen su opción electoral. La cuestión moral no cuenta a la hora del voto. Pero hay momentos excepcionales de la Argentina en el que las sospechas o las certezas de enriquecimiento de sus dirigentes sí influyen sobre los sectores mayoritarios de la sociedad. Y es cuando la corrupción se cruza en el camino con la decadencia económica. Allí es cuando los ciudadanos comienzan a creer que cada peso que se va en forma deshonesta al bolsillo de sus dirigentes es un peso que sale de su propio bolsillo. Entonces la corrupción pasa a tener dimensión electoral.


El ejemplo clásico de este fenómeno es una imagen que marcó el apogeo del menemismo. Aquella Ferrari Testarossa en la que a Carlos Menem le tomó menos de dos horas cubrir el trayecto entre Buenos Aires y Pinamar. A nadie le importó demasiado la exhibición de lujo porque la economía había mejorado desde la hiperinflación del 89 y el presidente del desenfado y las privatizaciones fue reelecto con comodidad en 1995. Dos años después, recesión mediante, los mismos votantes que habían hecho la vista gorda a la Ferrari condenaron la corrupción que afectaba sus ingresos y le propinaron al menemismo las derrotas del 97 y del 99 para desalojarlo malamente del poder.


Quizás sea temprano para asegurarlo pero un temblor similar parece ir creciendo en las entrañas de la sociedad contra el kirchnerismo. En la semana que pasó dos fallos judiciales complicaron al Gobierno: una sala de la Cámara Federal pidió que investigan a la Presidenta por el acuerdo con la petrolera estadounidense Chevrón y la Cámara de Casación rechazó un pedido de la defensa de Amado Boudou para se detenga la investigación sobre el vicepresidente, quien marcha sin pausa a una declaración judicial como sospechoso. Son señales inconfundibles del fin de ciclo que, en este caso, emite la Justicia. Y es especial el caso de Boudou porque se lo nota cada vez más solo en su defensa. Los integrantes del oficialismo se le alejan ahora públicamente como si estuviera enfermo de algo contagioso y en privado evalúan el costo político que tendrá su llamado a indagatoria para la Casa Rosada.


El kirchnerismo ya ha sorteado con éxito el acecho de los casos de corrupción. Cristina obtuvo su reelección por escándalo en 2011, con 54% de los votos. A la mayor parte de la sociedad no le importaron entonces ni la valija llena de dólares que el casi olvidado Antonini Wilson ingresó al país en un vuelo oficial, ni las evidencias de enriquecimiento que empezaban a rodear al ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, ni las declaraciones juradas injustificables de algunos funcionarios. El crecimiento y el consumo pesaban mucho más que la inflación, las estadísticas truchas y el déficit energético galopante.


Pero el aire se está enrareciendo. La recesión, los tarifazos y las suspensiones en la industria están mellando el humor de una sociedad golpeada por fantasmas económicos que creía olvidados. Por eso es que la corrupción encuentra cauces en un río que estaba seco y ahora amenaza con la inundación. Los candidatos que adviertan el cambio de clima podrán sacarle rédito a los nuevos vientos.

Temas relacionados
Más noticias de Corrupción
Noticias de tu interés