El largo ciclo de la deuda puede terminar, aunque no sabemos cómo

Algunos temen a las llamas de la inflación, otros, al hielo de la deflación

Algunos dicen que el mundo acabará en llamas, otros, que acabará en hielo". Estas brillantes líneas del poeta Robert Frost capturan las posibles perspectivas económicas del mundo. Algunos advierten que el mundo de altas deudas y bajas tasas de interés terminará en las llamas de la inflación. Otros profetizan que terminará en el hielo de la deflación. Otros, como Ray Dalio de Bridgewater, son más optimistas: la economía no se quemará ni se congelará. En cambio, no estará ni demasiado caliente ni demasiado fría, al menos en los países que han tenido la fortuna y el ingenio de pedir prestado en las monedas que crean libremente.

William White, el ex economista jefe del Banco de Pagos Internacionales (BPI), proféticamente alertó acerca de los riesgos financieros antes de la crisis financiera de 2007-2009. El año pasado, violvió a alertar acerca de otra crisis, señalando el continuo aumento de la deuda del sector no financiero, especialmente de los gobiernos en países de altos ingresos y de las empresas en economías de altos ingresos y en economías emergentes. Las de países emergentes son particularmente vulnerables porque gran parte de su endeudamiento está en monedas extranjeras. Esto provoca desajustes en sus balances. Mientras tanto, la política monetaria fomenta la toma de riesgos, mientras que la regulación la desalienta, una receta para la inestabilidad.

Comencemos entonces con el fuego inflacionario. Gran parte de lo que está ocurriendo en la actualidad evoca el principio de la década de 1970: un amoral presidente estadounidense (entonces Richard Nixon) decidido a obtener la reelección, presionó al presidente de la Reserva Federal (entonces Arthur Burns) para que produjera un auge económico. Él también comenzó una guerra comercial, a través de la devaluación y de la protección. A continuación hubo una década de desorden global. Esto suena bastante familiar, ¿no es así?

A fines de la década de 1960, pocos anticipaban la inflación de la década de 1970. De manera similar, un largo período de baja y estable inflación ha calmado los temores de un significativo aumento, a pesar de que el desempleo ha caído a bajos niveles (en EE.UU., se encuentra en su nivel más bajo desde 1969). Algunos sugieren que la curva de Phillips la relación a corto plazo entre el desempleo y la inflación está muerta porque el bajo desempleo no ha elevado la inflación. Es más probable que esté durmiendo. Es probable que las expectativas de inflación actualmente estén ancladas. Pero una fuerte oleada de demanda aún pudiera arrasarlas.

En algunos aspectos, un aumento de la inflación sería útil. Un repentino salto en la inflación reduciría el sobreendeudamiento, especialmente de la deuda pública, tal como lo hizo la inflación de la década de 1970. Además, los bancos centrales saben qué hacer en respuesta a un aumento de la inflación. Sin embargo, una inflación más alta también conduciría a un aumento en las tasas de interés nominales a largo plazo, las cuales tienden a asignar la carga real del servicio de la deuda al principio del proceso. Las tasas a corto plazo también se elevarían como lo hicieron a principios de la década de 1980. Las primas de riesgo subirían. Los mercados de valores con precios vertiginosos pudieran colapsar. Las relaciones laborales estarían más propensas a los conflictos, al igual que la política. Este caos afectaría desigualmente, causando trastornos monetarios. La pérdida de confianza en las instituciones públicas, particularmente en los bancos centrales, sería significativa. Al final, la probable estanflación terminaría en una severa recesión, como sucedió en la década de 1980.

Pasemos ahora al hielo deflacionario. Esto pudiera comenzar con un fuerte choque económico negativo: un empeoramiento de la guerra comercial, una guerra en el Medio Oriente o una crisis en las finanzas públicas o privadas, posiblemente en la eurozona, donde el banco central está relativamente limitado. El resultado pudiera ser una profunda recesión, incluso un tambaleo hacia la deflación, empeorando así el sobreendeudamiento.

La gran dificultad sería saber cómo responder, dado que las tasas de interés ya son muy bajas. La política convencional (tasas más bajas a corto plazo) y la política convencional no convencional (compras de activos) pudieran resultar insuficientes.

Existe una gama de otras posibilidades: tasas negativas por parte del banco central; préstamos a los bancos a tasas más bajas que las que paga el banco central por sus depósitos; compra de una variedad mucho más amplia de activos, incluyendo monedas extranjeras; monetización de los déficits fiscales; y la implementación de una política de dinero de helicóptero. Una gran parte de esto sería técnica o políticamente problemático, y requeriría una estrecha cooperación con el gobierno. Mientras tanto, si los gobiernos actuaran con demasiada lentitud (o no hicieran nada), pudiera producirse una depresión, como en la década de 1930, a través de la quiebra masiva y de la deflación de la deuda. Numerosos tontos lo recomendaron en 2008.

Sin embargo, ninguno de estos desastres es, en lo absoluto, inevitable. Serían catástrofes elegidas. Como lo sostiene Dalio, un "dorado término medio" es posible. La política fiscal y monetaria contribuiría entonces a generar un crecimiento no inflacionario. Los cambios en los incentivos fiscales pudieran desalentar la deuda y fomentar el capital. La política del gobierno trasladaría los ingresos hacia las personas que gastan dinero, reduciendo nuestra actual dependencia de las burbujas de activos alimentadas por la deuda para sostener la demanda. Aún más deuda pasaría de los balances de los intermediarios financieros directamente a los balances de los hogares.

Incluso si las tasas de interés reales aumentaran, tal vez porque el crecimiento de la productividad se fortaleciera de manera duradera, el impacto de un sólido crecimiento no inflacionario sobre la carga de la deuda casi seguramente superaría la tendencia hacia tasas de interés un poco más altas. Sobre todo, estaríamos pasando del "estancamiento secular" a algo menos malo. Ese cambio pudiera ser complicado. Pero sería a un mundo mejor.

No es necesario repetir los errores de las décadas de 1930 o 1970. Pero ya hemos cometido suficientes errores y, colectivamente, estamos cometiendo todavía más en este momento, por lo cual corremos el riesgo de suscitar cualquiera de los dos resultados, posiblemente ambos. Una ruptura del orden económico y político global parece concebible. El impacto sobre nuestra economía mundial, cargada de deuda, y sobre las políticas globales cada vez más complicadas es imposible de calcular. Pero pudiera ser catastrófico. Por encima de todo, los hombres fuertes nacionalistas serían incapaces de cooperar si las cosas tomaran una dirección seriamente equivocada, como es probable que ocurra, quizás incluso pronto. Ésa es la característica más preocupante de nuestro mundo.

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