LA T CTICA DE FORZAR UN CONFLICTO PARA ANUNCIAR SOLUCIONES NO LE SERVIR

Donald Trump es una excelente noticia para el presidente chino Xi Jinping

Estados Unidos quiere dar fin a su pelea con China, aunque no resuelva ningún problema, para declarar una nueva guerra comercial contra la UE y Japón

El tiempo que lleva Donald Trump como presidente de EE.UU. permite detectar ciertos patrones de su comportamiento. A este jefe de Estado le gusta crear una crisis, dejarla correr un tiempo y luego anunciar que la resolvió. Aterroriza a amigos y enemigos con amenazas horribles antes de sellar con ellos un acuerdo que él describe como "extraordinario". En realidad, el nuevo pacto en general es superficial y los problemas de fondo en su mayoría siguen sin ser abordados.

Ése es el modelo que la administración Trump aplicó con Corea del Norte, México y Canadá. Y es el que claramente emergerá en la guerra comercial que mantiene con China.

En pocas semanas, Trump declarará una gran victoria. Sus leales asistentes le seguirán la corriente. Pero la realidad será que, de hecho, no cambia mucho la relación económica con China, de la misma manera que no se modificó mucho el lazo comercial con Canadá y México después de que renegoció el Nafta.

Así como Corea del Norte en realidad no eliminó sus armas nucleares, China no descartará su sistema de subsidios estatales para la industria, la principal manera en que Beijing pone en desventaja a sus competidores extranjeros.

En cambio, los chinos probablemente compren a Trump con la promesa de importar muchos más productos norteamericanos. También se comprometerán a abrir más sectores de su economía a la inversión estadounidense y a endurecer la ley de propiedad intelectual. Eso probablemente no modifique el déficit comercial de EE.UU. con China. Y sin duda no detendrá los esfuerzos del gigante asiático por dominar las tecnologías del futuro.

Pero cuando dé por terminada la guerra comercial no será el único regalo de Trump al presidente chino Xi Jinping. Trump ya despojó de armas a Estados Unidos incluso en una batalla aún más importante, la batalla de ideas.

Eso importa porque el arma más potente que tiene EE.UU. en su lucha por la supremacía con China no es su economía, ni son sus portaaviones, sino sus ideas. La noción de que principios abstractos como "libertad" y "democracia" son activos norteamericanos poderosos a veces queda descartada por ser considerada una ilusión liberal. Pero las acciones chinas sugieren lo contrario. El gobierno de Xi hace todo lo posible por suprimir la circulación de ideas liberales y occidentales, por censurar Internet y aplicar mano dura contra los disidentes, estudiantes y abogados defensores de los derechos humanos.

El hecho de que anteriores presidentes norteamericanos defendieran los derechos humanos era más que una molestia para el estado Chino de un sólo partido, era una amenaza. No hubo mejor símbolo de eso que la "Diosa de la Democracia", construida por los manifestantes pro democracia en la Plaza de Tiananmen en 1989, monumento que tenía un sorprendente parecido a la Estatua de la Libertad de EE.UU.

El levantamiento de Tiananmen fue reprimido de manera sangrienta y la Diosa fue derrumbada. Pero los liberales chinos siguieron recurriendo a EE.UU en busca de inspiración y apoyo. Los derechos humanos sólo eran un ítem de la agenda norteamericana cuando trataba con China. Pero eran una parte crucial de lo que representaba EE.UU. en el mundo.

Lamentablemente, eso ahora cambió. Siendo candidato, Trump dio una respuesta muy ambigua cuando se le preguntó por la masacre de Tiananmen de 1989. Señaló: "Fueron violentos, fueron horribles, pero el gobierno mostró fortaleza". Como presidente, dejó en claro que es un admirador de los gobernantes autoritarios de todo el mundo.

El departamento de Estado norteamericano sigue emitiendo un informe anual sobre derechos humanos a nivel global, que tiene cosas fuertes que decir sobre China. Pero el mensaje proveniente de la Oficina Oval es bastante distinto. En varias ocasiones, Trump elogió a Xi como "un gran líder" y "un muy buen hombre".

Esto tiene importancia porque Xi realmente es el líder más autoritario que tuvo China desde la muerte de Mao Zedong en 1976. Ese desmesurado elogio podría terminar siendo un sello de aprobación de EE.UU. a la represión en China. Cuando Xi abolió los límites a los mandatos presidenciales, y por lo tanto ahora podrá gobernar el país de por vida, la respuesta de Trump fue bromear que EE.UU. debía considerar ese modelo de gobierno.

Pero la represión en la China de Xi no es graciosa. Los controles a los medios, a Internet y a las universidades se endurecieron significativamente desde que llegó al a poder en 2012.

Comparado con China, EE.UU. aún ofrece un inspirador ejemplo de sociedad libre. Pero el hecho de que el presidente norteamericano regularmente critica a los medios de "noticias falsas" y que su administración haya separado de sus hijos a miles de inmigrantes ilegales en la frontera con México, desdibuja lo que debería ser una fuerte línea divisoria entre las prácticas de una democracia y las de un estado autoritario.

La resolución de la disputa comercial podría provocar aún más daño. Trump muestra señales de querer seguir adelante y olvidar su pelea con China, y declarar una nueva guerra comercial contra la UE y Japón. Para hacer eso, el presidente sembrará la discordia en el medio de la alianza occidental, por lo que será casi imposible aplicar un enfoque coordinado hacia China.

Si sucede eso, Trump se parecerá menos al adversario más duro de China y más a la respuesta a las plegarias de Xi.

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