Hay feo olor: la Argentina sobrevuela un riesgoso triángulo de las Bermudas

Un peligroso triángulo, no amoroso precisamente, está instalado hoy en el corazón del Gobierno. Dos de sus vértices (Alberto Fernández y Cristina Kirchner) se han olvidado de gobernar y se dedican a mostrar sus inverosímiles tics de confusiones y de razonamientos disparatados a través de la televisión y las redes sociales, mientras que el tercero (Sergio Massa), casi en puntas de pie, avanza con un ajuste clásico (recorte de partidas para Educación, Salud y Vivienda, suba de tasas, relevamiento de nóminas de personal en el Estado, etc. y todo sin devaluación), un plan que se presenta como más que doloroso a esta altura del deterioro.


El déficit fiscal y la situación desesperante de las Reservas tienen ocupado al ministro de Economía en tren de hacer buena letra con el FMI y aunque por el lado de la inflación está en mora, parece que allí ha dejado al mercado que haga su trabajo. Por mucho menos, Cristina le hizo la vida imposible a Martín Guzmán y al Presidente. Y ahora, Massa irá a Washington y a Houston a tentar al imperio con inversiones de altísimo riesgo. Será todo un desafío disimular el ambiente caótico que provocan sus dos socios, no sólo por las paranoicas peleas de Palacio, sino también por la anarquía de la política exterior, por el rechazo a la Justicia y ahora, por el clima violento que se ha instalado.

A los problemas que viven los argentinos, los de la economía, la educación, el desempleo, la pobreza, la inseguridad y todos aquellos que el lector quiera agregar, la socia mayoritaria del trío le agregó ahora el desvarío que le ha provocado la velocidad que ha tomado su situación judicial. Cristina -especialista en abrir grietas- se ha dedicado a ponerse en víctima para sensibilizar a muchos seguidores que, en su fanatismo, pueden desatar los demonios de la violencia, ni que decir si hay refriegas más graves con la Policía de Horacio Rodríguez Larreta, que acusó 12 lesionados. La primera escaramuza, provocó un airado tuit que denunciaba la represión de los "energúmenos macristas". También dijo durante el fin de semana que el Jefe de Gobierno la estaba "sitiando", mientras los manifestantes iban contra las vallas. Aunque finalmente primó la cordura y todos se fueron a su casa, tantos nervios dedicados a la siembra de vientos no son buenos consejeros.

Vale preguntarse si lo que ha sucedido en el juicio por la obra pública desviada a Lázaro Báez, de últimas un instante más del proceso que va a durar aún varios años, ha sido sólo el pedido de una pena muy dura de parte del fiscal Diego Luciani o el hecho de que los alegatos hayan destapado la matriz de corrupción o, lo que es peor, que 8 de cada 10 personas crean más en el fiscal que en la vicepresidenta. Entonces, ¿la desesperación de Cristina está dada por el pedido de pena o por la condena social? Si es por esto, entonces sí la historia la ha juzgado.

Su alocución del martes, realizada bajo el signo de la conspiración, fue una autodefensa política plagada de tics, confusiones, papeles mezclados y culpabilización de los demás y aunque sus dichos no fueron del todo consistentes, sirvieron para observar una muy aguda etapa de declive político. En su ensalada discursiva no pudo siquiera dejar bien parado a su esposo, el ex presidente Néstor Kirchner, a la hora de comentar muy erráticamente las reuniones que tuvo con Héctor Magnetto, CEO del Grupo Clarín, y la fusión de Cablevisión que "le firmó cuando estaba por terminar la gestión". Su salida al balcón del Senado y el pedido de "la Marcha, la Marcha..." la mostraron barranca abajo, quizás en un intento postrero para que el tan despreciado pejotismo no la abandone en las puertas del cementerio. Perdida por perdida, parecieron manotazos de ahogado.

