3 D AS / LIBRO DE AUTOR

El infierno de Macri: encerrado en un agujero sin poder respirar

'El secuestro', de Natasha niebieskikwiat, revela la verdadera historia de los días que cambiaron la vida de Mauricio Macri, con una radiografía de la banda de policías que aterrorizaba a los empresarios. Aquí un fragmento que cuenta las miserias y torturas que debió pasar el Presidente en su encierro.

(...) El encierro que estaba por enfrentar la víctima anulaba cualquier fantasía o posibilidad real de escape. Con tal desventaja, los secuestradores lograban imponer en la víctima el temor a la represalia: el terror a ser abandonado en la oscuridad y morir de hambre. Había otra vía más rápida, el fusilamiento.

Calladito y sin chistar, guiado por dos desconocidos, Macri caminó unos quince metros hasta su celda. Desorientado como estaba cree que escuchó una puerta que se abría y no reparó en el agujero por el que lo introdujeron. Sintió esa noche, sí, que lo tiraron en una cama y le prohibieron sacarse la venda.

-Date vuelta y no me mires -dijo con tímida rudeza Ávalos.
-Me estoy ahogando -respondió el preso.

Ávalos buscó aliviarlo. Le tiró una sábana encima y le sacó la venda. Le prohibió mirarlo. "Ni en pedo", pensó Mauricio. Le indicó que al lado tenía un vaso con el que podía tomar agua y le fue indicando los objetos con los que contaba para pasar el cautiverio.
El hijo de Macri mordía el polvo. Lo mordía como nunca lo había mordido. Estaba tomando conciencia de las dimensiones de un infierno que nunca en su vida había conocido o imaginado que podía ocurrirle. Cuentan en su Tandil natal que cuando era niño la familia lo llevaba a nadar a la piscina del club Los 50.

Allí el primogénito de Franco mostraba algunas mañas que ya llamaban la atención en el pueblo. Por empezar, andaba pregonando alguna que otra distinción de clase social ante sus pares por ser un Blanco Villegas. El Cardenal Newman y su casamiento con Yvonne Bordeu completaron el salto social que ya había dado Franco al pasar de ser un obrero y constructor a patriarca del imperio local, motivo de la riqueza que nunca supo disimular ni hacer menos evidente.

Con la larga madrugada del 24 de agosto Mauricio Macri comenzó una suerte de vacaciones obligadas y sin lujos. Sus carceleros le pusieron un pijama, y limitaron sus movimientos. Como a los presos del pasado, le colocaron unas cadenas alrededor de los pies, remachadas por tornillos y amuradas por debajo del suelo a un hierro que pasaba por debajo del catre. Tenían el largo suficiente como para que el preso pudiera desplazarse hasta el tacho convertido en inodoro químico. No podía respirar pero minuto a minuto iba conociendo los detalles de su habitáculo, las cadenas le ajustaban tanto que en uno de los tobillos lo lastimaba.

Sus bienes en la ratonera eran escasos pero la situación siempre podía mejorar o empeorar: una radio eléctrica marca Sanyo y un televisor blanco y negro. Este último no funcionó al principio, se la arreglaron, y allí veía los canales capitalinos, el que contaba con mejor sintonía para la época era el Canal 2. En las noticias no se mencionaba ni una sola palabra de él ni de su padre. Nada. Nadie sabía adónde estaba, lo angustiaba pensar qué era lo que sabrían, si pensaban que había escapado por alguna razón, o que se había chiflado y había viajado. Solo o con una mina. Pero no, se autoconvencía. Sabían que era un tipo excesivamente razonable. Nadie pensaría en un pico de estrés o en un ataque de locura temporaria. Su padre lo conocía demasiado bien como para dejarse llevar por suposiciones livianas, fuera de contexto.

Contaba con luz eléctrica desde un portalámparas que pendía en una de las paredes. Y en esos dos metros por dos divisaba las instalaciones de agua, el pequeño inodoro donde evacuar su orina y su materia fecal. También le habían dejado envases con productos químicos para desintegrar lo que evacuaba. Tenía velador, ventilador, calentador eléctrico, café, té, yerba y mate, una pava, un cuchillo, una cuchara y un tenedor. La cama, que era un catre, tenía dos sábanas, haciendo juego y de color amarillas. La colcha, naranja. Una almohada. Al lado del lavabo se hallaba una puerta de color marrón, cuya salida Macri nunca supo adónde conducía. Tenía una imitación de alfombra persa en el piso, confeccionada con hilados sintéticos. Ya estaban colocados un extractor y un inyector de aire.

