PUNTO DE VISTA

Déficit fiscal: ¿por qué esta vez sería diferente?

En el reciente Acuerdo alcanzado con el FMI, la Argentina convino realizar un fuerte ajuste para lograr el equilibrio primario de las cuentas fiscales federales en 2019. Ello ocurriría luego de 9 años consecutivos de resultados negativos. Si bien el déficit comprometido para 2018 se ubica en el 2.7% del PIB, a juzgar por el desarrollo del fisco al mes de septiembre, los números podrían ser mejores. Cualquiera sea el caso, a contar de 2017 la reducción en dos años alcanzaría a 4.2 puntos porcentuales (p.p.) del PIB (el déficit primario de 2017). Entendiendo que este objetivo va a ser alcanzado, la pregunta que cabe realizarse es si el resultado podrá sostenerse o incluso, como se acordó -y sería necesario-, lograr superávit primario hacia adelante.

Considerando 2017 como punto de partida y suponiendo los ajustes acordados, en dos años se tendría un alza de ingresos de 1.3 p.p. del PIB y una reducción de gastos de 2.9 p.p. del PIB, de los cuales 0.8 p.p. corresponden a gastos de capital. Ello transcurre en el contexto de una presión tributaria que es la mayor del período de 58 años que va de 1961 a 2019, y con gastos de capital que en el año de referencia representaban apenas 8.2% del gasto corriente primario.

De acuerdo con el compromiso recientemente pactado con el FMI, el ajuste de 2.7 p.p. del PIB para pasar de déficit primario en 2018 a equilibrio en 2019 se lograría casi en partes iguales por aumento de impuestos o generación de otros ingresos, que por reducción de gastos. Pero si se eliminan los ítems referidos a transferencias y gastos atados a la relación entre Nación y provincias, la reducción del desequilibrio se concentra en mayor medida en potenciar los ingresos que en reducir gastos. A su vez, al interior de los gastos, el mayor esfuerzo se centra en la reducción de partidas para infraestructura, en tanto que gastos corrientes como las pensiones muestran aumentos. Y estos comportamientos ocurren en un período de recesión.

Existe consenso dados los estudios empíricos al nivel internacional- en que los ajustes basados en reducción de gastos son mucho menos costosos en términos de actividad perdida que aquellos sustentados en la suba de impuestos. Por otra parte, si bien no es tan clara la importancia de la situación de la economía al inicio del plan, existen elementos que sustentan que aquellos ajustes basados en subas impositivas se asocian a fuertes y prolongadas recesiones, aun cuando el punto de partida no sea un período de recesión (ver, por ejemplo, Alesina y otros, 2016). También hay evidencia de que los efectos del gasto público sobre la actividad económica son bien diferenciados dependiendo del tipo de gasto de que se trate. De acuerdo con BID (2018), el multiplicador del gasto corriente primario es muy inferior al del gasto de capital; ello indicaría que reducciones del gasto en infraestructura son más costosas en términos de crecimiento que aquellas realizadas sobre el gasto corriente.

La historia Argentina da cuenta de que desde inicios de la década de 1960 y hasta al cierre de 2018, el resultado primario del Gobierno Federal habrá sido equilibrado o superavitario en 14 de 58 períodos anuales (que se reducen a sólo 7 si se considera el resultado financiero; esto es, incluyendo el pago de intereses de la deuda pública).

Pese al largo período considerado, resulta muy difícil encontrar regularidades. Los ciclos de mayor reducción del déficit primario federal ocurrieron entre 1975-77 y 1983-85. En el primer caso, el déficit se redujo del 10.5% del PIB al 2.3% en dos años, para mantenerse luego cercano al 3% por un trienio y volver a escalar. En 1983 había alcanzado al 6.2% del PIB, acercándose al equilibrio en 1985. El resultado negativo retornaría al año siguiente, consolidándose en un promedio del 2.2% del PIB hasta 1990.

La composición de ambos ajustes fue significativamente distinta. En el primer episodio (asociado a la tablita de Martínez de Hoz, durante un gobierno de facto), en dos años los ingresos aumentaron 1.3 p.p. del PIB, en tanto que los gastos primarios se redujeron 6.8 p.p. del PIB. En el segundo evento (Plan Austral, régimen democrático), la suba de recursos fue de 4.9 p.p del PIB en tanto que la baja de gasto primario alcanzó a apenas 1.3 p.p. del PIB. Además, la composición del ajuste del gasto es también significativamente distinta en ambos episodios: en el primero, el gasto corriente primario cayó fuertemente, en tanto que hubo aumento del gasto de capital (1.7 p.p. del PIB); en el segundo, con cambios mucho más tímidos, predomina la contracción en los de capital (0.9 p.p. del PIB). Estos números hay que leerlos, además, teniendo en cuenta la baja incidencia de los gastos de capital en el total de gastos primarios.

La falta de regularidades históricas antes expuesta hace difícil obtener conclusiones acerca de la perdurabilidad del esfuerzo fiscal.

De hecho, la única regulari-dad que la historia argentina muestra es la persistencia y el retorno al déficit fiscal, con presión tributaria y gasto fundamentalmente corriente creciente. Sería excepcional, pero posible y deseable, que esta vez resultara diferente.

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