Pese a tales debilidades, ella fue quien marcó una línea de acción defensiva que inclusive ha dejado en un segundo plano a sus abogados. En ese sentido, parece extraño, pero no hay un solo militante -ni aún la propia interesada- que hoy pronuncie una palabra básica en todo el proceso de corrupción que la involucra: "inocente". Ni el profesor de Derecho criado en la familia de un juez, el presidente Fernández, quien arrimó el bochín casi como ningún otro ("yo creo que Cristina no robó"), se animó a pronunciarla, aunque sea para recordar la presunción de tal que acuerda el Código Penal, su especialidad.

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La palabra inocente deriva del latín "innocentia" y se forma con el prefijo negativo in y la palabra nocens, que deriva del verbo nocere (hacer daño). Por lo tanto, inocente significa algo que no es dañino y de allí, la matanza de Herodes centrada en niños, los Santos Inocentes, que no podían hacer ningún mal. En el caso de los adultos también cabe una segunda acepción de inocencia, la que padecen quienes son timados por su candidez, en este caso podría ser una parte de la ciudadanía que parece que nunca escarmienta, aunque este concepto parece que no aplica a los políticos en general, de quienes se dice que no orinan agua bendita. La experiencia indica que ellos juegan para el bando de los estafadores y no de los estafados, diría Javier Milei.

El término que ha sido desaparecido, señalaría un kirchnerista, no es parte del relato político que mandó a instalar la vice, cuyo eje es la victimización permanente, hablar de proscripción, decir que se la persigue a ella y al peronismo, poner las culpas en los demás o traer a colación, casi como un escolar en queja que le dice a la seño que fulanito lo molesta, que todos los demás políticos son al menos iguales a uno y que se han complotado junto a la Justicia y a los medios para proscribirla. Tal como cree que no le cabe el indulto porque eso sería admitir su culpabilidad, tampoco desea que se hable de su inocencia (la ceca de la moneda) y ni siquiera ella la grita a los cuatro vientos. Esa es la línea y ya se sabe que todo lo que quiere la Jefa no se discute y se hace. Cosas de una verticalidad a ultranza que paradójicamente detesta al poder militar.

El otro personaje que se compró gratuitamente problemas, pero que además puso al Gobierno en otra enorme crisis, ha sido el Presidente, quien no dio pie con bola en dos situaciones que horadan mucho más la confianza en él. Sus contradicciones permanentes, incapaces de resistir un archivo y la tergiversación de los hechos, con algunos de ellos lisa y llanamente mentiras, son tan flagrantes que lo llevan a la hoguera. Además, habla de Cristina como de alguien que apenas ha cometido una transgresión ética al hacer negocios con un beneficiario de la obra pública, aunque muchas veces una falla moral puede ser más pesada que cualquier situación material. ¿Defensa o crítica?

Debido a este doble estándar que notan siempre en Fernández, los más ortodoxos del Instituto Patria desconfían de sus actitudes y en sus alucinaciones ya no creen que sea una quinta columna de la derecha, sino que suponen que se está vengando de Cristina. Es más que probable que todos se hagan los rulos con estas historias que bien se podrían graficar en dos actitudes de la semana: el tema del indulto y el haber caracterizado como suicidio la muerte del fiscal Alberto Nisman, ambos hechos con derivaciones constitucionales que el Presidente no podía desconocer.

El primer caso fue el del perdón para un condenado con sentencia firme, que el artículo 36 de la Constitución Nacional, convenientemente citado por Luciani el día de su alegato de cierre, imposibilita que dicte el Presidente a "quien incurriere en grave delito doloso contra el Estado que conlleve enriquecimiento", algo que se asimila a un atentado contra el sistema democrático. Justamente, el estudio de la cuestión del indulto salió como noticia de la Casa Rosada y en el entorno de Cristina se cree que fue para hacerla rabiar, ya que se sabía de su negativa a un perdón por hechos que dice no haber cometido. Y como hasta el ex juez Raúl Zaffaroni dijo que era "un último recurso", ella lo mandó a Oscar Parrilli a que clarifique la cuestión: "Para CFK ni indulto ni amnistía: Justicia", sintetizó en un tuit. Cuando el miércoles el Presidente concurrió a TN, canal de cable del Grupo Clarín, se desentendió del asunto porque el ruido ya estaba hecho: "Lo retuiteó Cristina, así que no lo debe querer", dijo con cara de póker.