Salvo por la inundación que casi ahoga al secuestrado Sergio Meller, y la falta de salida de emergencia si se producía un incendio, las relativas y miserables comodidades que le habían dispuesto no presentaban mayores peligros. Ni siquiera el cuchillo que le dieron para cortar su comida. Confiaban en que el cautivo no se quería suicidar. Zanone y Ávalos se encargaron en persona de que el hueco por el que lo habían hecho pasar quedara bien tapado. Primero colocaron dos bolsas de escombros, la arena, el cemento; luego una plancha de cartón y para asegurarse más el cerramiento, encima colocaron otras bolsas repletas con basura.

A simple vista, la obstrucción del agujero contaba con más de doscientos kilos de peso, imposible que el flaquito encerrado pudiera desplazar tal montículo. La única comunicación del detenido con el mundo eran esos dos tipos que habían quedado a su cargo. Y con ellos se comunicaba a través del tubo insertado en el techo del cubículo, un tubo de no más de veinte centímetros de diámetro. Por este, habían acordado con Camilo, solo bajaría la comida, más el grabador y los casetes en los que debió grabar el primero y el resto de los mensajes con su voz para el pagador del rescate, Franco Macri. Las voces, la compañía de sus serenos, siempre desde arriba.

"Bueno negro, está bien, suban arriba a tomar mate que yo voy a hablar", le dijo Camilo a Ávalos esa misma noche en que llegó el preso. El negro obedeció y se apartó con Zanone. Camilo llevaba la máquina de grabar y a solas se encerró con Macri. Se escuchaban las voces pero no las palabras. Hubo maltrato verbal pero ningún golpe. El primer interrogatorio duró media hora. Camilo subió pero, astuto, no dijo nada. Solo que debía entregar el audio a otra gente. Así fue y volvió dos o tres veces.

-Hijo de puta, tu viejo está en la droga. ¡Es un delincuente! Tu viejo está en el contrabando de armas. ¡Por eso hicieron tanta plata! Decime cuánta plata tiene tu viejo hijo de puta. Decime. ¿Vos o tu viejo? ¿Dónde la tiene guardada?
-¡Eso no es cierto, no es así! ¡Mentira! -decía el detenido.
Ávalos y Zanone tomaban mate arriba y hablaban boludeces. El mate pasaba de uno a otro. Se mantenían ajenos a los primeros interrogatorios de Camilo.

Una de las primeras noches después de que metieran al huésped en Garay, Ávalos lo escuchó llorando. Al preso le habían prohibido desde el principio molestar desde abajo, no podía dirigirles la palabra si ellos no lo hacían. Ávalos no aguantó más el llanto y destapó el caño para comunicarse.

- ¿Qué te pasa, viejo?
- Nada, que me dicen que mi viejo está en las drogas y eso no es cierto. Eso pasa.
-¿Cómo te llamás?
-Macri.
-¿A qué te dedicás?
-Soy ingeniero.
-¿Y de qué cuadro sos?
-De Boca.
- Uh, no me digas, yo también soy de Boca. Te voy a decir Mario, ¿sabés?
-La mitad más uno, Mario. Yo también te voy a decir Mario, viejo.
-El más grande, Mario.

En ese pacto futbolero, Macri supo encontrar un poco de humanidad a través de ese tubo oscuro en el techo de la celda. ¿Fue un gesto humanitario de Ávalos o formaba parte de la estrategia que desplegaban los Grupos de Tareas durante la dictadura de la que esta banda era una secuela inevitable? "Tabicar" a la víctima, separarla del sentido del tiempo, del espacio, la aparición del interrogador violento, luego el del bueno o amigable, era una forma primaria pero efectiva para conseguir información de primera mano.

El método era imprescindible si el objeto era cobrar un rescate, quedar impunes o, caso contrario, que la víctima y sus familiares queden atemorizados para no seguir una causa judicial hasta el fin. Por otra parte, tal vez el "Pescadito" ocultara algo, y si no lo decía por las malas, tal vez se le escaparía por las buenas. El tiempo de detención también era jugoso e incierto. Y había que aprovecharlo. (...)

Temas relacionados
Noticias de tu interés