Sin embargo, ése no fue su principal tropiezo, sino que tuvo otras dos intervenciones en las que se metió solo en camisa de once varas. En primer lugar, no sólo habló del "suicidio" del fiscal Nisman, cuando años antes había sostenido que lo asesinaron, sino que dijo que "hasta acá no se probó otra cosa", línea que al día siguiente siguió la portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti para quien "no hay ninguna instancia judicial en que la Justicia argentina diga que fue asesinado". Ambos no tomaron siquiera nota que el juez federal Julián Ercolini tiene procesado a Diego Lagomarsino por ser partícipe necesario del "homicidio" del fiscal.

A partir de esa presentación en un medio no amigo, el kircherismo extremo salió a cuestionar al Presidente. Hebe de Bonafini le pidió que "hable lo menos posible" y lo apostrofó: "¿Quién le hace el discurso? ¿Usted se escucha después de que habla? Sacó a relucir cosas que no tenían nada que ver. La verdad es que fue una desilusión". En tanto, el diputado Rodolfo Tailhade explicó que a su juicio "no" era momento para que fuese a TN. "Hace 48 horas que un fiscal pidió 12 años de prisión en una causa en la que ese canal tiene mucho que ver. Allí, se injuria permanentemente a la vicepresidenta y a su familia y se la persigue", reprochó. Sentido común: si Hebe y Tailhade hablaron es porque eso mismo piensa Cristina.

El clima se le hizo más brumoso aún a Fernández cuando volvió a vulnerar los términos del artículo 109 de la Constitución Nacional que dice que "en ningún caso el presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas". Pese a que él sostiene que eso no ocurrió, la situación se le puso espesa cuando el jefe de los fiscales le dijo que había tenido una "injerencia indebida" en otro poder, el ARI le hizo una denuncia penal al respecto y Juntos por el Cambio (sin Facundo Manes) pidió su juicio político.

La escalada se potenció cuando desde el cristinismo se le pidió a la militancia que fuese a Juncal y Uruguay a hacerle el aguante a Cristina, quien este fin de semana no viajó a su lugar en el mundo, El Calafate, se quedó a observar la situación desde el balcón de su casa y criticó a Larreta, quien quedó entrampado porque debió atender la situación de los vecinos de Recoleta, cansados del caótico sitio al que los habían sometido los militantes, a quienes se sumaron legisladores, ministros del Ejecutivo y hasta el gobernador Axel Kicillof. Ni un solo canto ni declaración aludió a la inocencia.

Otra acepción de la palabra inocente es una derivación del término latino "ocencia", que es el mal olor orgánico que despiden algunas personas debido a deficiencias glandulares. El in-ocente, entonces, es quien no desparrama mal olor y a es al que le cabe la condición sicológica y emocional de la no culpabilidad. "Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca" le dice Horacio al príncipe Hamlet en medio de la música y los gritos de una festichola con la cual Shakespeare simboliza la degradación de la política. La podredumbre, entonces, comienza a olerse a partir de la dirigencia y como dijo el Presidente el año pasado en Roma: "en esta historia no hay inocentes". Más música para los oídos de Milei.

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Comentarios

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  • FL

    Fernando Loisso

    28/08/22

    Alberto, lo mejor que puede hacer es no abrir la boca. Y Cris, le recomendaría que vaya de rodillas a Lujan. Tal vez el papa Bergoglio pueda tirarle unos mangos a DIOS para que la ayude.

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